El 9 de mayo de 1945 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, derrota a la Alemania nazi. Desde entonces, se celebra en esta fecha el Día de la Victoria, la capitulación de los alemanes ante los soviéticos en Berlín. Mientras en Moscú desfilaron tropas del ejército que combate en Ucrania, en Europa occidental se busca crear una “historia alternativa”.
El decreto de la policía de Berlín es claro.
Los días 8 y 9 de mayo, en unos 15 sectores de la capital alemana está prohibido manifestarse públicamente y, en particular, mostrar ciertos signos. Para que no haya dudas, se detalla que eso incluye “banderas soviéticas”, “cintas de San Jorge” (en referencia a las cintas de guardia, naranjas y negras, que atestiguaban el título honorífico de “guardia” de unidades destacadas del Ejército Rojo), el “uso de uniformes o partes de ellos”, la reproducción o el canto de “marchas militares” o “himnos”. Al final de su orden, la policía simplemente establece que está prohibido “favorecer la guerra de agresión rusa en contra de Ucrania”
Aunque el decreto no deja dudas, las autoridades alemanas igual tuvieron que hacer algunas contorsiones legales para imponer su prohibición. No por los derechos constitucionales de los ciudadanos, sino porque el Estado alemán se obligó, en sendos tratados internacionales y en sus propias leyes internas, a proteger los monumentos y símbolos de los vencedores de la segunda guerra mundial: el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos.
Pese a ese mandato, el 9 de mayo, que marca la capitulación general del ejército nazi ante los aliados, es una fecha ampliamente ignorada en Alemania, pero también en el resto de los países occidentales. Allí se prefiere conmemorar el 8 de mayo, cuando los mismos alemanes intentaron presentar su rendición, pero sólo ante Estados Unidos e Inglaterra, en un gesto final de cobardía. Pero no hubo caso. Tuvieron que repetir el acto, un par de horas después, pero ya el día siguiente, ante quienes habían sido los principales responsables de su derrota.
Por eso, y por la guerra fría que enfrentó a los antiguos aliados, hay dos efemérides históricas para el mismo hecho.
El 9 de mayo, entonces, conmemora especialmente la victoria de las fuerzas armadas de la URSS en una guerra, en que una imparable Alemania nazi, secundada por Italia y un gran número de colaboracionistas europeos, invadió la Unión Soviética y asedió las puertas de Moscú.
Enfrentados a la amenaza cierta de una inminente derrota, el gobierno soviético llamó a sus ciudadanos a “una guerra del pueblo”, “santa” o “sagrada” en contra del invasor. Y evocó la lucha en contra de las tropas napoleónicas, la “guerra patria”.
Las cruentas batallas que seguirían conformarían, pues, la gran guerra patria.
En esa guerra fueron asesinados por el ejército nazi o murieron combatiendo cerca de 27 millones de habitantes de la Unión Soviética. Ante las hordas nazis se plantó un pueblo en armas, en un principio sólo con el objetivo de frenar la máquina bélica alemana, y luego, en las contraofensivas. Entre sus muchos brillantes líderes militares, destacó el nombre el mariscal Georgy Zhukov, de oficio peletero e hijo de jornaleros rurales, quien combatió en la defensa de Leningrado, en la batalla de Stalingrado y dirigió la conquista de Berlín.
Al cumplirse 77 años desde la rendición de los nazis, hoy Rusia se encuentra sumida en otra contienda, también en contra de una poderosa máquina bélica. Esta guerra, para muchos, carecerá de la heroicidad o de una clara demarcación ideológica de la anterior. Pero, al igual que la Segunda Guerra Mundial, se trata de una guerra imperialista: gane quien gane o pierda quién pierda, el epílogo estará reservado a quienes pusieron dinero y armamento para lograr una conquista.
Se trata de la cruenta competencia por mercados y poblaciones que es llevada, a falta de otros medios, al campo de batalla. La lucha por la democracia, la libertad, o lo que sea, sólo son palabras para engañar a los incautos. No trepidan en usar terceros países para obtener sus fines.
Este es el caso de Ucrania, que es empleado como ariete contra Rusia. Mientras la guerra se circunscriba a sus fronteras, todos los países colaboran entusiastamente con Estados Unidos, enviando armas y dinero. Pero ante la posibilidad de que ellos mismos sean objeto de las hostilidades que podrían escalar en un enfrentamiento nuclear, rechinan sus dientes.
Ahora, cuando la historia se acerca a la guerra actual, las potencias occidentales deben intensificar sus contorsiones y, más aún, Alemania.
Lo inaudito, sin embargo, procede de aquellos ucranianos que reniegan de haber sido parte de la Unión Soviética, que reniegan de los millones de muertos a manos de los nazis, y que crean, con la ayuda de la propaganda occidental una historia paralela, en la que su país siempre fue una entidad perfectamente separada de Rusia.
En esa realidad alternativa, la minoría de colaboracionistas nazis fueron los defensores de la nación, y sus propios abuelos y abuelas, que combatieron esa podredumbre, representantes de un imperio malvado. Hoy, destrozan los monumentos a los héroes de la Unión Soviética en sus pueblos, aún de aquellos de origen ucraniano.
Pero en su acelerado descenso a la fantasía nacionalista, olvidan que ellos son sólo peones en este conflicto.
Días después de la victoria sobre los nazis, se realizó en la Plaza Roja, en Moscú, un desfile, en que Georgy Zhukov dirigió, sobre un caballo blanco, a las tropas del Ejército Rojo. Ante el mausoleo de Lenin, los vencedores arrojaron al suelo doscientas estandartes de los “invencibles” regimientos alemanes.
Habían caído frente a la ferocidad de un pueblo en armas.