Ser o no ser

El régimen de Ucrania se encuentra ante un dilema estratégico: capitular ahora o convertir la guerra en un conflicto prolongado, como el de Siria, con un costo humano inconmensurable. Estados Unidos favorece la segunda opción. Otros aliados occidentales, quieren que el gobierno ceda. Por ahora, Kiev quiere más tiempo para decidirse.

El tiempo. Unos lo tienen. Otros lo necesitan.

Las fuerzas rusas parecen poseerlo y en grado suficiente en los distintos frentes. En las zonas conquistadas se consolida la “desnazificación”. En el Este se busca aniquilar a los batallones nacionalistas. En el Sur se intenta extender el control de la línea costera y alcanzar Odesa. En Kiev y Kharkov se quiere asegurar el cerco, antes de iniciar las operaciones para entrar en las ciudades que, se prevé, serían de gran potencia destructiva y tendrían el objetivo de aniquilar a los defensores.

El trato, hasta hora, más deferente dispensado a las formaciones del ejército ucraniano, en comparación al que reciben los batallones nacionalistas, no ha surtido efecto. Ambas facciones de la fuerza militar ucraniana han mantenido la resistencia. No ha habido rendiciones de grandes unidades, ni una acción política autónoma de los mandos del ejército regular. Eso significa, para Rusia, cambiar la visión táctica del enemigo: todos deben ser aniquilados.

En el frente oriental, el territorio que cubre la República Popular de Lugansk está completamente liberado del ejército ucraniano. Lo que queda es suprimir los focos aislados de resistencia en la retaguardia, tarea que está en proceso.

En las ciudades liberadas se realizan operaciones de búsqueda de grupos de sabotaje que tratan de golpear a las unidades rusas.

En el Sur, en los últimos días se ha visto un tren blindado que circula llevando material de guerra y pertrechos a las tropas. Sólo se usan ese tipo de medios de transporte cuando las zonas son seguras.

En el frente de Kiev y Kharkov, deberían comenzar pronto las acciones decisivas, pues se han estado realizando movimientos destinados a estrechar el cerco y reunir fuerzas para acabar con la resistencia en esos lugares.

Algunos observadores han notado que parte de la fuerza del primer escalón que rodeó a Kahrkov ha continuado su avance. Podría dirigirse a fortalecer el cerco en torno a Kiev o, esa es la hipótesis, girar hacia el sur, en dirección Dniepro. Ese movimiento podría dividir en dos al país y encerrar a las tropas ucranianas en el Este.

En general, la primacía aérea es un elemento que va reduciendo el ámbito del enfrentamiento. Las operaciones ahora se abocan a tareas más específicas como las realizadas el martes: la destrucción de cuatro puestos de mando, tres estaciones de radar, dos depósitos de combustible y 23 áreas de concentración de armas y equipo militar.

Día a día, la destrucción del material bélico va dejando sin capacidades militares operativas al enemigo, lo que significa que puede rendirse… o resistir encarnizadamente.

Para Kiev, este panorama implica una sólo consecuencia inmediata: necesita tiempo.

En el terreno, ha optado por la táctica de frenar o, derechamente, impedir la evacuación de los habitantes de las ciudades sitiadas a través de los corredores humanitarios. La salida de población civil abre el camino a las fuerzas rusas para asaltar las ciudades cercadas, aniquilando a los defensores.

Esos corredores y su negociación son usados políticamente para ganar tiempo. El objetivo obtener armamento y personal militar extranjeros. En las conversaciones entre las delegaciones de las dos partes en Bielorusia se espera que se abran corredores humanitarios desde Kiev a Bielorrusia y hacia el sur, de Sumy hacia el sur, de Chernihiv hacia Bielorrusia y al sur, de Kharkov hacia Rusia y hacia Lviv, y de Mariupol hacia Rusia y hacia el noroeste.

En la zona de Kharkov, cuya caída sería catastrófica para el régimen, las tropas ucranianas han ensayado contraofensivas en distintos puntos. Su objetivo no es romper el cerco, sino frenar la consolidación de las posiciones rusas en torno a la ciudad.

En suma, se trata de ganar tiempo.

La creciente introducción de mercenarios extranjeros, en lo inmediato, da cuenta del debilitamiento general de los defensores ucranianos.

