¿Qué hay detrás del “plan B”?

¿La verdad? Nada. El intento de manipular el plebiscito y la nueva constitución no es una conspiración de la derecha en contra de “los cambios”. Es parte de lo que régimen y todos sus partidos -que incluyen, por cierto, al oficialismo- hacen todo el tiempo: tratar de aferrarse, desesperadamente y cada vez más infructuosamente, al poder.

13 de junio de 2022

Cuando terminó el verano, algo inesperado ocurrió.

Todo iba bien al inicio de la estación calurosa. O casi: la convención constitucional se había recetado a sí misma una especie de cura en salud. La terapia duraría sólo durante la campaña presidencial.

Mientras el progresismo liberal vencía en las urnas a la amenaza del fascismo, los convencionales apretaron el botón de “pausa”. Discurrían sobre los puntos finos del reglamento, realizaban largas audiencias públicas en que escuchaban a ONGs, académicos y especialistas.

Todavía no habían escrito ni una sola línea del borrador de la nueva constitución.

Pero cuando el problema del fascismo quedó resuelto, la convención se lanzó, con frenesí alocado, al debate de las normas.

Una tras otra, iban a apareciendo las propuestas.

Había para todos los gustos, por supuesto: algunas eran de avanzada, otras reaccionarias; unas parecían ser de toda lógica y sentido común, otras crípticas e incomprensibles; unas demasiado específicas, otras muy generales; y, sobre todo, había unas que iban a ser aprobadas, quizás, y otras que, simplemente, no iban a lograr los dos tercios.

Y, justo, justo, cuando el texto y las mayorías iban tomando forma, pasó eso. Lo inesperado.

Las encuestas.

Hasta entonces, los estudios habían mostrado que la convención había comenzado como avión en 2021. Todo el mundo estaba feliz. Con el tiempo, la aprobación fue bajando. Nadie sabía bien qué hacían y de qué discutían los convencionales. Por lo pronto, poco se pronunciaban sobre los problemas del país. Pero, en cambio, recibían el fuego contrario de la derecha, que los tildaba de flojos, ignorantes y sucios. Es decir, como el ladrón, que juzga por su condición.

Las encuestas mostraron una baja, pero fue sólo temporal. La convención seguía siendo la institución política más valorada del país. Y no por lejos, sino que, si uno miraba bien los estudios, era la única institución política que recibía una aprobación positiva de la ciudadanía. Porque las otras, las constituidas, el Senado, los partidos, el gobierno, la Cámara de Diputados, sólo reciben desprecio generalizado.

Pero a fines de marzo de 2022, la empresa favorita de Piñera, Cadem, dio el mazazo: la confianza a la convención había bajado de 60%, a fines de enero, a 44%. La desconfianza había subido de 39% a 55%.

¿Y el Rechazo? Bueno, “el rechazo crece”. En dos semanas se dio vuelta: de 33% a 46%, seis puntos por encima del Apruebo.

Las demás empresas de encuestas confirmaban la tendencia.

Increíble.

¿Qué había pasado en ese mes y medio, en esas dos semanas?

En la convención, nada que no se hiciera en las semanas anteriores y las que les seguirían: votar, votar y votar interminables listas de artículos e indicaciones.

En la escena política, el principal cambio era, obviamente, la asunción del nuevo gobierno.

¿Sería eso?

La interpretación oficial era que los convencionales tenían la culpa. Votaban en la ducha, hacían sahumerios y bailaban, eran identitarios, indigenistas e intolerantes, y no le hacían caso a la derecha.

Lo interesante es que el nuevo gobierno, cuidadosamente, primero, desembozadamente, después, apretaba la misma tecla. “¡Cuidado con desestabilizar! ¡Cuidado con tocar los intereses de las grandes empresas! ¡Cuidado con hacer cambios! ¡Cuidado con quitarle la pega a los senadores, a los jueces, a los fiscales, cuidado!”

