El símbolo de una clase

La salida de Andrés Allamand de la cancillería es, en sí mismo, poco más que un pequeño escándalo de verano. Pero su propio protagonista se empeña en convertirlo en el símbolo de la decadencia política y social de su clase.

Para ser, no el autor, pero, al menos, principal difusor, de la frase “la política es sin llorar”, Andrés Allamand ha resultado ser bastante sentimental y sensible. Simplemente, no puede comprender cómo hay gente que no celebra su designación en un oscuro cargo administrativo de un olvidado organismo internacional o, más bien, español.

Allamand es prolífico en frases célebres. Ahora se unirá a Joaquín Lavín en una especie de exilio dorado en Madrid. A ese mismo Lavín le espetó una vez, enojado y, es lógico suponerlo, con lagunas lágrimas de ira sobre sus mejillas: “¡hasta cuándo me vas a humillar, conchetumadre!”, cuando, nuevamente, comprobó el fracaso de sus planes políticos.

Las lágrimas son un contraste con el modo entusiasta en que Allamand inició su participación en la vida pública.

“La golpiza fue macabra. Al poco rato la cara del intruso era una masa informe, llena de sangre, moretones y polvo. Lo golpeaban sin piedad. Con verdadero rencor. Con franco odio. En medio de la paliza saltaba una que otra pregunta… antes que tuviera tiempo para contestar, nuevos golpes lo remecían. Gerardo los paró. Si no, lo mataban. ‘Ta güeno. Ya es suficiente. ¡Empelótenlo y échenlo a la calle!’ Apenas se tenía en pie. Le sacaron la ropa. A tirones. Rajándosela. Daba lástima. ‘Oye’ se dirigió a él Gerardo. Estaba de pie, con frío, con vergüenza y los sentidos algo embotados. La cabeza gacha. Tambaleándose. ‘¡Mírame!’ Una patada lo hizo levantar la cabeza. Gerardo sacó la pistola, que con anterioridad había guardado en la funda, y se la pegó a la sien derecha. El intruso casi se cae de miedo. ‘No te mato pa’ que les digai a tus amigos lo que les espera. Si te veo de nuevo, no te perdono. ¿Entendiste?’”

Así relató el joven Allamand sus andanzas en el comando Rolando Matus, una organización paramilitar del Partido Nacional durante el período de la Unidad Popular y cómo actuó su grupo cuando se encontró con un joven adversario político. Esa historia, contenida en su libro “No virar izquierda”, publicada en 1974, demuestra que Allamand era bien valiente, pero sólo en grupo.   

En efecto, el joven Andrés abandonó su colegio, el Saint George, para matricularse en el Liceo Lastarria, condición necesaria para postularse a la Federación de Estudiantes Secundarios, como candidato de la juventud del Partido Nacional.

Ese ímpetu, aparentemente personal, estuvo siempre bien resguardado por mayores protectores, las principales figuras políticas de la derecha tradicional, el senador Francisco Bulnes y, después, Sergio Onofre Jarpa.

Durante la dictadura, Allamand se dedicó a estudiar en la universidad. Después, fue ubicado en un puesto en el Banco de Chile y volvió a emerger políticamente en el período de mayor crisis de la dictadura, como uno de los delegados de Jarpa en el llamado “Acuerdo Nacional”. Ese fue un intento de fraguar una salida negociada que detuviera las protestas populares. Participaron Pinochet, la derecha, la DC y la Iglesia Católica.

Por supuesto, ese intento fracasó. Fueron otras iniciativas políticas, en que el papel de Allamand fue más tenue, las que llevaron a la conformación de la Concertación y su pacto con la dictadura, bajo los auspicios de Estados Unidos.

Allamand también estuvo ahí, como uno de los principales dirigentes de la derecha. Sin embargo, al poco andar, su proyecto de crear un gran partido, Renovación Nacional, que agrupara a todos los sectores, falló. La escisión de la UDI, bajo Jaime Guzmán, creó la verdadera conducción política de la derecha. RN, pese a tener a más votos en las primeras elecciones de la transición, ocupó un lugar subordinado.

En ese período, Allamand diseñó un nuevo plan político que se conoció como la “patrulla juvenil”. Una nueva generación de políticos derechistas, decía, debía dejar atrás el legado de la dictadura. Sus integrantes eran Sebastián Piñera, Evelyn Matthei, Alberto Espina y él.

También eso terminó en un aborto. Matthei y Piñera se vieron envueltos en una intriga con los aparatos de inteligencia del Ejército, Allamand terminó derrotado y humillado, y Espina, bueno, Espina ¿qué se puede esperar de él?

Sus sucesivas derrotas políticas, en todo caso, no impidieron que Allamand siguiera en la primera línea. Hacía las veces de representante de una supuesta “derecha liberal y democrática” que, sin embargo, nunca lograba imponerse. Entre otras cosas, porque no era ni liberal ni democrática. La otra razón, quizás, fuera el propio Allamand.

Como parlamentario votó en contra de la ley de divorcio, por ejemplo. Pero no dudó en divorciarse de su esposa, una vez que ya regía esa norma.

Cuando un nuevo fracaso político lo dejó fuera del Congreso, Allamand emprendió lo que llamó su “travesía por el desierto”, un período de dos años en que se dedicó a viajar por el mundo y realizar diversas tareas para organismos internacionales. En un libro con el mismo nombre, Allamand reflexionó sobre lo que llamó los “poderes fácticos”, otra frase famosa que él creó. Estos poderes, los medios de comunicación (aunque se refería específicamente a El Mercurio), las Fuerzas Armadas y el gran empresariado, sostenía, impedían que surgiera una fuerza de “centro-derecha liberal y democrática”.  

En eso, indudablemente, tenía razón. Los partidos de derecha son, hasta hoy, sólo una parte del régimen político, en que deben desenvolverse con otros partidos, incluso de “izquierda” y, por cierto, los grandes grupos económicos, el ejército y otros componentes.

Pero lo que a Allamand se le escapó es que la existencia de ese régimen corresponde a los intereses políticos de conjunto de la clase a la que pertenece. Cuando, finalmente, cayó en cuenta de su error, su trayectoria política estuvo marcada por la defensa férrea de las posiciones más reaccionarias. Pero eso tampoco le deparó éxito. La UDI y otros rivales sistemáticamente le ganaban la jugada. De allí su expresión “hasta cuándo me vas a humillar”, etc.

Allamand anduvo en el Senado, sede Santiago, cuando se fraguó el pacto del 15 de noviembre de 2019. Se sentía el representante de Piñera en las tratativas. Pero, también aquí, falló. Su postura de “que sí, que no”, “esta es una línea roja que no se debe cruzar”, exasperó a sus colegas, también a los de la derecha. Finalmente, el acuerdo se cerró, en el baño de hombres, entre dos políticos de trayectoria menor, Gabriel Boric y Juan Antonio Coloma.

Allamand, como siempre, perdió.

Ahora, anuncia su “retiro definitivo” de la política nacional. Allamand es un símbolo de una clase que se caracteriza por la mediocridad, la incompetencia, la ceguera, la cobardía, la arrogancia, la estupidez y la infinita capacidad de mantener a flote a los más ineptos de sus representantes. Se refleja en ellos, como en un espejo.