El jamón del sándwich

El gobierno enfrenta presiones de lado y lado. La burguesía busca someterlo, mientras que el pueblo espera la satisfacción de sus exigencias. Las nuevas autoridades aducen que quieren ser mediadores entre ambas fuerzas. Pero sus acciones indican que se inclinan más por los intereses establecidos.

26 de abril de 2022

Parece ya una eternidad, pero hace un par de meses, el país estaba embarcado en una lucha a muerte contra “el fascismo”. A diferencia de otras circunstancias históricas, en esa ocasión bastaba votar por Gabriel Boric en segunda vuelta para conjurar la amenaza. Bueno, Boric ganó, pero el fascismo, curiosamente, goza de excelente salud y se desplaza campante por el país, más aún protegido por la constitución de la dictadura militar.

El actual gobierno muestra rasgos que desconsuelan al más acérrimo de sus adherentes. Su consigna de tratar a todos por igual, “sin discriminar”, se transforma en un arma de doble filo para él, pues de esa manera sólo privilegia a los grupos más pequeños de la sociedad, dándoles proscenio y mostrando que, al final, lo que cuenta es el dinero.

Ese es un problema radical de los jóvenes liberales del gobierno. Su estrategia es solucionar los problemas discutiendo con los referentes de cada opción.

En el caso de los burgueses, llueven las asociaciones de ganaderos, madereros, agricultores, comerciantes, AFP, exportadores, colegios profesionales, ex alumni de algo, ex ministros, pasando por los “amarillos”, hasta llegar a gremios como los camioneros. Cada uno tiene algo que decir y mucho que exigir. Y si no se conversa con ellos o no se logran acercamientos deseados, el “ambiente” se deteriora, “la democracia” se debilita.

¡Ay!

El Estado sigue subsidiando a los empresarios de los medios de comunicación mediante anuncios, sigue subsidiando a las forestales, sigue subsidiando el combustible de los camioneros, sigue protegiendo el traspaso de dinero de las AFP a los grandes grupos económicos.

¿Y cómo le agradecen al gobierno esos favores?

Con más presión y con maniobras de socavar y debilitar el precario poder del gobierno. En el conflicto del quinto retiro eso se vio claramente. Pese a llegar a acuerdos con la UDI y los republicanos para que voten en contra del retiro y a favor de su proyecto, y de pactar que los fondos de las AFP serían “inexpropiables”, al final, el gobierno igual perdió. La derecha sigue con sus campañas de agitación, los parlamentarios oficialistas traman su venganza por la humillación a la que fueron obligados y el pueblo, en general, odia de todo corazón al gobierno que le escamoteó su plata.

En la zona mapuche, las autoridades plantean que se debe negociar, pero lo hacen ampliando el poder de las fuerzas represivas y legitimando a los victimarios.

En la convención constituyente, el oficialismo privilegia la alianza con los partidos políticos de todo el espectro, pues ellos serían verdaderamente representativos, además de que con ellos se puede negociar, aun cuando sólo son una penosa minoría.

Por el otro lado, el pueblo tiene carencia de representatividad en los órganos del gobierno y se mueve en las sombras de la política.

Cuando las autoridades requieren llegar a negociaciones, no encuentran “interlocutores válidos” y recurren a los que se arrogan, más mal que bien, una representación de los intereses populares. Así, cuando deben tratar con los trabajadores, conversan con la CUT que, en realidad, ha dejado de representarlos desde hace muchísimo tiempo.

O buscan a los alcaldes como representantes auténticos de “la comunidad”. Y cuando las autoridades de gobierno van de paseo a las comunas, son encarados o apedreados.

Para el gobierno esas manifestaciones son sólo muestras de grupos minoritarios que quieren dañar, con secretos designios, su prestigio. Las movilizaciones populares, en general, se convierten así en expresiones de una masa peligrosa, a la que se debe resistir con la fuerza, o sea, con la represión de los pacos.

En cambio, cuando la derecha se manifiesta, no hay palos, sino ayuda y comprensión.

Si el gobierno persiste en su tesis de que la solución a los conflictos está en la negociación y en acoger los planteamientos de todos, al final va a favorecer a quienes pueden instalar “negociadores” en las famosas “mesas de diálogo”. Su derrotero no será distinto del de gobiernos anteriores que ampararon a la burguesía y reprimieron al pueblo.

Una muestra de esto son las palabras del ministro secretario general de la presidencia, Giorgio Jackson, que planteó que “todo eso es un cóctel muy difícil de desmentir uno a uno y ha generado un clima favorable al rechazo”, aludiendo a lo que sucede en la convención constitucional. El pretendido cerebro político del gobierno da cuenta de que se basa más en las encuestas truchas, pagadas por los mismos promotores del rechazo, que en la comprensión de la realidad.

Parece haberse olvidado que las personas votaron, como demostración de su hastío con las desigualdades vigentes, por una nueva constitución. Y también olvida que esa vía política la habían propuesto los mismos políticos pusilánimes para salvar régimen actual y, en ese momento a Piñera. Ese proceso, hasta cierto punto, se les fue de las manos, como todo lo que tocan, en realidad. Pero el único remedio que encuentran frente a ese problema es beneficiar ahora a las fuerzas más reaccionarias.

Esa es la consecuencia de pretensión de quedar al medio de los grandes conflictos sociales y políticos, se termina como el jamón del sándwich: alguien se lo va a zampar.

El presidente Boric ha hecho de su afición por los libros un atributo central de su marca: regala valiosas primeras ediciones, envuelve sus posiciones políticas en citas subrayadas y recomendaciones de lectura, emerge de su oficina en La Moneda para ser fotografiado con un tomo del epistolario de Diego Portales.

Ya que está en eso, podría revisar un clásico de su profesión: “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo. Ese ya sabía, en el lejano Renacimiento, que el gobernante “necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los nobles. Porque en toda ciudad se encuentran dos fuerzas contrarias, una de las cuales lucha por mandar y oprimir a la otra que no quiere ser mandada ni oprimida.”

Y explica que a ese gobernante le resultará más fácil apoyarse en el pueblo, porque “no puede, honradamente, satisfacer a los magnates sin lesionar a los demás, pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los magnates, queriendo éstos oprimir, y aquel, no ser oprimido.”

“Además”, sigue Maquiavelo, “un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil”. Pero debe tener ojo: “de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él; los más astutos y clarividentes siempre están a tiempo para ponerse a salvo, a la vez los que no dejan nunca de congraciarse con quien, esperan, resultará vencedor”.

Lo que el bueno de Maquiavelo, sin embargo, no consideró es el caso del que accede al poder con el apoyo del pueblo, pero quiere gobernar con el beneplácito de los nobles, que no dejarán de conspirar en su contra.

Lo que demuestra, al fin, que no todo está en los libros.