Pero también puede dar paso a un escenario similar al de Siria, que ya es conocido por los rusos. Allí, Isis o el Estado Islámico y otras facciones emplearon ese método: formaciones de extranjeros que resistían al gobierno local, aprovisionados de armamento y logística, arrastrando la confrontación hasta la actualidad.

Esa perspectiva se ve reforzada por los planes, voceados por Estados Unidos, de establecer un gobierno ucraniano en el exilio y que incentive la lucha interna. El presidente Joseph Biden dio luces de esa estrategia, al declarar que Rusia “podrá tomar las ciudades, pero no podrá ocupar al país”.

No es raro que nuevamente arrecien los rumores de que Zelensky habría abandonado Kiev y que estaría en la ciudad rumana de Brasov. Su esposa apareció en Lviv, en el oeste del país, cerca de la frontera de Polonia, a pesar de que el presidente ucraniano había afirmado previamente de que él se mantendría en Kiev “junto a mi familia”.

Más que el efecto moral adverso de que el jefe de Estado abandone la capital, las versiones sobre su paradero reflejan la pugna interna y con los aliados occidentales sobre el curso estratégico de la guerra: prolongar la resistencia como un modo de mejorar la posición negociadora del régimen frente a Moscú… o la opción, favorecida importantes círculos en Washington, de convertir la actual guerra caliente -que se mueve al borde de un cataclismo mundial- en una conflagración de menor intensidad.

Es decir, volver Ucrania en una nueva Siria, que mantenga a Rusia política y militarmente atada a un conflicto prolongado y desgastante.

El propio Zelensky, por su parte, en cada una de sus apariciones, en redes sociales, en entrevistas de televisión y en alocuciones telemáticas a parlamentos extranjeros, insiste que está en Kiev, dirigiendo el gobierno y el esfuerzo bélico.

Ahora ha dado, por primera vez, una señal distinta.  

Mientras que ante la cámara baja británica evocó a Churchill y prometió “luchar en el aire, en el mar, en los bosques, en las playas, en las calles”, más tarde reconoció, en una entrevista con el canal estadounidense ABC, que su interés por unirse a la OTAN se había “enfriado desde hace ya un buen tiempo”, porque la alianza no estaría “preparada para aceptar a Ucrania”, debido a que “teme a la confrontación con Rusia”.

Sobre el reconocimiento de las repúblicas populares dijo era algo que se podía “conversar y un compromiso sobre cómo esos territorios continuarán con su vida”.  

Considerando que esos puntos son el objeto mismo de la guerra, las declaraciones de Zelensky, ciertamente, son significativas, en vísperas del primer contacto político directo, en Turquía entre los cancilleres de Rusia y Ucrania. La señal podría ser esperanzadora de la posibilidad de un fin del conflicto.

Pero, en términos inmediatos y concretos, lo que hace es darle un poco más tiempo al régimen.

Zelensky, en su discurso transmitido por pantalla gigante en el parlamento de Westminster, no se limitó a citar a Churchill, para beneficio de los legisladores británicos que, con muy pocas y honrosas excepciones, como la del ex -líder laborista Jeremy Corbyn, se complacieron en la nostalgia imperial y militarista.

También pronunció la frase más famosa de William Shakespeare: “to be or not to be, that is the question”.

Al menos uno de sus aliados, más cercanos y personales, el gobierno de Israel, ha planteado ese mismo dilema de otra manera: “capitulación o desastre”.

De acuerdo a versiones de prensa estadounidenses e israelíes, el primer ministro Naftali Bennet habría informado que, luego de sus conversaciones con Vladimir Putin en Sochi, Rusia habría “suavizado” su posición y que ya no exigiría la “desmilitarización” completa del país, sino que sólo la de las regiones orientales.

Como eso, en el fondo, no es una novedad, sino que una consecuencia lógica de lo planteado por Moscú antes de la “operación militar especial”, las filtraciones israelíes sólo buscan presionar al régimen de Kiev.

A la presión israelí se sumó un duro mensaje, por vía diplomática, dirigido al régimen ucraniano. “Intolerables” serían las críticas y lamentaciones de Kiev de que Israel no haya enviado ayuda militar y de que mostraría “equidistancia” en el conflicto.

En otras palabras: “¡te estamos ayudando, y tú te quejas!”