El buen lector

Al presidente hay dos cosas que le gustan. Una es la lectura. La segunda es agradar, caer bien a todo el mundo. Y hay una tercera predilección que combina las dos anteriores: que todos -y todas- sepamos en detalle qué es lo que gusta a Boric.

Así las cosas, no es raro que, en una reunión de empresarios de la construcción, Boric declarara que un libro de Joaquín Lavín, “Las diez tendencias que transformarán Chile”, le había gustado mucho.

Una elección obvia. Quería agradarles a los gerentes y directores, y quería que ellos supieran que a él le gusta leer. No les iba recomendar poesía, sino algo más a la altura del auditorio: un rápido e insulso tomo de generalidades y naderías, envueltas en la retórica de la “oportunidad”, esa que hay que aprovechar.

“Me contagió el optimismo que tiene respecto a las tendencias que hoy, en la actual configuración del mundo, puede empujarnos a que Chile sea un socio fundamental y eso nos permita mejorar la calidad de vida de tantos de nuestros habitantes y Chile pueda ser un polo de desarrollo”, declaró Boric.

Y explicó que el libro “me lo hizo llegar, no he tenido la oportunidad [otra vez esa palabra] de conversar con él”. No, poh, si Lavín, pese al libro -redactado en un impreciso exilio madrileño, para capear la derrota y las acusaciones de corrupción- sigue fondeado.  

En efecto, Lavín afirma que, por ejemplo, la crisis climática -esa que podría destruir la vida humana en el planeta y que amenaza, especialmente, a Chile, debido a su “loca geografía” (hay otro libro ahí, presidente, de Benjamín Subercaseaux, 1940)- que ese peligro planetario, entonces, “es una [¡ay!] oportunidad”. “Porque, en el fondo, [¿en el fondo del mar?] nuestro país tiene lo que se necesita para luchar con el calentamiento global. Tenemos lo que el mundo necesita y algo por lo que el mundo está dispuesto a pagar en este minuto”.

¡Eso es optimismo que contagia! ¡El mundo se destruye, pero igual, en el proceso ganamos unas luquitas!

De eso se trata. De “aprovechar las oportunidades”. O las “tremendas” oportunidades, como prefiere nombrarlas el presidente.

A renglón seguido, reflexionó en voz alta frente a los patrones: “Ha habido otros momentos en la historia en que nos hemos farreado estas oportunidades, porque cada uno se atrinchera en su recinto ideológico, porque este vota rechazo y yo apruebo, y no nos ponemos de acuerdo. Y es el pueblo chileno el que sufre, porque las élites no nos pudimos poner de acuerdo”.

¡Pobre gente, que sufre porque las élites no aprovechan las oportunidades!

Hablando de eso, Boric vio una al vuelo que compartió con su auditorio de élite: “Lo que conversaba con Boris Johnson, que me decía que una de las consecuencias de la guerra es que tendrán que acelerar el proceso de diversificación de sus fuentes energéticas. Y ahí Chile es fundamental”. De Boric a Boris, puras oportunidades.

Quizás la “ilegítima guerra de agresión” rusa no es tan mala, al final.

Puede ser que Boric se inspiró para esa idea en la lectura de la opera prima de Joaquín Lavín, “La revolución silenciosa”.

Esa desvergonzada apología a la dictadura fue un éxito de ventas: centenares y miles de ejemplares fueron comprados por todas las reparticiones estatales con cargo al erario público. Y ahí se planteaba que la dictadura no era mala, sino que buena, porque nos había dado las AFP.

Así son los libros, contagian optimismo.

¡Los rayos de luz!

Pero nuestro buen lector a veces se pasa con eso de querer agradar a través de los libros.

Tiempo atrás, durante su campaña, en una amena conversación con Mario Kreutzberger, don Francisco, el de la Teletón, confesó tiernamente que, de vez en cuando, leía la Biblia, en especial… ¡el evangelio de San Pablo!

Uyuyuy.

Pero, bueno, digamos las cosas como son. En primer lugar ¿quién exactamente escribió la Biblia? ¿Dios creó el mundo y luego lo destruyó y luego vinieron los dinosaurios o fue al revés? Eso es lo de menos, se dirá nuestro presidente, porque cuando se trata de leer, cada uno lee lo que quiere.

Si Dios fue primero y luego los dinosaurios y si en la Biblia escribió o no el Pablo o Saulo o como se llame, qué más da, en gustos no hay nada escrito.

Por ejemplo, el gran Umberto Eco se las gozaba con la Biblia.

“Debo decir que cuando comencé a leer el manuscrito, y durante las primeras cien páginas, me sentí entusiasmado. Es pura acción y tiene todo lo que el lector de hoy exige de un libro de evasión: sexo (muchísimo), con adulterios, sodomía, homicidios, incestos, guerras, desastres, etcétera. El episodio de Sodoma y Gomorra, con los travestis que pretenden violar a los dos ángeles, es rabelesiano; las historias de Noé son el más puro Salgari; la fuga a Egipto es una historia que tarde o temprano acabará por ser llevada al cine… En suma, la verdadera novela-río, bien construida, que no ahorra efectos, plena de imaginación, con esa dosis de mesianismo que agrada, sin llegar a lo trágico.

Después, más adelante, advertí que se trata, en cambio, de una antología de varios autores, con muchos, demasiados, trozos de poesía, algunos francamente lamentables y aburridos, verdaderas jeremiadas sin pies ni cabeza.

Resulta así un engendro monstruoso que corre el riesgo de no gustar a nadie porque tiene de todo. Además, será un fastidio establecer los derechos de los distintos autores, a menos que el representante de todos ellos se encargue de eso. Pero el nombre de tal representante no lo encuentro ni siquiera en el índice, como si hubiera cierta reserva en nombrarlo. Yo diría que hay que tratar de ver si se pueden publicar separadamente los primeros cinco libros. En tal caso marcharíamos sobre seguro. Con un título como ‘Los desesperados del Mar Rojo’”.

Jaja.

Es cosa de dejarse contagiar. Si Boric “se contagió de optimismo” con el libro de Lavín, se preguntó un sagaz twittero, ¿por qué no “rescatar el espíritu de superación ante la adversidad de no poder ser considerado un buen artista” en Mein Kampf de Adolf Hitler?.

O dejarse contagiar por la prolijidad, por “una pega bien hecha”, del bueno de Raskolnikov que, empujado a la locura por el hambre y la pobreza, es capaz de borrar con minucioso detalle las huellas del macabro crimen de dos viejecitas indefensas en “Crimen y Castigo” de Dostoievky.

O, cercano a eso ¿cómo no ver la elegancia y el estilo cool en cómo un niño bien, forrado en billete, tras asesinar y esconder cadáveres en los clósets de lujosos hoteles de la ciudad, puede sentarse sin culpa a cenar un pato pekinés en el mejor restaurante de New York, como sucede en “American Psycho”?

O, si somos justos, finalmente, tendríamos que decir que el Quijote de la Mancha era un manifiesto ecologista avant lettre, por su apasionada descripción de la energía eólica.  

O, ya que hablamos de contagios, qué decir de cómo -así, como si nada- Mersault se echa al árabe que iba pasando en la playa, en “El Extranjero”, de Camus. Choro ¿no?

Y podríamos seguir, porque hay taaantos libros.

Pero dudamos que podamos seguirle el ritmo a nuestro presidente.