A metros de «la República»

Sí, a dos cuadras de la Moneda y frente a tribunales, se emplaza el edificio de nombre aspiracional, Gran Santiago. En Huérfanos con Amunátegui, más de 2.000 personas viven acorraladas por las mafias colombianas y el lucro nacional.

Allí, al lado donde se emplaza el símbolo de la República -como les gusta tanto decir, a ellos, a los políticos-  se expresa la  verdadera realidad cotidiana para el pueblo: el Estado existe para defender al capital.

El capital de los narcos y sus secuaces, el capital de los que explotan sexualmente a mujeres y niñas, el capital de los especuladores que arriendan para que otros sub arrienden, incluso bodegas, como casas. Incluso se rumorea que allí hay una disputa territorial. Que hay dos tipos que tienen cada uno 90 departamentos. Imagínelos.

La cosa es que allí no hay ni Dios ni Ley. No hay pacos, ni ratis, ni diputados, ni ministros, para nadie. Allí, esa es lengua muerta.

Le llaman “el edificio maldito”, como si fuera un elefante blanco, abandonado a su suerte. Pero la verdad es que allí viven cerca de 2 mil personas, la gran mayoría sale cada día temprano y regresa entrada la tarde-noche, cansada, del trabajo.

Allí, en esos metros cuadrados en pleno centro de la ciudad, el conjunto de cuatro torres, cada una de más de 18 pisos, con 700 departamentos, cinco subterráneos y mil bodegas, el desamparo campea en todas sus posibles formas.

Los guettos de Santiago centro

Desde 2013 a la fecha, los residentes han sido testigos de toda la gama de crímenes violentos posibles: el suicidio de una niña, una mujer descuartizada, un hombre empujado por un balcón en un ajuste de cuentas, un cadáver en el shaft de la basura y una pareja de mujeres viviendo en una bodega donde el especulador botó tabiques para convertirla en alojamiento, sin baño ni cocina, por supuesto.

Cada día se pasean a vista y paciencia de guardias de seguridad, conserjes y vecinos, traficantes de poca monta y proxenetas. Hay riñas en los pasillos y, comúnmente, sangre en los ascensores.

Ayer, por lo del asesinato de un hombre en el subterráneo, el edificio salió nuevamente en los medios como carroña para los buitres. A los canales de televisión le gustan estas noticias, tienen harto para sacarle punta.

Pero para los vecinos, esto no es gracia. Pagan un arriendo abusivo por unos metros indignos en el centro de una ciudad violenta y más encima, cada día ven frente a sus narices cruzar a todo el bestiario del crimen organizado.

¿Por qué nadie hace nada? ¿Por qué no llaman a los pacos, que la música, que las peleas, que el hombre que le pega a su mujer, que las transas en los pasillos?

Un enemigo en su camino

Porque en Huérfanos 1400 pasa lo que pasa en todo rincón de nuestro país. La gente está indefensa. No existe el Estado para el pueblo, ni en Antofagasta, Coquimbo, San Antonio, Rancagua o Talca. Tampoco en Concepción o San Pedro de la Paz. Menos en Puerto Montt o Quellón.

¿Si unos ponen la cumbia a todo volumen y acosan a su hija cuando llega del colegio, usted llamará a los pacos? Por supuesto que no. El remedio es peor que la enfermedad. Usted sabe que los pacos están coludidos con los narcos, en todas las poblaciones de este largo y angosto país.

Si usted vive en Huérfanos 1400, a metros del Palacio de la Moneda, de los Tribunales y de pronto se topa, camino al ascensor, con una riña entre pandilleros traficas, ¿usted llamará a los PDI o a los pacos? Por supuesto que no. Un día de aquellos puede ser su cuerpo el que aparezca tirado en la bodega del -2.

Así están las cosas para la gente común, para el pueblo trabajador. Estamos solos, nosotros que somos la mayoría. Llegará el momento en que sin miramientos tendremos que limpiar toda la escoria que dejará el régimen cuando lo terminemos de acabar.