El presidente Boric dio cuenta de una comunicación con su colega ucraniano, Volodimir Zelensky. En ella, el mandatario reiteró la alineación de su gobierno con la estrategia de la OTAN y prometió “ayuda humanitaria”. Zelensky, siempre tan oportuno, sin embargo, reveló el verdadero contenido de la oferta: “especialistas” militares.
Como acostumbra cuando se trata de asuntos a los que les da especial importancia, Boric acudió a Twitter para informar de su conversación con Zelensky. Como queriendo transmitir la emoción que le embargaba, tecleó, agitado: “acabo de conversar con el presidente de Ucrania”.
Declaró que le expresó al jefe del régimen de Kiev “mi solidaridad y nuestra disposición a apoyar la condena a la invasión en organismos internacionales”.
Esa postura representa un cambio con respecto a la posición que el propio Boric había señalado previamente, en el sentido de que, en esta materia, buscaría actuar “en conjunto” con los países latinoamericanos.
Afirmó que Ucrania tenía en Chile “un amigo en América Latina”, subrayando así la posición concordante con la estrategia de la OTAN en el conflicto.
El punto más interesante fue la mención de la “ayuda humanitaria” que Boric ofreció a Ucrania en nombre de Chile.
Ese propósito es loable.
La promesa, quizás, tomó en consideración que la inédita y monumental asistencia -brindada por las principales potencias económicas del mundo y que suma muchos miles de millones de dólares- está centrada en menesteres bélicos y muy poco “humanitarios”.
En ese sentido, el apoyo, necesariamente modesto, de Chile podría marcar una diferencia.
Sin embargo, como suele hacerlo, su contraparte, Volodimir Zelensky, en su versión del intercambio, indicó de qué se trataba en realidad: “discutimos la posibilidad de involucrar a especialistas chilenos en el desminado de territorio ucraniano”.
Lo echó al agua a Boric.
Los “especialistas chilenos” en desminado están organizados en unidades especializadas del Ejército y de la Armada de Chile que operan en el extremo norte y extremo sur del país, donde se han despejado en los últimos años numerosos campos sembrados con minas anti-personal y anti-vehículos. Los efectivos adscritos a estas unidades reciben instrucción en el Centro de Entrenamiento y Destrucción de Explosivos, perteneciente a la Escuela de Ingenieros del Ejército de Tejas Verdes, San Antonio.
En el contexto de una guerra, las actividades de desminado, al igual que el establecimiento de campos minados, son parte del esfuerzo bélico; un hecho que no debiera requerir de mayor explicación. Las tropas que intervienen en esas tareas se convierten en parte del personal combatiente, y los Estados a los que obedecen, en una fuerza beligerante en esa guerra, con todas las consecuencias que eso conlleva.
Y eso sí requiere de una explicación.
¿Efectivamente el gobierno de Chile quiere enviar tropas a Ucrania para que cumplan tareas de apoyo en las operaciones militares del ejército ucraniano?
¿De verdad va a adoptar un paso que ningún otro país del mundo ha realizado formal y abiertamente, ni siquiera bajo el manto de que su personal realizaría actividades de asistencia y no de combate, como, por ejemplo, sanitarias?
¿En qué medida la participación directa de Chile en una campaña militar internacional, dirigida por Estados Unidos y canalizada por la OTAN -un pacto del cual nuestro país no es parte- sirve al interés nacional?
¿Por qué el gobierno asume una posición servil frente a las políticas de Estados Unidos que ningún otro gobierno de la región -sin importar su orientación política- ha adoptado?
¿Por qué Boric no se suma a las iniciativas de su colega, y amigo, argentino Alberto Fernández -quien también ha tenido una posición de condena en contra de Rusia y ha apoyado medidas para el aislamiento diplomático de Moscú en los foros internacionales- que ofrecen “crear un canal de diálogo” y “el apoyo a todas las negociaciones que puedan emprenderse para el cese de hostilidades y la búsqueda de un diálogo que lleve de manera urgente a la paz”?
¿Por qué?
¿Tan bajo nos arrastramos?