No estamos enojados

Ya son hartos meses en que el actual gobierno tomó el mando de la nación, aún no se vislumbran las ideas renovadoras o diferentes con que trataban de convencer a las personas que eran diferentes a sus antecesores. Hoy salen a visitar a los ciudadanos “enojados” y a tomar desayuno con la «señora Juanita».

El gobierno ya lleva varios meses a cargo de los asuntos del Estado. Pero no se vislumbra una diferencia muy notoria con sus antecesores, muy en contraste con lo que se había prometido. Probablemente consciente de ese problema, el presidente se lanzó a una campaña para tomar desayuno con “la señora Juanita” o a escuchar a “vecinos enojados”.

“Quiero escuchar al vecino enojado, al vecino de La Legua con rabia, a la vecina de… (larga e incómoda pausa en que trata de recordar el nombre de la comuna), ehh…, ¡Quilicura! que está molesta, porque el Cesfam está… o… el de Arica, porque el Cesfam, que era para 20 mil personas, ahora atiende a 40 mil. ¡Y que manifieste su rabia!  La relación de las autoridades con el pueblo no puede estar siempre mediada por traer solamente a los que les van a decir adulaciones. Y eso implica exponerse más. Y eso implica riesgos. Pero son riesgos que, yo creo, son necesarios correr para, justamente, reivindicar la política”.

El presidente, entonces, no quiere que le “muestren solamente el lado bonito de las cosas”. Por eso, se ha lanzado a la calle o, más bien, a visitas “sorpresa” a distintos lugares, con lo que quiere decir que no invita a otras autoridades y a la prensa, como es lo normal.

Ese recurso no es nuevo. Ya la usaban, antaño, los reyes. El sultán Alaudín se disfrazaba de plebeyo para ver cómo iban las cosas de verdad. Como la delincuencia en Malacca, su reino, también era un problema, en una ocasión tuvo perseguir personalmente a un ladrón. Carlos XI de Suecia, que reinó entre 1660 y 1697, fiscalizaba a sus funcionarios bajo el manto de una capa, que solía abrir con un gesto dramático para revelar su atuendo real, cuando los pillaba en un abuso o acto de corrupción.

En este caso, además del deseo presidencial de derribar “las mediaciones” puestas por funcionarios que él mismo nombró, el objetivo es subir en las encuestas, como escribe el “El Mercurio”, citando “al segundo piso” de La Moneda, donde existiría “la convicción de, cada vez que (Boric) tiene una aparición pública, se invierte la tendencia a su favor, y a favor del Apruebo.” Es la misma “convicción” que tenía Piñera, por lo que todos los días tenía que aparecer en algo. Eso, hasta que descubrieron que la cosa era al revés: cuando se guardaba, las encuestas subían un poco.

Se suponía que Boric no iba a pasar por este tipo de problemas. Como un dirigente político joven, liberal, de clase media alta, “de regiones”, egresado de una universidad de renombre, con amplias conexiones, y posiciones políticas flexibles y relativas, tenía, se pensaba, todos los atributos para gozar de una alta aprobación.

Pero la realidad dice lo contrario.

Los estudiantes secundarios no valoran su juventud, porque para ellos es tan viejo como los demás políticos. Los trabajadores tampoco podrían identificarse con alguien que, literalmente, nunca ha trabajado en su vida. Los pobladores lo ven como alguien de situación acomodada que busca mostrarse cercanos a ellos, pero que mantiene a la vista su nivel social distinto.

Sus grandes defensores, en cambio, son la burguesía o los ricos, pues ven en este gobierno la continuidad política que quieren conservar.

Pero ¿quiénes serían esa gente “con rabia” que Boric quiere conocer?

¿Por qué alguien debería estar enojado con este gobierno?

Quizás, porque afirmó que tomaría medidas para liberar a todos los que habían sido apresados por el gobierno de Piñera, luego del levantamiento popular de octubre del 2019. Pero lo único que hizo fue anuncios de una posible amnistía política a los presos políticos, sabiendo de antemano que eso era sólo una maniobra dilatoria para eludir el problema y que el entuerto político enterraría cualquier solución.

O porque afirmó que había que luchar en contra “del fascismo”, que amenazaba el país con represión y militarización. Pero este “no-fascismo” sigue con los estados de excepción en contra del pueblo mapuche, continúa reprimiendo las manifestaciones de los estudiantes, no permite que las personas se reúnan en la Plaza Dignidad a reclamar; este peculiar “no-fascismo” compra más vehículos blindados para los pacos y los apoya incondicionalmente en todos los hechos de violencia que perpetra.

Quizás, porque lo único que hace es seguir las mismas líneas políticas de los gobiernos anteriores para salvar el día. Dan bonos, que mitigan por un tiempo limitado un problema, pero que lo mantienen, como dicen los teóricos capitalistas. Prosigue con las medidas sanitarias anteriores, sin cambiar un ápice. Sigue confabulando con los sectores políticos contrarios al pueblo leyes y medidas que atentan contra las demandas populares.

O, en una de esas, deberíamos estar enojados porque los mismos políticos de siempre siguen teniendo poder en este gobierno, porque no son capaces de parar la especulación empresarial que hace subir los precios de las mercaderías, porque sigue protegiendo a los que vulneraron los derechos humanos, porque estamos cansados de pasar frío y debemos acostarnos temprano para no gastar más en calefacción, porque seguimos esperando en los hospitales, porque seguimos trabajando y levantándonos temprano y el sueldo cada día alcanza para menos cosas, porque, quizás, a este gobierno sólo le interesa salvar a los ricos.

Pero, no.

No estamos enojados con este gobierno, ni con su presidente. Tenemos una exacta noción de lo que son y qué representan.

Lo que no queremos más es que la burguesía siga dirigiendo el país y la vida del pueblo, no queremos a sus intermediarios que hablan por ellos. El pueblo no va por los políticos o sus esbirros, sino que vamos por quienes dirigen los hilos del poder.

Porque con ellos, sí estamos enojados.