¡Uf, uf, qué calor, una piscina por favor! Deseo cumplido. Hoy, para capear el calor, el populacho disfrutó de la piscina en la residencia del presidente de Sri Lanka. Pero antes, caminaron kilómetros, se enfrentaron a la policía, a los gases lacrimógenos, a su paso quemaron la casa del primer ministro. Llegaron miles nuevamente y, esta vez, sí pudieron entrar. Así están las cosas en la pequeña isla al sur de la India.
¡Sí! tuvieron que caminar, porque advertido el régimen tras la asonada de mayo, cuando salieron con furia, los humillados y ofendidos, el mandatario, Gotabaya Rajapaksa o Gota, como le conocen, había determinado que se paralizara el transporte desde las provincias a la capital.
La tensión no había bajado desde mediados de mayo. Cada día fue una preparación para lo de hoy. El gobierno lanzó a los militares a la calle, impuso toque de queda, pero de nada sirvió.
Caminaron toda la noche hasta llegar a Colombo, la capital y sede del régimen. Ya mucha gente antes había hecho la caminata. Todo partió en mayo, como un anuncio. Pero la verdad había partido mucho, mucho antes. Cuando comenzó a escasear la comida y los remedios, cuando escaseó el combustible y se apagó la luz durante horas, cuando el régimen comenzó a negociar con el FMI el ajuste que nuevamente pagaría el pueblo. Eso querían.
Tras lo de mayo, cuando la poblada llegó a las afueras de su residencia, Gotabaya Rajapaksa decidió sacrificar a su hermano, Mahinda Rajapaksa, que era el primer ministro. No sirvió.
Porque hoy, de tanto caminar, miles de miles llegaron a la capital, en un movimiento silencioso, pero constante. Y arrasaron.
No pudieron ni los milicos, ni la represión, ni los conciliábulos de última hora con promesas de última hora. Que ándate tú, no, que renuncio yo… En su paso, el pueblo dejó hecha cenizas la casa del primer ministro Ranil Wickremesinghe y al diputado y ex ministro de salud, Rajitha Senerath, le dieron sus charchazos cuando trató de sumarse a la marcha del pueblo, así como que aquí no volaran moscas.
Fueron miles, tantos, que realmente parecía una marea. Llegaron insistentes, tercos, enojados, decididos a las afueras de la residencia de Gota y esta vez entraron. “Se prepararon té en la cocina presidencial, se tumbaron en la cama presidencial y nadaron en la piscina presidencial. El estado de ánimo era de euforia, una mezcla entre tomar la Bastilla e ir de excursión. Gota había huido de la casa el día anterior”, narra el medio The Economist para el mundo.
Y en ese intertanto en que se tiraban la pelota de quién se va, quién se queda, aunque el pueblo no quiere a ninguno, a las 22 hrs. local, Gota anunció que “todo había terminado” y se arrancó. Nadie sabe dónde está. Lo que sí sabemos es que no está en su casa, porque su casa hoy es casa tomada.