Las grandes potencias occidentales se superan en condenas a la invasión rusa a Ucrania. Y muchos países dependientes les siguen la corriente, expresando su indignación. México hizo un pequeño contrapunto que debe ser considerado.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo que su país, como actual miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, planteará que se condene “cualquier invasión de cualquier potencia”. “En este caso de Rusia, pero lo mismo si se trata de China o se trata de Estados Unidos”, agregó.
El mandatario es claro en articular que no sólo Rusia debe ser cuestionada sobre la invasión en proceso, sino que eso debe hacerse ante cualquier país que se arroga el derecho de invadir a otros, con la anuencia e incluso sin la anuencia de las Naciones Unidas, como ha sucedido en las últimas décadas en el mundo.
Estados Unidos y sus aliados, los países de Europa han corrido a criticar y rechazar la operación especial que Rusia realiza sobre suelo ucraniano. Toda vez que se realiza en Europa y contra uno de sus aliados. La manera de medir o la baza con que miden, por lo menos parece un tanto oportunista, pues esos mismos países no tuvieron ningún problema en apoyar los bombardeos a la ex Yugoslavia, también en territorio europeo e intervenir avalando matanzas entre la población civil de esas zonas. No han tenido problemas en apoyar a Arabia Saudita en la invasión a Yemen, incluso suministrando armamento, asesoría militar y un bloqueo con barcos. Tampoco tienen problemas los europeos y norteamericanos en mantener tropas en Siria. Incluso, menos problemas tienen en apoyar con armamento a un régimen como el de Israel, que vulnera los derechos humanos de los palestinos y mantiene una ocupación de sus territorios. Todo esto es sólo una muestra de lo que sucede en el mundo y también debería ser rechazado por todos los países.
Pero eso no ocurre, porque detrás están intereses políticos, económicos e ideológicos compartidos.
Si hablamos de invasiones que no fueron condenadas por todos los países, podemos nombrar algunas, sólo de las últimas décadas: la invasión “frustrada” de Cuba en 1961 por tropas mercenarias para derrocar el régimen revolucionario; la invasión de Granada en 1983 por tropas norteamericanas para derrocar el gobierno de Maurice Bishop; la invasión de Panamá en 1989 por fuerzas norteamericanas para derrocar al gobierno de Manuel Noriega; la invasión de Irak, en 2003; la invasión de Afganistán el 2001.
Esto, sin contar las intervenciones militares ocurridas en nuestra América, como Haití el 2004 por Estados Unidos, Francia y Reino Unido para derrocar al presidente Jean-Bertrand Aristide; Nicaragua en 1983, atacada por los “contra” mercenarios pagados por Estados Unidos para derrocar el gobierno sandinista; la amenaza de intervención militar en Venezuela; la intervención política de Estados Unidos para imponer dictaduras en casi todos los países latinoamericanos, etc.
Las invasiones, intervenciones armadas y bombardeos a otros países forman parte de la normalidad de la última centuria.
Algunos países y bloques políticos se sienten con la autoridad y la fuerza para intervenir en procesos de otros países y de imponer su ideología o sistema económico, bajo consignas como “defensa de la democracia y de la libertad”, el combate a “dictaduras”, etc.
Generalmente, los países atacados son aquellos que no comparten los mismos intereses. En cambio, hay una cantidad de países que debieran ser intervenidos por la ONU, porque se violan los derechos humanos, por matanzas o intervenciones, como: Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Marruecos, Ucrania, entre otros.
Y qué hablar de presidentes o mandatarios que avalan crímenes o intervenciones.
Las condenas, para que tengan valor, deben contemplar esta realidad. De lo contrario, los pronunciamientos más altisonantes quedarán como meros actos de sumisión.