Nueva etapa, nuevos jefes

La primera etapa de la operación militar especial rusa sobre territorio ucraniano no fue ajena a críticas de parte de los expertos castrenses. Ahora, antes de recorrer su segundo tramo, se nombraron nuevos mandos, que deberán resolver los problemas en la ejecución táctica de la operación.

Alexander Dvornikov ha asumido el mando de la operación militar especial de Rusia en Ucrania. Los antecedentes de este general lo sitúan como jefe del distrito militar sur del ejército ruso desde 2016. En 2015 ostentó el mando de las fuerzas rusas en Siria, misión por la que fue condecorado con el título de héroe de la Federación de Rusia.

Su tarea es la reorganización de las fuerzas rusas en terreno, con cerca de 100 batallones tácticos que requieren más coordinación. Junto con su llegada se han reorganizado los mandos.

Coronel general Alexander Dvornikov

Una de las carencias evidentes en la primera etapa de la operación militar especial rusa fue la coordinación de las fuerzas. En las cercanías de Kiev sobraban fuerzas militares e incluso se producían embotellamientos masivos, mientras en el Este faltaban soldados para poder avanzar más rápidamente sobre el enemigo. La falta de tropas de relevo que asumieran el trabajo de vigilancia en las zonas ocupadas y, así, liberar a las tropas experimentadas, fue otro problema que ralentizó el avance.

La demora en la destrucción de los cuarteles, aeropuertos, arsenales, centros de abastecimiento de combustible y alimentación y, de las vías de movilización del enemigo vial y ferroviario, significó que el ejército ucraniano pudiera seguir resistiendo, a pesar de las bajas y la destrucción de equipo.

Un hecho notorio en el inicio de la operación fue la ausencia de bombardeos a las instalaciones militares y políticas en Kiev, con el fin de provocar la falta de conducción por parte del enemigo, tal como lo hicieron los estadounidenses en Irak, cuando bombardearon las instalaciones militares y del gobierno, incluso los edificios donde vivía Sadam Hussein.

Se puede especular que una de las razones que llevaron a mantener intacto el centro de poder ucraniano, fue que el gobierno ruso esperaba, erradamente, alguna reacción política del régimen de Kiev. Sin embargo, primaron los sectores subordinados a la estrategia de la OTAN de prolongar la guerra.

El nuevo mando tendrá que lidiar con finalización de la resistencia de las tropas nacionalistas en Mariupol, que están cercadas en dos locaciones. La tercera que aún quedaba, la zona portuaria, ya fue tomada.

Además, deberán buscar métodos para destruir las defensas ucranianas en el Donbas, que están en trincheras que fueron reforzadas en los últimos años y que pueden provocar una pérdida innecesaria de soldados y material bélico si se ataca frontalmente. Lo lógico sería rodearlos y aniquilarlos, pero para eso se requiere movilizar batallones, fuerzas especiales, el uso intensivo de la aviación y de todos los medios para bombardear las posiciones ucranianas en el frente.

También deben acceder a Odesa, que está a la espera de la ofensiva rusa destinada a liberarla. No pueden dejar de lado esta ciudad que fue el escenario de la masacre de centenares de ucranianos separatistas en 2014. Es un deber moral para con los habitantes de esa ciudad histórica. Además, Odesa es un eslabón estratégico para unir Rusia con el territorio de Transnistria y para dominar gran parte del Mar Negro, dejando a Ucrania sin salida marítima al mundo.

Quizás uno de los problemas más importantes es la condición en que quedarán los habitantes de los territorios liberados, pues no está claro si Rusia los tomará bajo su tutela o los entregará a Ucrania, luego de una negociación.

Esa cuestión marca la diferencia entre el apoyo activo de la población a los rusos o una actitud de cautela, por temor a las represalias en caso de que esas zonas vuelvan a Ucrania.

Esta decisión política afecta directamente a las operaciones militares. Hoy, más que tropas liberadoras, parecen tropas invasoras, obligadas a asegurar por su cuenta cada metro de terreno ganado. Si supieran, en cambio, que pueden actuar como fuerza de liberación, en esos mismos territorios se podría controlar la actividad de saboteadores y agitadores, normalizar las condiciones de vida de la población, y comenzar con la reconstrucción.  

El nuevo mando ruso también tendrá que vérselas con los aires triunfalistas del régimen ucraniano, que después de la visita de Boris Johnson, el primer ministro británico, plantea que está “listo para grandes batallas, incluso en Donbas. Y después de eso, Ucrania obtendrá una posición de negociación más sustancial, desde la cual puede dictar ciertas condiciones”.

Como se ve, el conflicto bélico no terminará prontamente, pues el régimen de Kiev sólo despertará de su sueño de posibles victorias cuando sus fuerzas en el Este sean destruidas, y sientan, otra vez, que la guerra se aproxima al Oeste.

En ese momento, los ahora dadivosos europeos renegarán de Ucrania, que deberá ver, sola, a qué arreglo llega frente a los rusos.