¡Chaucha! Si no, gana el Rechazo.

La consigna que bajó de La Moneda fue “todo igual, todo gradual”.

La convención hizo caso, lo mejor que pudo. En varias votaciones clave, la derecha, la ex-Concertación y algunas decisivas abstenciones o ausencias lograron, por uno o dos votos, el tercio de bloqueo. En otras, el oficialismo se sumó directamente a la derecha.

Pero había un problema: pese a eso, las encuestas mostraban que la ventaja del Rechazo aumentaba, no disminuía, aunque, cosa curiosa, ni los propios encuestados se lo creían. Los mismos estudios que mostraban una mayoría clara y consistente a favor del Rechazo, indicaban que una mayoría, igualmente clara y consistente, creía que iba ganar el Apruebo.

Raro.

Fue entonces que empezó lo del “Plan B”.

Empezó la derecha. “¿Qué pasa si gana el Rechazo?” se preguntaban, como si se tratara de un fenómeno meteorológico o un accidente de tránsito, y no de la opción política que ellos defienden y promueven. “¿No deberíamos acordar ahora mismo un plan alternativo para hacer, igual, una nueva constitución? ¡Hagamos una nueva convención!”

¿Qué?

La idea, si hubiese nacido de una convivencia hippie en la playa de Horcón, a los propios contertulios les habría parecido como irse demasiado en la volá, pero proveniente de la derecha, su origen, además de drogas alucinógenas, requeriría de delirios místico-religiosos combinados con trastornos de salud mental más permanentes.

El 20% del plebiscito “de entrada” de 2020 cree, seriamente y en sus cabales, que, de revertir, sólo dos años después, aquella derrota con una insólita, inédita e irresistible ola reaccionaria, la conclusión sería ¿empezar todo de nuevo? ¿Renunciar a las más increíble de las victorias políticas para buscar un acuerdo moderado, cuyas condiciones, además, quieren negociar en desventaja, o sea, antes de haber destrozado a sus competidores políticos? 

Raro, raro, raro.

El presidente Boric, pese a que los dirigentes del oficialismo habían señalado que, en público, no hablarían de ningún plan B, en una entrevista televisiva deslizó, insinuó, sugirió, aludió, dio a entender que, sí, que podía ser, pero piola.

Para variar, el mandatario estuvo a punto de revelar los manejos en la cocina. Convenientemente aconsejado, ahora sigue la línea oficial: “no hay Plan B, ni tercera vía, ni nada”.

Y tiene razón.

No hay ningún Plan B. Todo eso es puro cuento, al igual que el triunfo del Rechazo.

El plan A de los partidos del régimen, el que siempre tuvieron, es mantener todo igual para ellos y sus mandantes: los grandes capitales internos y transnacionales.

Si para eso -como se está viendo ahora en la convención- deben cambiar en el Congreso las normas de la nueva constitución apenas aprobada, lo harán. Si para lograr su objetivo, la nueva constitución debe entrar en vigor en 12 años más, eso es lo que dispondrán. Si han de cajonear las leyes que harán cumplibles las normas constitucionales, ahí dormirán, en el parlamento.

Y en último caso, si tienen que adaptarse a la constitución nueva, para que todo siga igual, pues en eso son maestros.

Por supuesto, todo eso se negocia tras bambalinas, entre cuatro paredes, en el pasillo, en la cocina.

Es su método preferido, excepto cuando los fuerzan. Entonces, hacen un gran acuerdo nacional.

Ya veremos.

¿Y las encuestas?

Tranquilo. Ya se están normalizando. La encuesta del CEP -la antigua madre de todas las encuestas- dictaminó que ya van en empate.

Démosle un par de semanas y hasta el gato dice “sipo, apruebo, miau”.

Para adelantar una conclusión a todo este enredado cuento, si se nos permite: sin que se vayan todos, pero todos,estos carcamales y carcamalas, ni la mejor constitución va a servir de algo.