Hoy comenzó el asalto a la ciudad de Mariupol, ubicada en la zona sureste de Ucrania. Las fuerzas combinadas rusas y de la República Popular de Donetsk lideran la tarea de aniquilar al batallón Azov.
Un hecho resalta en las operaciones de la guerra en Ucrania de este viernes: demuestra la situación en terreno e ilumina las razones de esta guerra.
En Mariupol, fue bombardeado la sede del cuartel general del destacamento especial Azov con un cohete Tochka-U. En el lugar murieron cerca de 20 militantes y 10 vehículos militares fueron destruidos.
Este episodio, en sí mismo, no llamaría la atención, si no fuera por un pequeño detalle. Los autores del ataque fueron las Fuerzas Armadas de Ucrania, y no sus adversarios rusos. El bombardeo, en efecto, fue una represalia en contra del grupo nazi, que se negaba a coordinar sus acciones con las tropas regulares ucranianas.
Es conocida la historia del batallón Azov, una unidad compuesta por voluntarios de extrema derecha y neonazis, que forma parte de la Guardia Nacional de Ucrania.
Su referente es Stepan Bandera, un colaboracionista ucraniano que sirvió a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y es el responsable de una parte sustantiva de los crímenes de lesa humanidad cometidos bajo el amparo del Tercer Reich.
Para el régimen de Ucrania, sin embargo, en ausencia de otros símbolos nacionalistas más remotos o menos inmorales, es un héroe de la patria. El aniversario de su natalicio fue declarado el día del nacionalismo ucraniano.
El batallón Azov fue declarado, en su momento, por Estados Unidos como un “grupo de odio nacionalista” y fue uno de los grupos que actuó impunemente en contra los habitantes del Donbas, torturando y matando a los pro separatistas.
Sus crímenes compiten en la escala del horror con los escuadrones de la muerte de América Latina y con los inspiradores del grupo Azov, las SS y Waffen-SS nazis: prisioneros crucificados, quemados vivos, colgados de árboles con alambres de púas.
Su cuartel general estaba en Mariupol, es el que fue destruido.
En los últimos ocho años, esas fuerzas imponían su sello al conflicto en el Este de Ucrania: el terror y los castigos a la población civil.
Estos batallones se nutrían de voluntarios neo-nazis europeos que llegaban a matar rusos. Fueron adiestrados militarmente por instructores de la OTAN, entre ellos estadounidenses y británicos, y recibían abundante material bélico de última generación.
El presidente Zelensky no sólo obviaba la impronta nazi de estos batallones, sino que los enaltecía como símbolo del espíritu de combate y de resistencia frente a los rusos cada vez que realizaba visitas al frente de batalla en la “operación de fuerzas conjuntas”, una nomenclatura, que de manera similar a la que ahora emplea el Kremlin, designaba una guerra civil.
El 2014, en Mariupol, separatistas se enfrentaron a militares ucranianos y se hicieron del control de la ciudad por cuatro días. Pero no pudieron resistir a las fuerzas de la guardia nacional y al batallón Azov. Entonces, esos grupos paramilitares nazis mostraron su valía matando a civiles desarmados que protestaban y a policías que intentaron defenderlos.
En estos días llegará el fin del batallón Azov, a manos de militares rusos y de las milicias de Donetsk.
Pero para hacer presente que no son iguales, el ejército ucraniano los empezó a aniquilar antes.
Por mientras, el avance de las fuerzas marcadas con una Z no se detiene.
Como lo indica esa letra Z, van “por la victoria”, за победу.