Violeta Parra: la memoria del pueblo

Un 5 de febrero de 1967 Violeta Parra deja este mundo. 55 años han transcurrido. Desde ese día su figura no ha hecho sino agigantarse. El vínculo con su pueblo es hoy una arteria que corre profunda y vital. Desatadas todas las fuerzas de la historia, su presencia desafiará al tiempo y al espacio para recorrer junto a su pueblo las tareas del mañana.

Violeta Parra dijo alguna vez: «La muerte no es tan importante como la vida. La gente sólo se asusta si no ha sembrado nada».

Violeta no siente miedo entonces. Toda su vida es testimonio de una urgente necesidad de sembrar. Necesidad que ella traduce en acción vital. Así la vemos crecer, ungida por la estrella de la creación en medio de los suyos. En medio de los pobres, los campesinos, los proletarios de todos los oficios.

Violeta aprende a cantar, a tocar la guitarra, a confeccionar arpilleras, a pintar, a componer, a usar la palabra, a esculpir, a recoger de la tradición popular, a investigar, a interpretar, a sintetizar, a mezclar, a combinar. Como todos los hombres y mujeres brillantes, Violeta sabe elegir los hilos precisos del pasado, de la tradición del pueblo, se hunde en las raíces del Chile campesino y pobre, en sus mitos y esperanzas, los elige con precisión intuitiva, luego incorpora los hilos del presente, el hombre y la mujer, amando, sufriendo, bregando contra la injusticia, contra la opresión, la explotación y comienza la labor del científico, del artista, del revolucionario.

Nuevamente sin miedo a nada, con urgencia.

Lo que Violeta Parra dará a luz, es el preciado regalo que aporta «lo nuevo» para la construcción auténtica del alma del pueblo, su aporte al proceso emancipatorio es crucial. Su expresión en la música, la poesía, la pintura, el arte en sus múltiples facetas es inédita en la historia, invaluable e imborrable.

Infancia pobre y campesina. Violeta descuella desde niña en los estudios, pero la falta de dinero es un escollo. Por intermedio de su hermano Nicanor, ingresa a la Escuela Normalista en Santiago, pero no logra terminar. Hay que vivir. Vivir significa «parar la olla». El oficio de juglar se desarrolla fuera de las aulas de la academia. Violeta y sus hermanos, Roberto y Eduardo, tocan en una cantina, «El tordo azul». La historia ha comenzado mucho antes, cuando en el lejano pueblo natal, recorrían con los hermanos las casas, y tocaban para que les regalaran un pan. Violeta es pizpireta, inteligente y hábil. ¿Quién podría haber imaginado a esta muchacha morena y pequeña en Paris, en Ginebra, exponiendo sus arpilleras, su arte en el Museo del Louvre. Compartiendo en L’Escale en la capital francesa con intelectuales y artistas, inaugurando la famosa peña Naira en Bolivia, marchando por la paz y contra la guerra imperialista en el viejo mundo? Violeta es incansable. No para jamás. Violeta crece y desarrolla su conciencia. Su arte también sufre transformaciones, natural en uno que se nutre de la gente. De la realidad.

Su versatilidad es renacentista, su carácter riguroso, imperativo, es una mujer compleja, intensa, que no conoce de medias tintas, que parece ir salvando los obstáculos materiales de la existencia con una concentración, método, y voluntad que sólo podemos imaginar surgían de una tarea autoimpuesta, consciente, aunque no manifiesta. Es osada, no teme combinar, probar, quebrar fórmulas, pero también casi por impulso descubre como usar técnicas de gran sofisticación en la música, en la poesía, en las artes plásticas, en todas las expresiones estéticas en las que incursionó.

Arpillera «Contra la guerra»

Violeta Parra es una revolucionaria. Lo es es un sentido cultural, artístico, musical, literario. Lo es en un sentido histórico. Cada una de las actividades que desarrolla en el ámbito cultural, político, social, son anticipatorias, su vida misma, en tanto mujer, lo es también, de vanguardia. Pero también es semilla para las generaciones que le siguen. Violeta es el puente- dijo Patricio Manns. Lo es, ciertamente, de la llamada «nueva canción chilena». Esa que rompe los dictados de la radiotelefonía de la época, al servicio de los intereses de la clase dominante, para oponer una propuesta popular, radical, de clase. Esa que incluye a lo más granado de la música chilena: Rolando Alarcón, Víctor Jara, Osvaldo Rodríguez «Gitano», Ángel Parra, Isabel Parra, y el propio Manns entre otros. Pero también, por descontado, la de todos los músicos que vienen después de ella y que han de beber de la fuente inagotable de sus descubrimientos, de su estilo, de su vocación. Violeta es la estrella señera.

No nos cabe ninguna duda que el cordón vital que la une a su pueblo se ha tornado con el devenir indestructible. Aún más, universal. Ella es y será parte de la memoria popular. El canto coral del futuro lleva los compases de una o de varias de sus canciones, legado hoy de la humanidad. Himnos como «Gracias a la vida», «Volver a los 17», «Run Run se fue pa’l norte» y un largo etcétera. La construcción de una genuina identidad americana la contiene y la trasciende, como contiene y trasciende la voz de Martí, Mistral, Huidobro, Onetti, Arguedas, y tantos más. Viola, Violeta, pequeña y gigante, resuelta y determinada, genial e irrepetible, tierna y feroz. Nuestra. De las nuestras.