Mientras las fuerzas rusas destruyen grandes aglomeraciones ucranianas en el este del país, y las ilusiones de una “victoria” del régimen de Kiev se desvanecen, Estados Unidos busca llevar el conflicto a un nivel más peligroso.
En estos 100 días de conflicto, desde el comienzo de la “operación militar especial” rusa, los observadores militares en Occidente se han visto sorprendidos una y otra vez.
El intento inicial ruso, de imponer una solución política al enemigo mediante un avance ultrarrápido sobre los principales centros urbanos del noreste del país, combinado con un vasto movimiento sobre la zona costera en el sur y sureste, fue juzgado como una resonante derrota militar.
Pero los expertos confunden, nuevamente, el ámbito político con el militar.
Es cierto, ese objetivo no se cumplió. La retirada rusa de las fuerzas que habían avanzado sobre Kiev, y que eran objeto de un asedio constante y costoso sobre sus segundos escalones, elevó los ánimos del bando ucraniano y envalentonó a Estados Unidos que incrementó sus acciones para la prolongar la guerra.
El hecho de que Rusia debió adaptarse a nuevas circunstancias queda patente en la famosa denominación de “operación militar especial”. Más allá de su uso político y jurídico, demuestra que el objetivo primario era forzar un desenlace en un solo movimiento, complejo y que se extendía sobre múltiples frentes, pero uno solo.
Los observadores no repararon en el notable hecho de que Moscú quiso así emular la concepción bélica estadounidense, practicada especialmente en la segunda guerra de Irak. Pero mientras Estados Unidos empleó a fondo su doctrina del shock and awe, de “sorpresa y pavor”, dirigido en contra de los centros de poder político y la población, el gobierno ruso quiso, por razones políticas, limitar el daño a los civiles y, seguramente, preservar a parte del régimen para entablar negociaciones.
Sin embargo, los hechos demuestran que Moscú estaba preparado también, no sólo para una operación especial, sino para una guerra, es decir, muchas operaciones, muchos movimientos.
Tras el retiro de parte del contingente que había avanzado desde Bielorrusia, por la línea de Sumy y de Kharkov, Rusia reorganizó sus fuerzas y comenzó a dirigirlas en contra de las grandes concentraciones de tropas ucranianas, atrincheradas y fortificadas en el este del país.
En eso, los expertos vieron inicialmente un regreso a la antigua concepción de guerra de desgaste o fija. Desde la distancia, las tropas rusas martillaban sobre las líneas ucranianas. No se percataron de que un movimiento lento en contra de un enemigo numeroso y bien abastecido sigue siendo un movimiento.
Y recién ahora, en que esas operaciones están a punto de culminar, los especialistas se dan cuenta de lo que ocurrió. Más que establecer líneas fijas, las fuerzas rusas se han movido, causando pérdidas crecientes al ejército ucraniano.
Éste queda encerrado en sus posiciones que, por órdenes de Kiev, deben ser defendidas “hasta el último hombre”, en la expectativa de que la llegada de equipos de artillería de mayor alcance y el incremento del flujo de armamento, equipos y munición.
En pocos días, el triunfalismo dio paso a los diagnósticos sombríos; la evaluación de que el ejército ruso sufría de vasta desmoralización, un desgaste insostenible y un quiebre interno, ahora es reemplazada por alarmadas predicciones sobre cuáles serán sus futuros objetivos.
En las inmediaciones de Kharkov, se ha reactivado la lucha y el avance ruso, una zona que los ucranianos habían presentado como el escenario de una importante victoria. Ahora, las tropas en esa zona deben, luego de un breve respiro, volver al combate.
La bullada y muy anunciada “contraofensiva” en la región de Kherson, en el sur del país, se frenó con rapidez. Y en el frente principal, que ahora es Luhansk, se cierra el cerco a una importante concentración de tropas. Y contrario a lo señalado por los expertos, en esta segunda etapa de operaciones, Rusia ha podido rotar sus unidades e, incluso, enviar refuerzos, en contra de una defensa ucraniana que se va agotando.
Pese a todo el tráfago de armamento de última generación, la moral combativa de los soldados ucranianos está exigida. Han aumentado los motines o los actos de insubordinación de efectivos que reclaman una mejoría del armamento y de sus condiciones; que objetan la falta de conducción de los altos mandos que los envían a luchar en condiciones de inferioridad frente al enemigo.
Los poderosos aliados de Ucrania también muestran fisuras. El objetivo de Washington que era demostrar que se podía golpear y debilitar permanentemente a un adversario estratégico con medidas políticas, económicas y militares, se ha vuelto más difícil de lograr con el paso del tiempo.
La ofensiva en la esfera económica no ha inmovilizado a Rusia, pero ha lanzado a los aliados europeos de Estados Unidos a una crisis económica derivada de la guerra y la pandemia que la propaganda belicista no podrá tapar.
Pese a estas señales, Washington persiste en prolongar el conflicto. Decidió suministrar lanzacohetes múltiples HIMARS y drones pesados a Ucrania. Esto, en teoría, habilitaría a Kiev a realizar ataques directos sobre territorio ruso. Según Washington, el acuerdo con el gobierno ucraniano es que ese armamento sólo se usaría dentro del país.
Pero esa promesa no es verosímil.
Frente a la posibilidad del agravamiento de la crisis bélica, el Ministerio de Defensa de Rusia anunció ejercicios de las fuerzas nucleares en el noreste del país, que incluían una centena de vehículos entre los que destacan los lanzadores de misiles intercontinentales Yars.
El mundo gira tranquilamente con su población de miles de millones de seres humanos, mientras en las oficinas gubernamentales se juega con la existencia humana. Una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos no sólo destruiría a esos países y a Europa, sino que sumiría en la indefensión a millones de seres humanos que, día tras día, sin guerras, deben luchar por sobrevivir ante la desidia de sus gobernantes.
Después de 100 días, aunque la atención del mundo se dirija a otros asuntos, la guerra continúa y, con ella, sus riesgos globales.
Hay que hacer un llamado urgente, no a los gobiernos del mundo a ser más racionales, sino a los trabajadores a apresurar el camino hacia la toma del poder, por el establecimiento de gobiernos de la clase trabajadora.
Porque esa es la única forma para hacer frente a la locura del imperialismo actual.