Rendición incondicional

Habían jurado morir combatiendo. Sin embargo, los soldados nacionalistas ucranianos en Mariupol, finalmente, decidieron entregar sus armas y rendirse a las fuerzas aliadas de Rusia y de la república popular de Donezk.

Hace ocho años, las tropas ucranianas se apoderaron de Mariupol, una de las principales ciudades ucranianas que se habían sumado a la rebelión separatista en 2014.

Desde ese momento, se instauró un régimen de persecución y muerte en contra de los que apoyaban la causa separatista. El terror se incrementó con la llegada de los batallones nacionalistas que convirtieron a Mariupol, uno de los principales puertos de Ucrania, en su bastión.

Hoy, esas tropas ucranianas, entre la que se encontraban el batallón nacionalista Azov, se han rendido.

En una espeluznante muestra de la amplitud en que opera la propaganda de guerra, los medios ucranianos y occidentales describen ese hecho como una “evacuación” que sigue a la “conclusión de la misión de combate” en la ciudad.

Los “evacuados”, sin embargo, son apresados por sus enemigos y enviados a cárceles en Rusia y, bajo vigilancia, a hospitales del Donbas, en el caso de los heridos.

Y en cuanto “a la misión de combate”, ésta terminó con la capitulación de los remanentes de una de las principales fuerzas del ejército ucraniano.

El relato fue cambiando con el paso de las semanas. Al principio, se decía que las tropas nacionalistas en el Donbas y, concretamente, en Mariupol, resistirían cualquier embate ruso.

Cuando comenzó el avance incipiente hacia la ciudad, se negó que los efectivos ucranianos pudieran ser encerrados o rodeados.

Cuando ocurrió exactamente eso, optaron por resistir en medio de la población civil, instalando sus posiciones en edificios de departamentos, hospitales y escuelas. Pero, aún así, quedaron aislados.

El núcleo de su fuerza fijó su última defensa en las enormes plantas industriales de Ilich y Azovstal.

El régimen de Kiev proclamó que no se rendirían. Incluso otorgaron medallas a los caídos. A los vivos, les deseaban una muerte gloriosa y les prometían que serían elevados a la condición de héroes de Ucrania.

En esta semana, ya se han rendido 959 soldados ucranianos, incluidos 80 heridos, en Mariupol.

Soldados ucranianos se rinden en Mariupol, no son asesinados, ni quemados. Son tratados como prisioneros según la convención de Ginebra.

Parece que los tan ovacionados nacionalistas del batallón Azov no quieren ser venerados como mártires de Ucrania, sino que desean una vida más terrenal como prisioneros de los rusos.

Los subterráneos de Azovstal no fueron tan acogedores, ni la lucha por su país, ni la orden ejecutiva de resistir hasta el final, emitida por su presidente, suficientemente persuasivas.

Los mismos que proclamaban en los medios de comunicación occidentales que no se rendirían jamás ante los “perros” rusos, no fueron ni la sombra de sus víctimas, que murieron mutiladas, torturadas y humilladas.

En cambio, rogaron al Vaticano que intercediera por ellos.

Sus enemigos les dieron un camino que ellos les negaron a los que asesinaron. Podrán vivir, pero muchos serán juzgados por los crímenes que cometieron.

No son héroes, sino fanáticos de una ideología abyecta, la copia ambulante del orden nazi, que duraría mil años y que fue vencido a los doce.

La captura de la ciudad de Mariupol es un triunfo militar incalculable en esta guerra.

Sube la moral de los vencedores, les ratifica que su causa es justa y que, pese a que luchan contra todo un aparato militar enemigo, pueden erguirse triunfadores sin perder la humanidad.