En estas semanas de conflicto, los campos de batalla en Ucrania son sólo uno de los frentes de la guerra. El enfrentamiento se libra, también, en otros frentes y a escala mundial.
En el frente diplomático, los Estados Unidos han tratado de recrear, sin éxito, la “coalición contra el terrorismo”, en la que se congregaron casi todos los países, luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
La motivación, entonces, era una ola sin precedentes de simpatía para con el pueblo estadounidense y, también un cálculo: más valía estar adentro que afuera. Los renuentes corrían el riesgo de ser declarados cómplices y sufrir la ira yanqui.
Pero hoy, la alianza en contra de Rusia comprende los satélites de Estados Unidos, la Unión Europea y a Japón. Los demás, sobre todo los llamados países emergentes, han evitado tomar partido en el conflicto. El apoyo activo a la estrategia de la OTAN y al régimen ucraniano parece ser mundial, pero, en realidad, representa a países que cubren sólo un 15% de los 7.900 millones de habitantes del mundo.
Lo que hace la diferencia es que esas naciones manejan gran parte de la economía del mundo, de los medios de comunicación, de los organismos internacionales. Con ello, pueden difundir sus puntos de vista y propagar sus “verdades”, sin que enfrenten objeciones. O, al menos, eso creen.
En el frente militar, la expansión de la OTAN fue uno de los detonantes del conflicto actual. Ucrania se atrevió a conjeturar que haría una limpieza de la región del Donbas, ya que contaría con la anuencia de esa alianza militar que la respaldaría. Como ya sabemos, ese apoyo no fue tal. Se limita a la entrega de material de guerra, pero evitando un choque directo con los rusos, pues ello significaría una guerra nuclear.
La consecuencia de esa aversión al enfrentamiento atómico es, sin embargo, paradójica.
A China ya le ha quedado claro que debe multiplicar sus ojivas nucleares, y mantener como socio y aliado a Rusia. Desde la perspectiva estratégica de Beijing, la única manera de desincentivar las actitudes belicistas de Estados Unidos y sus satélites es aumentando el potencial de destruir sus grandes centros urbanos. Esto supone que, en el futuro, quizás como nunca antes, estaremos frente a la posibilidad de guerras de destrucción masiva cuando se enfrenten intereses de las potencias mundiales.
En el frente comunicacional o de la propaganda, la ventaja de la coalición occidental es abrumadora. Los medios muestran una visión única del conflicto. No prima, incluso entre publicaciones “serias”, la objetividad en la entrega de las noticias, sino un guión que debe ser seguido al pie de la letra.
Al enemigo se le atribuye cualquier hecho, aunque no lo haya provocado, y mientras más aterrador, mejor. Lo importante es que el adversario quede como bárbaro y criminal en sus métodos, e irracional y depravado, en sus objetivos.
El frente social es quizás el más endeble para los que respaldan a Ucrania, pues deben lidiar con las repercusiones, en sus propios países, de las sanciones que ellos mismos aplican.
Hoy todos pueden estar contra Rusia. Pero mañana la opinión pública puede hacerles morder el polvo si se encarece el nivel de vida. O peor, si se provoca alguna crisis derivada del uso de calefacción, del alza de los combustibles, de escasez de recursos para el funcionamiento de las industrias o de la falta de alimentos para la población.
Líderes europeos que hoy campean impulsando el conflicto, sólo ayer estaban al borde del abismo político en sus países por su falta de conducción, por el racismo, por la inexperiencia política o por ser populistas.
En el frente humanitario, desde Rusia envían ayuda a las repúblicas populares del Donbas, así como a los territorios que han sido liberados del ejército ucraniano. Por el lado occidental, la entrega de ayuda humanitaria se dirige a los países receptores de los migrantes del conflicto.
Un hecho deleznable es enmascarar ayuda militar como “humanitaria” para que ingrese a territorio ucraniano sin ser detectada. También es importante destacar los corredores humanitarios que permiten a la población salir a los distintos países limítrofes del conflicto.
En el frente económico, todos llegan a la conclusión que la aplicación de un sistema de sanciones en contra de un país, al final, termina fortaleciendo a su régimen gobernante. De primera mano, y a un costo que es asumido por la población, descubre qué debe hacer para no ser controlado por otros.
En el caso de países más grandes, como Rusia, la interrelación de los mercados hace prever una crisis, no sólo en los países que están en disputa, sino también en naciones más pobres donde “la mano invisible” los abofetea con rigor.
Los otros frentes de guerra -hay más- demuestran las diferencias y desigualdades.
Muestran mundos distintos. El mundo altamente industrializado está embarcado en una pugna por el control de mercados y recursos, por una nueva y caótica repartición global. Importan poco las necesidades e intereses de la población. Lo que vale son las posiciones relativas en un capitalismo en crisis.
En el otro mundo, alienado y alejado, el orden es la supervivencia. Somos espectadores, primarios o secundarios, de los conflictos, pero nunca protagonistas.
En esta guerra de múltiples frentes, va siendo hora de que las naciones dependientes intervengan. Va siendo hora de que otras voces, otro tipo de conducción política, actúe en favor de los intereses de los pueblos.