El paro de Codelco, a raíz del confuso anuncio de cierre de la fundición de Ventanas, ha abierto el debate. ¿Tienen razón los sindicatos? ¿Hay que apoyar la huelga? ¿O, al contrario, el paro “le hace el juego a la derecha” y se “olvida de los niños de Quintero?” Preguntas candentes. Y la respuesta le va a sorprender.
Qué no les han dicho a los sindicatos de Codelco y a sus trabajadores en estos días. Que son miserables. Que se quejan de lleno. Que no les molesta contaminar. Que no les importan los niños. Que son egoístas, incultos y fachos o seguidores de Parisi o que, al menos, favorecen a la derecha y al Rechazo.
Que sólo quieren un bono.
Añadámosle a eso las camionetas, los sueldazos y las asignaciones, el hospital propio, las becas de estudio para los hijos y triángulo de beisbol.
O, si se quiere, que son machistas o, por lo bajo, francamente insoportables cuando están en grupo, en el terminal de buses o en el vuelo Santiago-Calama.
Además, arribistas, los muy frescos: un dirigente, por ejemplo, fustigó a Boric en inglés, burlándose de los deficientes resultados de la instrucción presidencial en el British School de Magallanes. Después siguió en francés, para remarcar el punto.
Digamos, aunque todo sea exagerado, que muy populares no son. Especialmente, porque sus organizaciones tampoco se han distinguido por solidarizar o acompañar las luchas de otros trabajadores.
Es cosa de recordar el levantamiento popular del 18 de octubre de 2019. Las organizaciones sindicales se asomaron muy tímidamente y el presidente de la Federación de Trabajadores del Cobre de entonces, Juan Olguín (un tiempo después lo echaron) salió públicamente a apoyar a Piñera.
La falta de solidaridad empieza por casa. Una parte creciente y mayoritaria del trabajo minero -altamente mecanizado pero que abarca una infinidad de funciones anexas para mantener andando a una infraestructura enorme- es realizada por trabajadores subcontratados que no tienen acceso, ni a los sueldos ni a las otras gratificaciones y regalías.
La división entre un sector y otro es tajante, incluso en la vida cotidiana.
O sea, hacen grupo aparte. Incluso, en este paro, a raíz del cierre de la fundición de Ventanas, apenas se han preocupado de convocar a otras organizaciones sindicales y sociales.
Visto así, los que dicen que los mineros de Codelco se pueden ir a freír monos, tendrían un punto.
Pero… (usted seguramente adivinó, dilecta lectora, atento lector, que algo así iba a venir) pero todo eso no es importante.
¡Bah! ¡Cómo que no! dirán algunos: con la larga lista de pecados mineros, el asunto ya había quedado cerrado.
Pero no.
Contrario a lo que plantea el discurso anti-mineros, para llamarlo de alguna manera, ellos no son los únicos sectores de los trabajadores que actúan por su propia cuenta, sin considerar el conjunto.
Al contrario. La división, los choques de intereses, las diferenciaciones arbitrarias, etc., son el estado normal, “natural”, en que se mueve la clase trabajadora. Por supuesto, lo natural nunca lo es verdaderamente: se trata de una situación generada por el propio funcionamiento del capitalismo.
Lo vemos en cualquier parte: profesionales contra técnicos, técnicos contra no-calificados, de planta contra temporales, supervisores contra supervisados, oficinistas contra los de overol azul, choferes contra peonetas, sindicalizados contra los que no, chilenos contra extranjeros, etc.
Y, especialmente, hombres contra mujeres.
Digamos que todo esto no es casualidad.
En Chile, eso ocurre mediante el atraso y la dependencia que concentra en pocos sectores, que algunos llaman “estratégicos”, el peso de la explotación de los recursos naturales destinados a la exportación. No les cuesta nada a los capitalistas que, para estos efectos, incluyen a las empresas de un Estado capitalista otorgar privilegios y tratos especiales a un grupo cada vez más pequeño de trabajadores.
A los dirigentes mineros siempre les ha gustado decir que de su labor surge el “sueldo de Chile”, especialmente a quienes los critican.
Pero, en la actualidad, ese sueldo es el saqueo de Chile.
Se basa en la superexplotación de la fuerza de trabajo y la superexplotación de los recursos naturales y de la naturaleza misma. Su rendimiento es apropiado por capitales extranjeros que dominan un régimen político servil y corrupto. La existencia de una empresa estatal como Codelco no es la excepción a esa regla, es parte de un mismo sistema.
Los trabajadores del cobre saben eso. El paro en contra del cierre de la fundición en Ventanas va dirigido en contra de una política de profundización del sometimiento del país.
Por eso hay que apoyar este paro, aunque éste, al final, dure menos que estornudo de gato, porque los dirigentes van a negociar.
La clase trabajadora, a lo largo de la historia, ha descubierto un factor que hace magia.
Se llama conciencia.
Y esa conciencia no se adquiere leyendo pesados tomos o enterándose de las maniobras vendepatrias de los gobiernos.
Se construye en la acción.
En la lucha.
En la lucha, la clase trabajadora crea su unidad y su organización, supera el sectarismo y los intereses particulares.
En la lucha, no hay más diferencias entre evangélicos, ateos o católicos; haitianos, peruanos y chilenos; los que ganan bien y los que no; medio fachito y allendista acérrimo; el Colo y la U; en fin, todo eso que nos divide ordinariamente.
Hay que fijarse bien qué gente es la que no quiere que se apoye el paro de los mineros. ¿Son de la clase trabajadora? ¿O son de otra clase? ¿Dependen acaso del clientelismo del gobierno? ¿Serán burgueses, quizás de la variante pequeñita?
Para luchar todos juntos, para crear esa conciencia, la pócima mágica que lo permite todo, hay que ir por todo, también.
Hay que luchar por cambiarlo todo. Es así como se deja atrás el sectarismo, el egoísmo. Es así como aparecen los líderes y lideresas de verdad.
Es así como los trabajadores, todos, conquistan el poder.