El nuevo personal político que gobierna al país muestra una especial forma de ver al pueblo: oscila entre la adulación impostada y el simple desprecio. Cuando se trata conflictos económicos, como el quinto retiro, prima la mirada de arriba a abajo.
El conflicto por el quinto retiro tiene algunas manifestaciones interesantes. En la comuna de Cerro Navia, durante una visita a un liceo, el presidente Gabriel Boric se acercó a un grupo de vecinos que quería saludarlo. Una mujer exclamó que Boric era “entero amarillo”. Le reprochaba que ahora se hacía “el loco con el 10%, después de que lo apoyaste. Ahora que soi presidente, lo querís cortar.”
El jefe de Estado retrocedió un paso, sorprendido. Juntó voluntad y gritó “¡Socia! ¡socia! ¿querís conversar?” La mujer dijo que no, que no hablaba con gente así. Ante, eso el presidente de la República respondió simplemente: “entonces, salga de aquí”.
La soltura, casi jovial, con la que la anónima vecina interpelaba a Boric se volvió indignación: “¿Y por qué, si estoy en mi comuna? ¡Estoy en mi comuna! Voh no soi de aquí, así voh podí caminar no más de acá!”
La escena se viralizó. Los adherentes del gobierno se lamentaron en redes sociales ante la “falta de respeto” a la autoridad política y denunciaban que la objetora había desechado la invitación (“¡socia! ¡socia!”) a conversar.
Pero el pequeño incidente refleja otra cosa: un profundo desprecio al pueblo que, en los ojos de los ahora gobernantes, no quiere comportarse como es debido.
Por eso, el gobierno pretende zafar del problema político del quinto retiro con un esquema en que el dinero de los trabajadores se traspasa directamente a las instituciones financieras.
Para los trabajadores, los retiros significan una ayuda importante para sobrellevar, no sólo los problemas económicos de sus hogares que, en muchos casos implican pagar deudas a familiares o amigos, además del sistema financiero, sino que, también, invertir en algún pequeño desafío económico para no depender de patrones, ayudar a un familiar enfermo, construir una ampliación en el hogar, hacer un viaje, comprarse algún objeto que normalmente no podría adquirir, etc.
La idea del gobierno actual, como la del anterior, es que los trabajadores deben ser unas máquinas que gasten su dinero sólo para seguir subsistiendo y que no pueden tener ambiciones de ningún tipo. No pueden comprarse un televisor, un auto, ropa o cualquier objeto suntuario.
Cuando lo hacen, ponen el grito en el cielo: ¡sacan su dinero sólo para gastarlo en cosas banales! Para ellos, deberíamos ser sacrificados y desprendidos siempre, el dinero de nuestro trabajo sólo debemos usarlo para no morirnos de hambre.
Esa es la visión que tienen del pueblo.
Para mucha gente, el gobierno tiene las manos atadas y por eso no puede superar la crisis. Pero no es así. Lo que el gobierno hace es seguir amparando a la burguesía, aunque eso dañe a la sociedad, pues un pequeño grupo de personas controla toda la economía y los recursos del Estado, haciéndose cada día más rico y poderoso con la explotación de los trabajadores.
El personal pequeñoburgués que compone al gobierno, simplemente se siente más cercano a ese grupo que a los trabajadores. Ese mismo grupo los ayudó a realizar sus postgrados en Europa, esos mismos les darán empleos lucrativos cuando dejen el gobierno, esos mismos los catapultarán -con los partidos políticos- a cargos y les darán acceso a ingresos equivalentes a su estatus, “que se merecen”.
Como lo sabemos claramente, los partidos políticos del régimen operan para su propio bienestar y el de sus correligionarios. El pueblo y sus demandas no son admisibles para ellos, porque en el día a día no están presentes en la política, no son actores fundamentales, a excepción en las votaciones.
Qué les importa que se deba hacer una rifa para un enfermo de cáncer, que se deban hacer canastas para llevar comida a personas que no tienen trabajo, que se deba llegar a una huelga para defender lo ganado, que debamos pasar horas viajando al trabajo, que convivamos sólo algunas horas con nuestros hijos después de llegar del trabajo. Nada de eso les importa, porque no lo sufren, ni lo sufrirán.
Séneca, un pensador romano, decía que los buenos deben probar todos los días que son buenos y cuando optan por lo fácil, por lo conveniente, dejan de ser buenos y se convierten en malos.