Aventura en el sur

La incursión de la ministra del Interior, Izkia Siches, en tierras mapuche terminó en un “confuso incidente”. La pretensión del nuevo gobierno de mantener la acción del aparato represivo y, al mismo tiempo, ofrecer un “diálogo con todos los sectores” es una receta destinada al fracaso y a profundizar la militarización.

Izkia Siches no es una improvisada en el negocio político. Para dirigir el Colegio Médico, como ella lo hizo, hay que saber manejarse. Además, la doctora se prepara: es una entusiasta suscriptora de los seminarios sobre las “50 leyes del poder” basadas en la trilogía de Hollywood “El Padrino”, organizados por el periodista Mirko Macari y el sociólogo Alberto Mayol.

Esos doctos expositores, seguramente, no dudarán en comparar la escena de la mañana de este martes con aquel episodio en que Sonny, el temperamental primogénito de los Corleone, enfrenta una emboscada mortal en un peaje de Long Beach. Cómo no: de hecho, basan todas sus teorías en analogías, supuestamente ingeniosas, con la película.

Obviamente, el incidente en Temucuicui no cobró víctimas, excepto una 4×4 que le cerró el camino a la comitiva de Siches. Pero, así como el episodio de Sonny es, quizás, una parábola de que, antes de partir a tontas y locas, es mejor pensar los cosas antes, el susto que vivió la ministra también podría instructivo.

Por ejemplo: ¿por qué el Estado chileno podría ofrecer un “diálogo” al pueblo mapuche que incluya a sus opresores, específicamente, a las forestales, como lo anunció el presidente Boric?

O ¿por qué el deseo por “la paz” y “la recuperación de las confianzas” habría de lograrse bajo un estado de excepción constitucional? El gobierno, al parecer, cree, que como se estableció en la administración anterior, no es responsable del despliegue militar en las provincias de Malleco, Cautín y Arauco.

O, también ¿por qué se podrían iniciar conversaciones sin que se resuelva el problema de los presos políticos mapuche, algo que fue expresamente descartado por la propia Siches?

O ¿cómo podría realizarse una negociación si se mantienen en sus puestos los responsables de la represión policial y militar que vive el pueblo mapuche? El general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, fue parte de la comitiva ministerial. ¿Cuál era su función? ¿Qué legitimidad o, peor, confianza, podría infundir la cabeza de una institución corrupta, responsable de innumerables crímenes en contra del pueblo?

O, y no sigamos más ¿de qué, exactamente, quieren conversar con los mapuche? O ¿con quiénes, en particular? ¿Ignorarán las nuevas autoridades que el establecimiento de una “mesa”, como lo anunció la ministra, en que estén “representados todos los sectores”, ha sido la cobertura política de todos los gobiernos, desde Aylwin hasta hoy?  

Al igual que su antecesor, el presidente Boric es portento de frases hechas; rápidas consignas, imágenes evocadoras, pero vacías, declamadas con convicción. Pero mientras Piñera tomaba sus dichos de las colecciones del Reader’s Digest, Boric absorbió sus dictámenes en asambleas universitarias y tertulias de intelectuales progre, post-algo.  

De ese modo, afirmó que “no existe un ‘conflicto mapuche’, sino un conflicto del Estado con el pueblo mapuche”. De ser así ¿por qué no ocupa su papel, no tan insignificante, dentro de ese Estado para, no terminar, sino, al menos, morigerar ese conflicto?

Los fanáticos del nuevo oficialismo, por supuesto, ven pura injusticia en el episodio. O todo fue una provocación de la derecha o estos mapuche son unos malagradecidos. En cualquier caso, lo realmente importante son siempre ellos, los nuevos gobernantes.

Y estos últimos harían bien en ver -y pasarse- menos películas y de tomar nota de la realidad. Porque, aunque les cueste creerlo, nadie les debe nada a ellos.