El freno al avance ruso en Ucrania, decretado por Moscú el viernes, a la espera de una definición del régimen local, no logró el objetivo deseado. El gobierno de Kiev busca retrasar la definición. La consecuencia es que las operaciones serán más cruentas y destructivas.
La “operación militar especial” rusa se inició con una preparación contundente y un avance continuo sobre el terreno. En tres zonas, las fuerzas rusas desplegaron movimientos de pinzas para fijar los grandes centros urbanos, mientras una parte de su fuerza avanzó sobre las ciudades.
La rapidez y el éxito de la fase inicial llevó al gobierno ruso a ralentizar las operaciones, mientras, tras bambalinas, se realizaban negociaciones preliminares con el régimen de Kiev.
Al final, no hubo cese al fuego. El gobierno ucraniano decidió subir el precio a la negociación.
Así, las fuerzas rusas quedaron en una situación incómoda.
Una parte de las tropas ucranianas logró escapar del cerco que se cerraba en torno a ellas, sobre todo en las zonas adyacentes al Donbas, donde respondieron con bombardeos de artillería en contra de la población civil.
Además, se incrementaron los ataques entre las líneas rusas: las fuerzas de apoyo a la primera avanzada habían quedado demasiado retrasadas y fueron el blanco de armas antitanques y de emboscadas.
En las ciudades, en tanto, reina el caos. Desesperado, el gobierno ucraniano comenzó a distribuir indiscriminadamente armamento entre la población civil. Además de los espontáneos que quieren defenderse de la invasión, la entrega de fusiles y munición fue vista como una oportunidad de oro por bandas criminales que han lanzado una campaña de saqueos en comercios y viviendas abandonadas.
La mayor parte de los combates dentro de la ciudad corresponde a confusas escaramuzas entre grupos de civiles, milicias nacionalistas, efectivos del ejército y policías.
En todos lados, se presumen “saboteadores” rusos que, sin embargo, no se pueden distinguir.
Mientras, la guerra continúa en el plano de la propaganda. El presidente Zelensky se muestra como líder de una heroica resistencia popular, mientras en Rusia poco y nada se dice sobre el avance de sus operaciones.
Mientras, diversos países europeos han anunciado el envío de más armamento a Ucrania, especialmente de equipo ligero y de modernas armas anti-tanque, adecuadas para el combate en las ciudades y sus alrededores.
El alto mando ruso debe ahora ajustar sus fuerzas y sus objetivos. No puede forzar una arremetida a las grandes ciudades, sin acercar más apoyo. Y para ello debe, antes, extender sus golpes a la infraestructura ucraniana.
Y no puede, incluso resuelto ese problema táctico, tomar los centros estratégicos sin un plan político.
La expectativa de que el régimen ucraniano, ante la evidencia del poderío ruso, cedería, no se ha verificado.
El cálculo obvio -y terrible- en el Kremlin es de subrayar esa “evidencia”, ampliando los blancos para el bombardeo aéreo y con misiles. Y esos pueden abarcar ahora objetivos de carácter económico, como refinerías o plantas eléctricas, además de militares. La consecuencia de ello, sin embargo, es que aumentarán los golpes a la población civil.
Se abre la tenebrosa perspectiva de un asedio más prolongado, con más sufrimiento y destrucción.