¡Qué pena tu vida!

A chanchito de tierra le llueve sobre mojado: primero nadie lo pescó en la cumbre, luego le da covid y termina encerrado en una pieza de hotel. Anda quemao. Y es literal. Hoy le quemaron su fundo en Galvarino. Penita.

Debe ser del gremio de los verduleros de la Vega, de esos que llaman a votar rechazo, de esos tan sudacas,  pensarían los mandamases en L.A.,  porque nadie lo pescó mucho. Pasaban los CEO frente a sus narices, de aquí para allá en los elegantes salones de la reunión esa de las Américas. Y pa’ peor, le da covid y lo encierran en la pieza del hotel.

Noooo, ¡es too much!

Así anda de quemado el bicho rastrero ese. Y, hablando de quemado, hay olor a humo.

¡No! No puede ser: ¡era por eso! Parece que le quemaron el fundo allá, en la Araucanía. Le quemaron la casa patronal (qué otra iba a ser), la maquinaria y el galpón con el forraje para los pura sangre.

Penita.

El fundo, a saber, se llamaba Nilpe y está ubicado – bueno, estaba, porque le quemaron todito, todito- en la comuna de Galvarino. Pero ¿a qué patrón se le ocurre tener un fundo en una comuna con el nombre de uno de los mayores guerreros mapuche y creer que nunca le rayarán la carrocería? Bueno, a un bicho unicelular como Juan Sutil.

¡Será ingenuo este!

Y no po’, no es na’ así la cosa. La mierda siempre flota y ahora le tocó a él.

 “Good morning, Mr «Syutil», you have a call from Chile, there seems to have been a fire or something», le avisó una voz constipada detrás del teléfono desde la recepción del hotel. Sutil quiso salir corriendo, llorando, pero luego recordó que estaba en bata -venía de darse un baño de tina para relajar el nervio- y, además, encerrado por la cuarentena.

«¡Maldita plandemia!», dijo y, así, medio cocido que estaba, cortó de un porrazo el teléfono.

De pura rabia se puso a lloriquear. Recordó a los CEO, todos cerrando negocios, así, tan perfumados, trajes cota mil, todo tan cool y elegante, y él, ahí, encerrado en esa habitación con vista a una ciudad que promete mambo, pero no para él.

Él, ahí, tan don nadie.

Y así, de pura rabia y frustración se empinó el quinto Campari de la mañana.