La palabra es terrible. Acaso, la peor que existe: “traición”. Pero quienes la practican, se hacen una idea bastante menos severa sobre sus actos. Hasta se ofenden cuando alguien les enrostra su conducta y se defienden entre ellos. Casi se podría decir que van “normalizando” la traición.
Los convencionales constituyentes tienen una idea bastante extraña de las relaciones humanas. Cuando alguien los ataca, lo “invitan”, no a tomar once, pero sí “a que nos tratemos con respeto y comprensión”.
Y de atacar, los atacan harto. Cuando la derecha no se queja de que no acepten sus “propuestas”, se dedican a provocar de lo lindo. “Flojos, totalitarios, flaites, ineptos, hipócritas, mentirosos, payasos” les dicen, así, al voleo, y sólo para entrar en calor.
Los aludidos, potencialmente todos los demás convencionales, sin embargo, raramente responden; a veces, unas risas o unos bufidos de indignación debajo la mascarilla.
Por eso fue raro cuando, en la votación del proyecto o informe de la comisión de Medio Ambiente, que fue rechazado en su segundo intento por no alcanzar, por muy pocos votos, los dos tercios, un grupo de convencionales comenzó a actuar como si, ahora sí, les hubieran sacado los choros del canasto.
“¡Traidores, traidores, traidores!” cantaba un grupo, mientras los destinatarios del infamante apelativo, pálidos, buscaban la salida más cercana.
Y no eran de la derecha. No, se trataba del llamado “Colectivo Socialista”, un eufemismo para decir PS. Lo había hecho de nuevo. En una cocina, al margen de la convención, habían impuesto sus términos a las propuestas de normas constitucionales.
Tienen la palanca para hacerlo. Si no les hacen caso, amenazan, impedirán que se logren los dos tercios, con el concurso, se entiende, de la derecha y los otros concertacionistas que andan por ahí. Si se juntan ellos, más algún otro que, justo, justo, tuvo que ir al baño, u otra que, inexplicablemente, apretó el botón amarillo de “abstención”, ya está el tercio que permite vetar lo que sea.
Sellado, entonces, el “acuerdo” y el “consenso” -en que ellos salían ganando- lo que faltaba era someterlo a votación en el pleno.
Y, ahí, ¡zas! votaron en contra.
No es primera vez que usan esa táctica. Ya habían firmado un pacto escrito para las normas del sistema política que bautizaron “el gran acuerdo”, luego de que hubiesen desconocido un trato anterior. Y cuando hubo que votar, de nuevo lo hicieron en contra de lo mismo que habían prometido apoyar.
Los convencionales más contrariados, el otrora importante grupo ecologista dentro de la convención, se cabrearon: “¡traidores!”, les gritaron. Una de ellos, incluso, leyó una lista, con nombre y apellido, de los traidores, para que todo el mundo los conociera.
Los traidores, por supuesto, nunca se consideran a sí mismos de ese modo.
Sólo Judas se arrepintió. “Fue y se ahorcó”, según Mateo. Pero eso lo dice la Biblia, que no es precisamente un ejemplo de exactitud fáctica. De hecho, y valga la redundancia, el capítulo de Hechos de las escrituras plantea que Iscariote se compró una parcela con las 30 monedas de plata y, de repente, tropezó, se pegó en la cabeza y murió.
Y, si se piensa bien, los traidores, al igual que Judas, no sólo no creen que hicieran algo malo, sino que son necesarios para lograr un fin trascendente.
En el caso de la convención y de los grupos de la ex Concertación, creen que son los llamados a podar el texto de los “excesos” que perjudiquen a los grandes intereses económicos y políticos. Por ejemplo, se han puesto como tarea salvar, al Senado, aunque sea con otro nombre. En las normas de Medio Ambiente, de lo que se trata es de ahogar cualquier riesgo para las transnacionales que explotan los recursos naturales y ahuyentar cualquier peligro de nacionalización.
Eso último ya lo habían logrado, en lo grueso, antes de la votación. Los defensores de la “¡única solución! ¡eco-constitución!” -y que después denunciaban la traición- se doblaron como un sauce bajo la lluvia y les dieron todo lo que pedían. Entre otras cosas, a otorgarle protección constitucional a las concesiones mineras, el mecanismo, inventado en la dictadura, mediante el cual las compañías extranjeras se apoderaron del cobre chileno.
¿Por qué, entonces, votaron en contra?
Porque saben que pueden sacar más en una nueva negociación. Mientras más se acerca el plazo de cierre y aumenta el riesgo de un fracaso de la convención, pueden exigir lo que sea y los demás, de buena o mala gana, accederán. Así que… tampoco hay que sobreactuar tanto la rabia que provocan los traidores.
Lo llamativo de todo esto no son los métodos mafiosos que emplea esta gente. Es cómo se ofenden cuando alguien les hace ver su condición. Entonces, se declaran… víctimas, de funas, presiones, “intolerancia al que piensa distinto”.
Notable.
Pero esta tropa sabe que tendrán apoyo y protección de sus semejantes.
“Es absolutamente inaceptable y, por supuesto, me preocupa que haya personas que crean que la manera de resolver las diferencias es mediante la agresión, la funa o el insulto”, declaró el presidente Gabriel Boric quien reflexionó que “de lado y lado, se ha naturalizado y pareciera que no importan los argumentos. Y cuando hay una diferencia, esa diferencia significa un abismo que da autorización para agredir a la otra persona. Eso no puede ser, esa no es la manera en que queremos construir democracia en Chile”.
No, claro que no.
¡Imagínese! Si cualquiera le dice ladrón, al ladrón; asesino, al asesino; o traidor, al traidor… ¡a dónde llegaríamos!