En la medida en que el debilitamiento del régimen de Ucrania se vuelve manifiesto, sus aliados comienzan a tirar líneas para sacar el máximo provecho de la situación y de la posguerra. Algunos quieren satisfacer antiguas ansias territoriales, a otros les conviene prolongar el conflicto y aun otros buscan cómo evitar un colapso económico. Los intereses son diversos frente a la derrota evidente.
Lenta, muy lentamente, parte de los observadores occidentales se ven forzados a reconocer la realidad en el terreno bélico. El periódico estadounidense The New York Times, famoso por su acceso privilegiado a fuentes de la “comunidad de inteligencia” gringa, tituló uno de sus últimos reportajes sobre la situación militar de la siguiente manera: “Contraofensivas ucranianas reconfiguran la guerra”.
Siguiendo esa pauta, los redactores consignan los informes exitistas del gobierno ucraniano, en el sentido de que sus fuerzas habrían hecho retroceder a las tropas rusas de sus posiciones en torno a la capital, Kiev. Pero más adelante, incluyen las declaraciones de autoridades locales ucranianas que niegan que haya habido cambio alguno en la situación. “No sé de donde salen esos disparates”, señaló el alcalde de la localidad de Makarov, supuestamente recuperada por los ucranianos, al New York Times. “No es verdad. Hay bombardeos y tanques rusos en la ciudad ahora mismo”, agregó.
En otra pieza, citando a funcionarios del propio gobierno de Ucrania, el periódico pone en duda la afirmación de “un alto funcionario del Pentágono” que había divulgado la especie de que las fuerzas rusas habían perdido control de parte de Kherson.
Se trata de las primeras fisuras en un relato propagandístico, hasta ahora, monolítico. Probablemente, se quiere, ahora, preparar a la opinión pública para los hechos y los resultados reales de los combates.
En el principal teatro de operaciones de este momento, Mariupol, al inicio del cerco se estimaba la presencia de entre 14 mil a 21 mil soldados en la ciudad. Ahora, las cifras más alentadoras hablan de siete mil soldados confinados en un sector, que incluyen tropas regulares, regimientos nacionalistas y defensa territorial.
Ese contingente debe decidir entre ser aniquilado o rendirse en algún momento, pues hoy sólo controlan el 30% de la ciudad.
Y también porque las fuerzas rusas continúan con los bombardeos persistentes, destruyendo material bélico y tropas. Un ejemplo de esto es el ataque con misiles a la base ubicada en el pueblo de Kalinova, que suministraba combustible a todas las fuerzas militares ucranianas del centro del país, o la destrucción del depósito de combustible en Konstantinovka, cerca de Kiev. En Dnepropetrovsk, que constituye el estratégico cierre del arco oriental del país, fue golpeado una base militar, provocando gran cantidad de bajas.
En Kherson, el rublo es la moneda de circulación. Entretanto, Rusia aprobó el envío de voluntarios a Ucrania. Lo más probable es que su tarea sea apoyar a las repúblicas populares, ayudar a la desnazificación, y liberar tropas hacia los frentes de batalla.
Moscú declaró que ha logrado “reducir significativamente” el potencial militar ucraniano, lo que les permitiría ahora asegurar las operaciones en torno a las repúblicas populares del Donbas, uno de los principales objetivos de la campaña.
Mientras tanto, el gobierno de Kiev baraja alternativas al devenir del conflicto. Hasta hace poco, el gobierno sólo podía tener como sede a Kiev. Ahora, una modificación legal le permite al gabinete cambiarse a otras ciudades. Quizás prevén que el asedio ruso los puede forzar a salir de la capital o temen ser derrocados por alguna fuerza militar propia que quiera negociar con Moscú.
La “operación militar especial” rusa tiene una contracara, pues el debilitamiento de Ucrania ha despertado viejos apetitos territoriales en el oeste. Es el caso de Polonia, que no sólo recibe el peso de los migrantes ucranianos, sino que, ante un colapso del gobierno de Ucrania, querría tomar todo el oeste de ese país.
El único obstáculo es Rusia y Bielorrusia. Para Polonia, el objetivo no es muy realista, en lo inmediato. Una incursión militar significaría que la OTAN ingresa directamente en el conflicto y eso podría llevar a una guerra total.
Los planes de Varsovia apuntan a una incursión por fuera de la OTAN, mediante contingente de “mantenimiento de la paz”. Para eso, debe negociar con Moscú y, quizás, prometer que esos territorios no serán militarizados, pero pasarán a ser parte de la zona de influencia de Polonia, país al que perteneció esa porción de Ucrania durante el período de las entreguerras en el siglo XX.
Pero esa iniciativa, que se condice con la campaña política en contra del nacionalismo ucraniano lanzada por el gobierno polaco a partir de 2015, tiene una consecuencia obvia: el arreglo se haría con Moscú y no con el régimen de Kiev.
El Reino Unido, que -Brexit mediante- no pertenece a la Unión Europea, es, junto a Estados Unidos, uno de los países que más ha presionado por aumentar el apoyo militar a Ucrania y la guerra económica en contra de Rusia. Está claro que les conviene a sus intereses ver a Francia y Alemania descolocados frente a la crisis actual y sometidos a los lineamientos de la OTAN. Boris Johnson dobla las apuestas, pues promete entregar tanques y aviones a Zelensky. El problema, por supuesto, es ¿por dónde? La ruta más obvia, Polonia, aumenta el riesgo sobre ese país y le quita margen para sus planes para la posguerra.
Estados Unidos, pese a que no quiere enfrentarse a Rusia, pues el campo de batalla sería el mundo, y en condiciones desfavorables, pues les costaría sumar aliados que quisieran voluntariamente convertirse en objetivos de bombas nucleares.
Aun así, vuelve a sugerir que la OTAN intervendría en Ucrania si Rusia utiliza armas químicas. Eso parece lejano a la realidad. Pero podría acercase peligrosamente, en caso de que agencias de inteligencia extranjeras provoquen atentados químicos, como sucedió en Siria.
Mientras eso no pase, dijo Biden en Bruselas, Ucrania deberá ver sola cómo resuelve sus problemas territoriales con Rusia.