Ahora, a la espera de la definición

Un día después de la “operación militar especial” rusa en Ucrania, los atacantes han ralentizado su avance, a la espera de una definición del régimen de Kiev. Ya hay señales de posibles negociaciones de un cese al fuego. Luego de las sanciones anunciadas el jueves, las potencias occidentales se han remitido a gestos mayormente simbólicos.

Volodimir Zelensky, el presidente de Ucrania, se hizo conocido como comediante en un programa de televisión. Actuaba el papel de un profesor de secundaria que, por azar, se convierte en presidente y busca aplicar soluciones de “sentido común” a los problemas del país. De su popular show televisivo, saltó a una candidatura presidencial y demostró que, por una vez, sí se puede transformar el rating en votos.

Su elección, en 2019, representó el hastío de los ucranianos con un régimen corrupto hasta la médula, aunque muchos intuían que Zelensky era sólo un títere del dueño del canal de TV que lo llevó a la fama, Igor Kolomoyskyi, el segundo hombre más rico del país.

Ahora, enfrentado al ataque ruso en distintos puntos del país, las apariciones públicas de Zelensky ya no siguen un guión claro.

Una vez que quedó en evidencia el descabezamiento de la capacidad defensiva ucraniana, Zelensky instó a las potencias occidentales a que acudieran en su ayuda. Al mismo tiempo, se quejaba de que esos países lo habían dejado solo. Y paralelamente, comenzó a buscar apoyos fuera de la OTAN, con países como Turquía o, incluso, Austria que, constitucionalmente, mantiene un estatus neutral. Zelensky confidenció a un asombrado canciller austríaco que no sabía si “mañana Ucrania todavía existirá”.

Muchos observadores interpretaron sus continuos contactos con el gobierno de Israel, no como una iniciativa diplomática, sino como un intento de preparar su huida hacia ese país. Zelensky, al igual que su jefe Kolomoyskyi, es judío. En un país en que el antisemitismo es muy extendido y forma parte habitual del discurso de los partidos nacionalistas, esa condición es, digamos, problemática. Por eso, Zelensky ha publicado varios videos para demostrar que todavía sigue en Kiev y en los que declara que no tiene intenciones de abandonar el país.

Las alocuciones del presidente han transitado desde las instrucciones “a quedarse en casa” a los llamados a “resistir a los invasores”; de los pedidos de auxilio militar a potencias extranjeras a la oferta a Rusia de iniciar negociaciones de un cese al fuego. Del mismo modo, Zelensky salta de un idioma a otro: por ratos, habla en ucraniano y, después, cambia al ruso, su lengua materna.

Lo errático de la actitud del jefe del Estado es el reflejo de la guerra de nervios a la que Rusia ha sometido a su adversario.

La decisión rusa de frenar su avance hacia los grandes centros urbanos ha sido evidente. Se han sucedido combates esporádicos en las afueras de ciudades importantes, mientras en Kiev, las fuerzas rusas han mantenido las posiciones que le permitirían, en un rápido golpe, tomar los centros del poder ucraniano.

¿Por qué no lo han hecho?

Todo apunta a que Moscú calcula que la espera debilitará internamente al régimen ucraniano. Al mismo tiempo, se ha sabido de la existencia de contactos entre el gobierno ucraniano y su contraparte rusa para entablar negociaciones. Los objetivos políticos de Rusia son la neutralidad permanente de Ucrania y garantías de seguridad para las repúblicas populares de Donezk y Lujansk, cuyo territorio podría ampliarse para incluir, por ejemplo, zonas como el puerto de Mariupol.

La permanencia o no de Zelensky como presidente o los cambios en el régimen ucraniano, en tanto, probablemente, son negociables.

Estados Unidos, en efecto, ya ha notificado al mundo de que no tiene más opciones para sostener al régimen ucraniano. A cambio, la OTAN incrementa su retórica de que no permitirá que “ni una pulgada” de territorio del pacto militar atlántico sea ocupada por Rusia.

La expresión usada por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, es llamativa. Es la misma que usó el secretario de Estado James Baker en 1990 cuando prometió que, luego de la anexión de Alemania Oriental, la OTAN no se movería “ni una pulgada” más hacia el Este.  

Estados Unidos busca generar la impresión de que aún puede actuar políticamente. Anunció sanciones personales en contra de los bienes de Vladimir Putin. La medida es efectista, porque Putin, por supuesto, no tiene activos a su nombre registrados en países occidentales.

También presentó una resolución ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La propuesta fue rechazada, como era de esperar, por el veto del representante de la Federación Rusa. Sin embargo, el acto simbólico promovido por Washington terminó en una derrota política, pues se abstuvieron China e India.

En una conversación telefónica con el presidente chino, Xi Jinpin, Putin anunció que está a la espera de las definiciones del gobierno ucraniano y que está dispuesto a entablar negociaciones. Xi, en tanto, señaló que “debemos abandonar la mentalidad de la Guerra Fría, dar importancia y respetar las legítimas preocupaciones de seguridad de todos los países, y formar un mecanismo de seguridad europeo equilibrado, eficaz y sostenible a través de negociaciones”.

Rusia puede mantener la pausa, relativa, en sus operaciones, a la espera de una definición del gobierno ucraniano, sólo por poco tiempo. Si no se inician las conversaciones pronto, deberá buscar el descabezamiento rápido del régimen, so riesgo de verse empantanado en combates desgastantes con las fuerzas ucranianas.

Hungría ya se ofreció como sede neutral para las negociaciones entre Moscú y Kiev.

Ahora, el régimen ucraniano debe hacer su movida. Quedan pocas horas.