Las guerras no sólo se libran con cañones, proyectiles y pólvora. Palabras, imágenes y relatos también forman parte del arsenal. Y en el caso de Ucrania, la propaganda es su arma más potente o, al menos, necesaria para mantener el apoyo financiero y militar de las potencias occidentales. Así lo demuestran las últimas acusaciones de masacres en la localidad de Bucha.
El panorama es tétrico. Es como si hubiesen caído, en medio de la calle, así, sin más. Una persona yace en el piso, sus pies aún adheridos a los pedales de la bicicleta en que viajaba.
Las primeras imágenes de los muertos en la localidad de Bucha fueron registradas con teléfonos desde las camionetas en que avanzaba una columna militar ucraniana. Por lo visto, su misión era más importante que las víctimas, pues, impertérritos, continuaron la marcha.
Más, tarde, sin embargo, llegaron los corresponsales extranjeros y los fotógrafos de los medios oficiales ucranianos, que sí se detuvieron para captar un cuadro descorazonador. Y llegaron, según se informa, equipos forenses que, en tiempo récord, ya habrían realizado centenares de autopsias, para documentar los hechos y recopilar antecedentes para una investigación. El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, incluso anunció que creará un “mecanismo especial de justicia” para perseguir los crímenes.
Con el pasar de las horas, aparecieron más fotos y relatos terribles. Una fosa común con más de 300 cadáveres. Un cámara de tortura en un sótano con varios ejecutados de un disparo en la nuca.
¿Por qué esa barbarie? ¿Quiénes son los responsables del asesinato de civiles?
Hacer la pregunta ya es tener la respuesta. Son los rusos los que los mataron, en su retirada de las posiciones que habían detentado en torno a Kiev. Y lo hicieron, porque… son así. Pero inmediatamente, se repitió, por todos los canales, incesantemente, una palabra que podría explicar la matanza: Srebenica.
La masacre ocurrida en 1995 durante el conflicto en Bosnia marcó un giro en la guerra civil de la ex-Yugoslavia: la intervención de la OTAN que con su operación “Fuerza Deliberada” realizó una serie de bombardeos en contra de posiciones serbias, coordinados con una ofensiva terrestre de las fuerzas croatas en Bosnia.
El propósito de la analogía es transparente.
Sin embargo, las imágenes divulgadas muestran contradicciones inquietantes y flagrantes con el relato oficial. Los cadáveres evidentemente son de muy reciente data, en circunstancias que las fuerzas rusas abandonaron la zona en la noche entre el 29 y el jueves 30 de marzo. Un día después, el alcalde de Bucha, frente al edificio de la municipalidad, declaraba la localidad “liberada de los invasores”. El funcionario, exultante, no mencionó a sus vecinos asesinados que, días después, aparecerían tendidos en la calle.
Varios muertos llevaban vendas blancas en el brazo, uno de los distintivos usados por los soldados rusos, y también por civiles, en las zonas ocupadas por las fuerzas de la operación especial. En las fotografías de los cuerpos depositados en un sótano, esa improvisada insignia, que se debe a la similitud de los uniformes de los bandos en pugna, es notoria.
El gobierno ucraniano sabe que la versión de que los asesinatos habrían sido realizados arbitrariamente, sin razón, por soldados rusos, en medio de su retirada, no se sostiene. Pero su relato más elaborado, sustentado en la ominosa analogía de Srebrenica, dirige todas las sospechas en contra de sí mismo.
Porque son el ejército, los servicios de seguridad y grupos irregulares ucranianos los que han lanzado una campaña en contra de “saboteadores” y “colaboracionistas” pro-rusos en su territorio, y los que no han trepidado en usar ejecuciones sumarias y torturas como castigo. Y no son los rusos, sino los ucranianos los que han adoptado políticas de “limpieza étnica” que explicarían, justamente, este tipo de actos indiscriminados.
Las circunstancias son claras. Y el efecto de la campaña propagandística, también.
La adjudicación de crímenes horrendos al enemigo busca fortalecer a los sectores occidentales que propugnan una intensificación de las sanciones en contra de Rusia y el incremento de la ayuda militar a Ucrania.
Esa táctica ya había sido empleada en otras ocasiones como en las explosiones en hospital municipal Nº3 y el teatro de Mariupol. En ambas ocasiones, se culpó a Rusia de actos horrendos en contra de madres embarazadas y “miles” de niños que habrían perecido en bombardeos. Su rendimiento político es decreciente, en la medida en que las fabricaciones no pueden sustentarse.
Aun así, el régimen de Kiev persiste. Tiene cada vez menos armas a las que echar mano.