Eso es lo que duró el paro de los sindicatos de Codelco en contra del cierre de la fundición Ventanas. El resumen de la negociación es el siguiente: los dirigentes entregaron todo, la empresa y el gobierno, nada. Ni siquiera un candy, un “nanai, pobrecito”, nada. Podemos sacar algunas lecciones de este triste episodio.
La señora Andrea Cruces, presidenta del sindicato 1 de Ventanas, estaba un poquito deprimida. Esto no era como en sus apariciones en “Bad Boys”, el programa de Youtube de Franco Parisi. Tampoco era como en las asambleas en que llamaba a votar Rechazo. No, esto era distinto. La habían vendido, traicionado, engañado, como en una teleserie mexicana.
El presidente de la Federación de Trabajadores del Cobre, Amador Pantoja, le ponía su brazo sobre el hombro, luego de haberle puesto la puñalada. No a ella personalmente -aunque también- sino que a los afiliados que representa.
El conflicto por la fundición Ventanas se resolvió en una mañana. Los dirigentes negociaron con los ejecutivos de Codelco, ni siquiera con su presidente y, menos, con el gobierno, que poco tiene que decir en los detalles.
El resultado de las tratativas: una capitulación en toda la línea. La, llamémosla así, oferta inicial de la empresa fue aceptada por los dirigentes en todos sus puntos y presentada como un logro.
Los más traicionados ni siquiera estuvieron ahí.
Los trabajadores subcontratados, que representan más de la mitad de los trabajadores de la división Ventana -de hecho, la enorme mayoría, si se consideran todas las actividades que Codelco externaliza- no fueron parte de la delegación negociadora.
A ellos, sólo se les notificó el desenlace: “fregaron, muchachos”; en el acuerdo suscrito no aparecen. A buscar otra pega, entonces, quizás de peluquero, aunque ni un curso les van a dar.
Las lecciones son claras.
Se sigue imponiendo una política de saqueo de las riquezas del país, de profundización del llamado extractivismo, y de privatización de las operaciones de Codelco. Es el sello y el contenido político de este gobierno. No puede haber concesiones ni complicidad con él.
Las federaciones y sindicatos de trabajadores que se subordinan a las instrucciones del régimen y a los intereses del capital pierden aún más legitimidad y fuerza. Quienes dejan su suerte a las gestiones de sus dirigentes, sin tomar la iniciativa, sin pasar a la movilización, pierden.
Queda claro que sólo la acción conjunta de los trabajadores, la unidad, y la lucha por cambiarlo todo, desplazando a los dirigentes vendidos y organizaciones caducas.
La clase trabajadora no puede sino confiar en su propia fuerza, en su propia acción, en sus propias metas y objetivos.
Así se aprende, dicen, de las derrotas.
Está bien. Pero los reveses y caídas siempre enseñan lo mismo. Más uno se educa con las victorias.