Las guerras representan un choque de intereses, no de ideas. En la actualidad, no pueden ser vistas al margen de la competencia imperialista. Y, sin embargo, la campaña occidental en Ucrania se viste en el más sublime de los idealismos.
A medida que pasa el tiempo y el conflicto ucraniano recrudece, aparecen los testimonios de quienes han estado en una guerra interminable desde hace ocho años. “Esos perros del batallón Azov ejecutaban a la gente, monstruos”, dice un habitante de Mariupol que entrega su relato de los hechos sucedidos en los últimos días.
Es más, no podían huir de la ciudad porque los nacionalistas ucranianos los querían tener como escudos humanos ante el avance de las fuerzas rusas y de las milicias de la República Popular de Donetsk: “disparaban al convoy de los civiles que trataban de huir, autobuses llenos de gente”.
En las redes sociales estos nacionalistas claman por ayuda al régimen de Kiev. Pero la ayuda no llegará. Ya no declaran que resistirán o entregarán su vida por el nazismo, sino que tratan de escabullirse. Ayer, atraparon a cerca de 20 que pretendían huir por los corredores humanitarios.
En los retenes, los hombres deben mostrar sus tatuajes. Generalmente, los nacionalistas ucranianos llevan suásticas y emblemas nazis.
Los que no pueden escapar, deben pelear. En la lucha contra estos batallones no hay clemencia, a menos que se rindan.
Lo que sucede en Mariupol es lo que han querido evitar los altos mandos rusos. No el combate en las ciudades, sino que los militares ucranianos tomen a los habitantes de los centros urbanos como escudos humanos y provoquen muertes que pueden ser evitadas.
El ejército ruso ha tratado de rodear las ciudades y dejar accesos para que los civiles las puedan abandonar. Las fuerzas ucranianas, sin embargo, han recurrido al expediente instalar tanques y vehículos blindados en las áreas pobladas, además de emplazar francotiradores y soldados con equipos antitanque en las azoteas de los edificios. Como eso presenta un peligro real para las tropas rusas que se movilizan, se deben neutralizar los puntos de fuego y se destruyen edificios que están en el camino.
Se actúa con bajeza moral cuando aquellos que deben defender a su pueblo, lo transforman en estadísticas de muerte que, después, le son le enrostradas al enemigo.
Eso ha quedado en evidencia con la llegada de “voluntarios” y mercenarios extranjeros que quieren luchar por la “libertad de Ucrania” y que se encuentran con que reciben un curso sumario, munición limitada, y que deben firmar un contrato en que se obligan a quedarse en el frente “hasta el fin de conflicto”, so pena de ser tratados de desertores.
Como en muchas guerras, los mercenarios llegan cuando el régimen tiene la superioridad sobre el enemigo. Su tarea es resguardar las zonas conquistadas y terminar con los restos de resistencia.
Pero, en este caso, sólo sirven de carne de cañón. Decenas de mercenarios franceses, ingleses, chechenos, georgianos, alemanes, estadounidenses, canadienses y de diversas otras nacionalidades, también chilenos -aunque eso no ha sido comprobado- han muerto en los bombardeos tácticos de las fuerzas rusas.
La consigna de muchos de ellos, ahora, es huir de Ucrania. Si así trata el régimen ucraniano a los “idealistas” que luchan por “occidente” y “la libertad y la democracia en Europa”, basta imaginarse lo que les depara a sus connacionales.
El lento declive del régimen ucraniano es encubierto, en efecto, por un idealismo perverso que supedita a seres humanos a meras palabras. Democracia, libertad, civilización: el catálogo es imponente. No importa la realidad, no importan los intereses reales que están en juego.
La misma burguesía, los mismos gobiernos que denuncian al “dictador ruso” o condenan las violaciones a los derechos humanos, hasta hace algunas semanas realizaban viajes conjuntos al espacio, levantaban obras de ingeniería para llevar gas a Europa, realizaban transacciones económicas sin límites y evitaban las críticas mutuas a sus operaciones belicistas por el orbe.
¿Qué cambió? Alguien podría decir que nada. Pero lo que cambió es la sed imperialista, que busca, con desesperación, extenderse su dominación a nuevas a zonas, a sus recursos y mercados.
En este caso hablamos tanto de Ucrania como de Rusia. Lo que está en juego en controlar el poder económico y político de las más vastas extensiones. Pero esa pugna lleva irremediablemente a confrontaciones bélicas que se deben disfrazar como luchas por la “democracia”. Los que se interponen a esos planes, deberán pagar, como se pretende ahora con Rusia.