Los expresidentes reaccionaron de mala forma al hecho de que no fueran invitados a la convención constitucional. No sirvió que la mesa directiva se echara para atrás. Están humillados y ofendidos.
Eduardo Frei Ruiz-Tagle siempre tuvo un problema con el hablamiento. A diferencia de su padre, decían sus operadores, su fuerte serían los números. Pero eso también quedó desmentido por los hechos. El más dramático y personal, por supuesto, fue la multimillonaria estafa que le practicó su hermano. Un cuantioso patrimonio se esfumó en negociados truchos. Cómo Frei Ruiz-Tagle llegó a tener tanta plata en un primer lugar, es otra historia.
Su carta a la convención constitucional es escueta y tajante. Pero, aunque sean sólo dos líneas, igual logró hacer un desaguisado.
“Si bien agradezco su invitación a la Sesión de Pleno [¡ay! las mayúsculas] de la Convención Constitucional del próximo 4 de julio, en esta ocasión no participaré”, dice.
Lo normal es decir “gracias, pero no voy a ir”. Frei, prisionero de la retórica DC, sin embargo, tiene que poner el “pero” bien al inicio. Y el ex presidente, por supuesto, no va o asiste a un sesión, sino que participa -de la sesión, suponemos-, pero no “en esta ocasión”. Bueno, no hay otra, genio.
Quizás estaba siendo irónico, como se dice de la carta de Ricardo Lagos, “magistralmente irónico”, agregan algunos de sus acólitos. Pero para llegar a esa parte hay que mamarse párrafo tras párrafo de un no tan magistral lamento ex presidencial.
Primero solloza que les envió a los constituyentes 150 ejemplares (son 150 o 154, por lo que algunos debieron compartir el libro) de un “informe ciudadano” denominado “Tu Constitución”, el resultado de una consulta vía internet y a través de seminarios, realizada por la fundación que encabeza Lagos.
El texto es interesante, porque el “antecedente importante” para el trabajo de la convención no pudo omitir lo que la gente dice cuando le preguntan qué quieren que esté presente en una constitución: “sindicalización obligatoria”, “cárcel efectiva para los corruptos”, “no más AFP”, “límites a las ganancias de las empresas”, “que las leyes sean aprobadas o rechazadas por los ciudadanos”, “referéndum revocatorio para cargos públicos”, “derecho a la rebelión”, “salud gratis”, “nacionalización de todas las empresas que eran del estado y que fueron regaladas a particulares: universidades, colegios, correos, FF.CC., empresas, agua, electricidad, telefónicas, toda la minería”…
Podríamos seguir, pero está claro que la convención no usó este “antecedente importante” en las normas que aprobó. Eso es un hecho, pero por qué Lagos se enojaría por eso, es un misterio.
Después sigue llorando o, más bien, mintiendo.
Relata que envió una carta para protestar en contra de la propuesta de que se levante el secreto a los archivos de la comisión Valech. “Es un secreto para proteger a la víctima”, afirma, a sabiendas de que eso no es verdad. La ley que él impulsó no busca resguardar “la privacidad” de quienes sufrieron prisión política y tortura, como señala, sino prohíbe que los antecedentes sean conocidos por la justicia. Esa cláusula fue parte del pacto de impunidad que Lagos cerró con los criminales de lesa humanidad.
Después, gimotea, envió otro documento en que relata cómo durante su gobierno hubo grandes avances en la disminución de la desigualdad. Al parecer, alguien en la convención había hecho en algún comentario en sentido contrario.
Luego, lagrimea, dio una charla en la comisión de sistema político. Aquí no entra en tanto detalle, quizás porque la coyuntura no favorezca su brillante idea de copiar el sistema ¡francés!
Y finalmente rezuma -y resume- que él ha hecho tanto por la convención y que, por eso, ¡atención, aquí viene! “dado las dificultades existentes ante el aforo que debe respetarse, le rogaría que no considere mi nombre en la ceremonia de presentación del texto de nueva Constitución, para dar lugar a personas que, con menos oportunidades de participación e interacción durante el trabajo de la convención, puedan participar del evento y se informen a cabalidad del texto propuesto”.
Las lágrimas están ya casi secas, se evaporaron ante las mejillas rojas y ardientes de la santa ira de Ricardo Lagos, destilada en la “elegante ironía” de mandarlos a mejor parte a esos pelafustanes y patipelados. Tan “elegante” es la expresión retórica o tanta es la excitación por su ocurrencia que no pudo resistir la tentación de repetir el remate: “por lo tanto”, reitera, “prefiero dejar mi lugar a otra persona que lo requiera más que el suscrito”.
¡No, si se cachó a la primera, viejo!
Bachelet no necesita cartas. Deja todo en la ambigüedad. Por lo pronto, tiene una sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en la misma fecha, así que con eso basta.
Y hasta el final esperó Piñera.
Ya nos habíamos olvidado de él. Por eso su carta viene con membrete que ocupa casi un cuarto de la hoja y que dice “Sebastián Piñera”, para que nos enteremos.
Fiel a su estilo empieza con un parloteo de generalidades interesadas y parciales sobre qué es una constitución y “qué quieren los chilenos” (“una Casa de Todos”, con mayúscula, por supuesto).
Y termina, el picante, desvergonzado, ladrón y criminal, que es este ex presidente, con “la forma confusa y contradictoria en que se invitó a la y los ex presidentes no honra la tradición de respeto republicano de nuestro país”.
Tanto las “confusiones” y “contradicciones”, que las hubo, de la convención, como el triste espectáculo de los ofendidos y humillados ex gobernantes, es muy decidora sobre la situación que vive nuestro país.
Los que fueran máximos representantes del Estado nada tienen que decirle a la ciudadanía, ninguna idea pueden ya transmitir, excepto sus sentimientos (heridos, por supuesto). Representan la absoluta decadencia de un régimen cuyos pretendidos conductores sólo pueden expresarse por medio de lamentos, balbuceos y mentiras.
Y la convención, que oscila entre la representación fallida de las demandas populares y la imposible regeneración de un régimen caduco, pues, está sumida en confusiones y contradicciones.