¿Quién mató a Byron Castillo?

Ha pasado casi una semana desde la muerte del camionero Byron Castillo. Su asesinato dio origen a una gran agitación social y política. Pero a pesar que se ha detenido e imputado a los presuntos responsables, tres migrantes venezolanos, su muerte es un misterio.

Edgardo Ciso, Jesús Ramiréz y Víctor Arcilla  están ahora en la cárcel. No saben qué va a pasar con ellos. Son objeto del escarnio público y de imputación criminal: homicidio. Pocas semanas antes, sin embargo, lo único que querían era irse de Chile con sus familias.

Vivían en La Serena y no habían tenido suerte, ni plata, así que emprendieron una larga travesía a pie, desde la Cuarta Región hacia Perú. A pie es una forma de decir. En realidad, hacían dedo a los camioneros para que los avanzaran, tramo por tramo, en su larga ruta.

Ya habían pasado Antofagasta, cuando se desató la tragedia.

Ese día, el 10 de febrero, un grupo de camioneros que hacen la ruta entre el puerto de Antofagasta y la terminal marítima de Mejillones -un trayecto de una hora y media, a veces más, dependiendo del tránsito- decidieron que había que hacer algo con estos venezolanos.

Ese día, había habido jaleo en la carretera. Un grupo de migrantes les había tirado piedras a los camiones. Los colegas lo habían contado en audios de whatsapp. Incluso, en redes sociales, alguien había subido un video.

También por whatsapp se coordinaron siete conductores. Después de haber descargado la mercadería de la mañana en Mejillones, partieron, en sus máquinas, de regreso a la Panamericana.

Había que enseñarles una lección.  

En el paso que cruza la línea férrea Antofagasta-Bolivia, se toparon con los migrantes. Tres hombres, dos mujeres, dos niños; cuatro hombres, una mujer, un niño… nadie sabe bien.

En cualquier caso, se armó una discusión. “Un par de cachetadas”, dijo el único testigo -su identidad permanece bajo secreto- de la acusación, “la cosa no pasó a mayores”.

Eran pasadas las 11 de la mañana. Y la pelea –“maricón” por aquí, “huevón” por allá- se había prolongado una media hora, hasta que los camioneros decidieron que habían hecho su punto.

Siempre según el relato del -repetimos- único testigo de cargo, todos se subieron a sus camiones, excepto Byron Castillo, “el Cotorra”. Pero nadie se dio cuenta o a nadie le importó. Total, la riña “no había pasado a mayores”.

El camionero que relató todo esto a la fiscalía dijo que recién se dio cuenta de que no estaba cuando adelantó al camión estacionado de Byron y vio que la cabina estaba vacía.

¿Detuvo la marcha?

No. Para qué.

Y, entonces, le dijo a la SIP de Carabineros en la tarde de ese día, tres hombres tomaron al Byron y lo tiraron del puente. Lo vio por el espejo retrovisor. Días después declaró otra vez y lo que vio fue que lo empujaron, nomás, al Byron. Por la espalda. Un detalle.

Obviamente, en ese momento frenó y se bajó ¿cierto?

No.

Lo que hizo fue grabar un audio de whatsapp. Lógico. Eso es lo que uno hace en esos casos. “Algo le pasó al Byron. Devolvámonos, cabros”, dijo. Explicó que “en ese momento” prefirió no decir qué le había pasado al Byron. Claro, para no asustar a nadie.

Y, siempre según su declaración, recién entonces, paró el maldito camión y se bajó.

Ni se fijó en los agresores, si todavía seguían ahí, si se habían escapado, si, en una de esas, lo podrían atacar también. Quizás por los nervios. Sólo miró hacia abajo y gritó “¡Byron, Byron!”. Pero su amigo no respondía ni se movía.

El camionero-testigo descendió, finalmente, al lugar en que yacía Castillo. Le tomó el pulso, pero “no se sentía nada”.

Entonces, seguramente, llamó a Carabineros ¿verdad?

No. No hizo nada eso.

De hecho, nadie sabe qué es lo que hizo en las horas siguientes.

Porque recién a las 15 horas, es decir, cuatro horas después, o tres horas y media más tarde, si contamos la “discusión”, Carabineros recibe el llamado.

Un empleado de la concesionaria de la carretera había encontrado en un recorrido de rutina. Solo, en medio de la pampa. Y él había llamado al Samu y a los pacos.

Cuando llega Carabineros, constatan los hechos, observan el cuerpo, consultan con los de la ambulancia y con el capataz de la ruta y recién entonces aparece nuestro camionero-testigo protegido, con unos sobrinos o amigos. Les traen a dos venezolanos. Aseguran: “éstos fueron”.

Uno de los aprehensores civiles dice que estaba en La Chimba, en la parte norte de Antofagasta, trabajado, cuando lo llamó el testigo protegido, pasadas las dos de la tarde. Partió con otros más, en camioneta, a cazar venezolanos. Sostiene que encontraron a los sospechosos “a pocos metros” -pero varias horas después-, desde donde habían tirado o empujado, da lo mismo, al Byron.

Otro de los imputados fue detenido en Mejillones, pasadas las seis de la tarde. De nuevo, había sido denunciado por civiles. Pese a que era sospechoso de un homicidio, se supone, Carabineros de la tenencia local -recordemos, ellos habían iniciado el procedimiento- lo demoraron bajo el pretexto de un control de identidad, lo que, obviamente, es ilegal. No importa, porque a la hora llegó una orden de detención, con timbre y firma de la jueza y todo.

Nada cuadra mucho en este caso: un posible homicidio muy cruel y los que hacen la investigación y arrestan a los sospechosos son los propios involucrados en los hechos, que ninguno puede explicar muy bien.

¿Dónde están los otros cinco camioneros que estuvieron junto a Byron Castillo y el testigo protegido? La fiscalía, hasta hoy no ha podido ubicarlos, pese a que trató de postergar lo más posible la audiencia de formalización. ¿Por qué esos camioneros dejaron a su amigo “tirado como un perro”, como dijo su madre, durante horas? ¿Por qué los asesinos se quedaron en el mismo lugar? Es cierto, no tienen muchos medios y el desierto no brinda gran cobertura, pero ¿por qué no huyeron? Tuvieron mucho tiempo para hacerlo.

¿Quién mató a Byron Castillo?

Aunque sea exactamente como dice la fiscalía, unos venezolanos que lo lanzaron al vacío después de una pelea, alguien podría concluir que la víctima definitivamente encontró su triste suerte acompañado de muy malas juntas.