Los sectores más reaccionarios saben que, si aplican un poquito de presión, el gobierno va a ceder a sus exigencias. Pero también saben que, si se muestran abiertamente, tal como son, les puede salir el tiro por la culata. Por ello, han armado una enorme y bien financiada red de influencia y propaganda.
#ParoNacional25deAbril, la consigna circuló profusamente por las redes sociales. Más de alguno que intuye que, ante la desmedrada situación actual, hace falta movilizarse, se preguntó si esa ya era la convocatoria que estaba esperando.
Pero el llamado sólo existía en el mundo virtual. No había ninguna persona real, ninguna organización que la respaldara. Y, además, le metían algunas cosas políticas medias raras, como la consigna del “rechazo”, que llamaban al cuidado.
Se trataba de una movilización “de bandera falsa”. Para ello, se emplearon los mismos canales que ha usado la derecha para hacer propaganda en los distintos actos eleccionarios o para apoyar a Piñera.
Y tan falsa era la convocatoria, que nadie hizo caso.
Excepto, por supuesto, los fieles camioneros, contingente dispuesto para cualquier tarea que deba desempeñarse con el método de la patá y el combo.
Bastó, como siempre, sólo con pequeños grupos, distribuidos en distintos puntos, para causar estragos en todo el país. Y, como siempre, contaron con el invaluable apoyo de Carabineros de Chile.
Pero ¡oh, sorpresa! los gremios de camioneros juraron y rejuraron que nada tenían que ver con los bloqueos de carreteras. Los que los hacían eran “independientes” o “descolgados”, aseguraban.
Claro, a los carcamales de los dueños de camiones, en teoría, no les hacía falta ningún paro. Están en negociaciones con el gobierno y éste les está dando todo lo que quieren. Exigen mantener la militarización del territorio mapuche, ahora mediante los pacos: el gobierno pone los recursos para convertirlos o conservarlos como ejército de ocupación. Piden que se aprueben en el Congreso las leyes represivas elaboradas por Piñera y Bachelet: el gobierno las hace suyas, como la de los organismos de inteligencia o los agentes encubiertos.
Y, desde luego, lo que realmente quieren es plata: no hay problema, busquemos dónde no hay, para dejarlos contentos, dicen las autoridades.
Lo que éstas no comprenden es que, si se cede un tantito así, la contraparte va a querer más y más. De ahí, el paro “de bandera falsa” para someter aún más, si cabe, a un gobierno que se ha demostrado extraordinariamente servil a intereses económicos espurios.
Lo de los camioneros, por último, es un truco evidente. Hasta un niño se da cuenta. El Ejecutivo, quizás, también, pero no le importa. Mientras reprime a los estudiantes en las calles de Santiago, declara que “las puertas de la Moneda están abiertas” para los… ¿sediciosos? ¿golpistas?
Los pobres seguidores del gobierno ya no saben qué pensar.
Pero la red política encubierta que se ha extendido en las últimas semanas es más sofisticada que los empresarios del rodado.
Por ejemplo: como los partidos de la derecha saben que, si se ponen a la cabeza del “rechazo” en el plebiscito por la nueva constitución, sólo van a lograr una derrota resonante, se mantienen en un prudente segundo plano.
Los que la llevan, son los propios intereses económicos de manera directa, pero encubierta. Un caso es, por ejemplo, la iniciativa “Con mi plata no”, impulsada por las AFP. Mucho dinero, mucha salida en los medios de comunicación y en las redes sociales, pero ningún rostro visible, excepto un veterano en estas operaciones, Bernardo Fontaine, actualmente convencional constituyente.
Fontaine había cumplido un rol similar años atrás, durante el gobierno de Bachelet. Entonces, se había aprobado una tímida reforma tributaria que, entre otras cosas, eliminaba el subterfugio del llamado FUT, que permitía que los grandes consorcios económicos prácticamente no pagaran nada de nada de impuestos. Fontaine -quien es hijo del antiguo director de El Mercurio que, financiado por la CIA, digitaba las operaciones de desestabilización durante el gobierno de Allende- lanzó una muy cara campaña “ciudadana” y “de las Pymes”, bautizada “reforma a la reforma” para frenar el proyecto en el Senado. Él, obviamente, nada tenía que ver con ninguna empresa ni mediana ni pequeña, sino que era entonces -y lo es hoy- director de Bicecorp, el brazo financiero del grupo Matte.
Y mientras se agitaba en contra de la reforma tributaria, el propio Fontaine estaba, con otros representantes empresariales, negociando en la famosa cocina de la casa del senador Andrés Zaldívar. Pronto llegaron a acuerdo. Y el Senado, es lógico, lo ratificó.
Ahora, los grandes grupos económicos aplican la misma receta. Y el éxito es resonante, hay que decirlo. Mientras en la convención, la maniobra de las AFP fue rechazada, el gobierno de Boric hizo suya la falsa bandera de la inexpropiabilidad de los fondos de pensiones y presentó un proyecto para consagrarla en constitución… ¡de Pinochet!
Mientras les niega a los trabajadores el acceso a sus fondos, bloqueando los retiros, le asegura un control perpetuo de los mismos a las AFP, porque ese es el efecto práctico de declararlos “inexpropiables, inembargables y heredables”.
La confusión es enorme.
Esta no es la única “campaña ciudadana” de origen opaco, con un discurso general, muy general, pero que persigue objetivos muy específicos. Y también hay otros mecanismos, más reservados, más corruptos, pero igualmente eficaces.
Sólo habrá que fijarse cómo queda en la convención constitucional el capítulo que trata sobre el agua o los recursos minerales. Si detrás de grandes palabras sobre “bienes comunes” y “relación indisoluble con la naturaleza”, aparece que todo sigue igual para quienes actualmente controlan las riquezas naturales del país, ya se sabe con qué recursos se obtienen esos resultados.
Pero el empleo de estos métodos encubiertos y de “bandera falsa” se debe a la debilidad del régimen político dominante. El gobierno, genuflexo y escuálido, ya perdió la iniciativa. Los partidos del régimen, de todos los colores, carecen de fuerza para dirigir.
Quedan sólo los dueños del boliche, que hacen lo que pueden.
Para hacer claridad, sin embargo, hace falta que los trabajadores hablen con su propia voz y eleven sus propias banderas de lucha, las auténticas, sin hacerle caso a los falsificadores de lado y lado.