“Murió por la patria”, declaró el jefe de Carabineros sobre el asesinato de uno de sus funcionarios. La afirmación es impúdica, porque las circunstancias conocidas indican que murió por la incompetencia de sus jefes. O por algo peor.
David Florido Cisternas, en vida, nunca recibió tanta atención como ahora. Autoridades y el propio presidente de la República le rinden honores, entregan condolencias y hacen juramentos de justicia.
No sabemos si era una persona buena o mala. Los elogios fúnebres sostienen lo primero, como es de esperar. Pero éstos se centran en su condición de funcionario policial, no en el contenido moral de su carácter, que sólo quienes lo conocieron podrán juzgar.
Como carabinero, Florido era o muy malo o muy bueno. Tampoco lo sabemos.
Su edad, 33 años, y su rango, cabo segundo, indican que su carrera fue complicada. Ya estaba, dependiendo de la edad en que entró a la institución, enfilándose lentamente a la jubilación, y en todo ese tiempo, había sido ascendido una sola vez. Los carabineros PNI, personal de nombramiento institucional, es decir, los que no son oficiales, ascienden cada tres años un grado, a no ser que tengan una calificación deficiente o se le hayan impuesto más de 15 días de arresto en un año. Y los que fallan, y quedan en lista de observación o eliminación, corren el riesgo, cada año, de que los echen.
Florido, entonces, se mantuvo muchos años en la quemada, sin ascender, pero sin salir. Quizás era un hombre que se negaba a ser parte de cofradías corruptas, que discutía órdenes arbitrarias o ilegales de sus superiores y por eso vio congelada su carrera.
No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que su cadáver y el dolor de su familia son usados como prenda para justificar una institución que no debe subsistir, aunque sea por el bien de quienes pertenecen a ella y no son criminales.
Los hechos que llevaron a la muerte de Florido sólo los conocemos a través de la información oficial. Videos que circulan en redes sociales muestran su cuerpo agónico, a vecinos y curiosos, y a unos carabineros que, desconcertados, lo observan, sin siquiera intentar una maniobra de reanimación. Una mujer comenta: “mira, ahí está la pistola”; la presunta arma homicida estaba tirada por ahí. A los policías que estaban en el “sitio del suceso” no se les había ocurrido despejarlo. Los propios transeúntes trataron de hacer espacio.
Según Carabineros, Florido había sido despachado, este viernes en la tarde, a una barbería en calle La Marina, cerca del estadio municipal, casi llegando a La Feria, en Pedro Aguirre Cerda. Un llamado anónimo al 133 habría alertado que uno de los clientes del local andaba armado.
El denunciante, que relató que él mismo se había atendido ahí, indicó, con inusual precisión, que había “visualizado”, según dijo, cayendo en la jerga policial, a un hombre que portaba una “subametralladora o una pistola automática”, una distinción técnica muy refinada, con un “cargador extendido”. Además, aportó información sobre el vehículo en que se desplazaba el grupo y especuló que en el auto, probablemente, había más armas guardadas.
En otras palabras, un llamado muy raro, cuyo detalle en la información sobrepasaba la capacidad de la operadora que, en medio del mensaje, debió preguntar en qué comuna ocurría todo eso.
También es bastante raro que Carabineros difunda públicamente esa grabación o, más bien, parte de ella, en circunstancias que todo el resto de la evidencia permanece bajo reserva, como ocurre habitualmente.
¿Por qué, con esa información, Florido y una colega fueron al encuentro de un grupo de personas sospechosas? Sospechosas, se entiende, no de haber robado un celular o de hacer mucho ruido en una fiesta, sino de estar fuertemente armadas.
¿Quién ordenó a Florido a efectuar ese “procedimiento”, manifiestamente irregular? ¿Por qué? ¿Por qué se lo mandó al matadero?
¿O la grabación que Carabineros, en contravención a la ley, ha divulgado, no es real, fue hecha con posterioridad, para explicar, de una manera torpe y burda, la presencia de Florido en el lugar?
Tenemos todo el derecho de hacernos esa pregunta y muchas otras más.
Se trata, al fin y al cabo, de una institución que falsifica pruebas de manera rutinaria, cuyos funcionarios entregan testimonios falsos de manera habitual, con el fin de tapar actividades ilegales o “legalizar”, para su uso ante la justicia, actuaciones realizadas fuera de la ley.
Carabineros lo hace cuando declara detenciones ilegales como “controles de identidad” y al revés. Lo hace cuando sus funcionarios denuncian haber sido víctimas de agresiones de personas que ellos golpearon y maltrataron. Lo hacen cuando se roban la bencina de las patrulleras, la droga incautada, las especies sustraídas. Lo hacen cuando entran en tratos con bandas criminales, cuya acción facilitan y encubren.
Florido ya no puede decir nada al respecto. Pero sobre su cuerpo se elevan los discursos del general director de Carabineros que desafía, sin que nadie le llame al orden, a los poderes del Estado -Congreso, gobierno y Poder Judicial- a que les den carta blanca.
Ese mismo discurso fue realizado por el padre del policía asesinado quien, en medio de su luto y dolor, consideró adecuado agitar a favor del Rechazo y en contra de “los Derechos Humanos”. Para él, su hijo murió debido al temor a las sanciones que recibiría por sacar su arma de servicio y defenderse.
Considerando que los carabineros que han usado sus armas, incluso, con una intención homicida, no reciben ninguna sanción, ese reclamo es absurdo.
Si de algo puede estar seguro un policía es que, si le dispara a una persona, con justificación legal o no, será protegido.
De lo que no están protegidos, sin embargo, es de la incompetencia de sus jefes, de la podredumbre general de una institución que se ha vuelto, no sólo en contra del pueblo, sino que daña a sus propios integrantes.
La muerte de un carabinero debiera ser motivo para que sus colegas reflexionen sobre qué van a hacer: si van a seguir arriesgando su integridad física y sus vidas por jefes corruptos, si van a seguir siendo cómplices de un sistema putrefacto o si van a levantar la voz en contra de los abusos que a ellos mismos les tocan.
Y deberían pensar que, además, de sus vidas, hay algo más. Algo que describe cómo uno se conduce en esa vida.
Y eso se llama decoro u honor.
Así, si se actúa con decoro y honor, nunca se podrá dudar si fueron buenas personas.