La deshonestidad como principio

El nuevo ministro de Hacienda fue tildado de “neoliberal” por uno de los más connotados dirigentes de la coalición del nuevo gobierno, Daniel Jadue. Mario Marcel respondió que no era neoliberal, sino “socialdemócrata”. Ok. Te creemos.

3 de febrero de 2022

El nuevo ministro de Hacienda, Mario Marcel, no aceptó de manera ligera ese cargo.

“Largas conversaciones” con Gabriel Boric precedieron esa decisión. Cuando finalmente se anunció, por una coincidencia absolutamente increíble, no pudo presentarse en público. Primero fue declarado -o se declaró a sí mismo- “contacto estrecho” de Covid y, luego de varios días de aislamiento, él mismo contrajo el virus, lo que es raro, pero, con este ómicron, todo puede pasar ¿verdad?

El punto es que, en uno de los momentos cúlmine de su carrera, Marcel tuvo que quedarse encerrado en su casa. Esa circunstancia es inconveniente. Pero, por otra parte, le ha ayudado, sin duda, a evitar preguntas incómodas.

Por ejemplo: ¿cómo un defensor tan acérrimo de la “autonomía” del Banco Central sostiene “largas” y, sobre todo, secretas, conversaciones con un candidato presidencial sobre cómo dirigir la política económica del gobierno? ¿Será común que los consejeros del tan “autónomo” Banco Central realicen estas reuniones? ¿Quizás con otros actores políticos? O ¿quizás con importantes dueños del capital? Y, si fuera así, la sagrada “autonomía” del Banco Central ¿no quedaría como un simple manto para esconder tratativas políticas y económicas ante la población y, además, no asumir ninguna responsabilidad frente a las consecuencias de esos acuerdos?

Corrijamos, entonces. No son preguntas incómodas. Son retóricas.

Este jueves, sin embargo, una vez anunciada por el Banco Central una nueva alza de la tasa de interés, Marcel discó, temprano en la mañana, el número de Radio Cooperativa, para que lo entrevistaran. Y allí dijo que él no era neoliberal, como algunos creen, sino -“desde siempre”- un socialdemócrata.

El presidente electo eso ya lo sabía. Así lo confidenció el domingo pasado en Tolerancia Cero. Explicó que en sus “largas conversaciones” llegó a la conclusión de que Marcel es “un socialdemócrata, socialdemócrata, yo diría del cuño pre-Giddens… de… de… uno, uno de los primeros libros…, bueno, una vez me pasó un libro… cuando fui a su casa… no por estos temas, sino por otras discusiones… y el libro era sobre la construcción del “En-Eich-Es” en Inglaterra… donde él, además, residió por un tiempo… y, por lo tanto, creo que es una persona que está comprometida con la construcción de Estado que garantice derechos sociales universales…”

Tierno.

Ni Boric se molestó en revelar, ni los periodistas del panel le preguntaron, qué significa “pre-Giddens” o “En-Eich-Es”, o sea, NHS, en inglés. Quizás ya sabían exactamente a lo que se refería el presidente electo o prefirieron omitir esa parte, para no quedar como ignorantes.

Bueno, expliquemos nosotros, entonces.

El National Health Service, o NHS, es sistema de salud público del Reino Unido. Es financiado por el Estado y sus prestaciones son gratis (o, más bien lo eran, porque hoy cobran igual, cuando pueden). Fue creado después de la Segunda Guerra Mundial, siguiendo los planes trazados por especialistas del gobierno “de unidad nacional” dirigido por el conservador Winston Churchill. Quien lo implementó, sin embargo, fue el Partido Laborista que asumió en 1945. Es una gran conquista de los trabajadores británicos, y que han podido preservar, más mal que bien, hasta hoy.  

El Baron Giddens, de nombre plebeyo Anthony, en tanto, es un sociólogo inglés que fue -cosa curiosa- un gran amigo de Muammar Gadaffi. Es autor de dos libros, cuyos títulos, si no su contenido, se hicieron muy famosos: “Más allá de izquierda y derecha” y “La tercera vía”, que fueron recogidos, al vuelo, por el primer ministro británico Tony Blair, de quien Giddens fue asesor.

Lo que planteaba Giddens era que la socialdemocracia, en general, y los laboristas del Reino Unido, en particular, debían superar lo que quedaba del antiguo Estado de bienestar, “que les quita a los ricos para darles los pobres”, a favor de un Estado más “moderno” que no “limitara” a los mercados, sino que ayudara a que “funcionen”. Y recomendaba a la “izquierda” que debía adaptarse“a los mercados, el rol de la empresa y del capital privado en la creación de la riqueza”.

O sea, sus recetas sirvieron para darle un barniz intelectual a lo que hizo el gobierno de Blair, que era socialdemócrata y neoliberal, todo junto, a la vez. Eliminó las conquistas de los trabajadores y atacaba a sus organizaciones, mantuvo y profundizó las privatizaciones, convirtió la educación superior en pagada, favoreció al capital financiero y la especulación, lanzó al país a la guerra imperialista de Estados Unidos en Irak… y, aún así, lograba ganar elecciones, porque había que frenar “a la derecha”, que esa sí que era mala.  

Suena conocido. Y lo es. Un ferviente seguidor de Blair fue Ricardo Lagos que, más o menos, copiaba esas políticas, pero no en un antiguo imperio en decadencia, sino en un país dependiente de la periferia mundial.

Ser un socialdemócrata “pre-Giddens”, entonces, significaría, en la peculiar jerga de Boric, que Mario Marcel nada tiene que ver con eso. Sería, al revés, algo así como, en el plano fiscal, “póngale plata, nomás”, pensiones, salud, subsidio de cesantía: el déficit no importa, “ya lo dijo Keynes”.

Debe haber algún malentendido aquí.

Porque, en los hechos, Marcel fue parte de aquel gobierno que aplicaba las políticas neoliberales mientras, en el exterior, se proclamaba socialdemócrata, variante “tercera vía”.

De hecho, fue director de Presupuestos. O sea, ocupaba el cargo más oscuro y de más bajo perfil de la conducción económica, pero, a la vez, el más poderoso. Sin su firma y su visto bueno, nada se podía hacer.

Y la firma de Marcel está sobre las ruinosas recompras de los créditos del CAE a la banca privada (el mismo CAE que se quiere condonar en un par de décadas), está bajo las privatizaciones de los servicios sanitarios, sobre el saqueo de las arcas fiscales a favor de las concesionarias de carreteras y obras públicas -las mismas que les pagaban un “sobresueldo”, es decir, coimas, a los ministros del gabinete de Lagos.

Su firma está en todos los presupuestos, en que los increíbles aumentos de la recaudación, gracias a un inédito boom del cobre y el alza del impuesto que pagan los trabajadores, el IVA (las grandes empresas recibieron rebajas tributarias), se orientaron, no a resolver problemas sociales, sino a una política de ajuste permanente, el llamado superávit estructural, que hizo las delicias del capital financiero.

Pero eso, por supuesto, no es neoliberal. No, no. Es socialdemócrata.

Parece que Boric y Marcel están empleando una impostura política como herramienta.

Concedámosle algo a nuestro bisoño presidente. Podría haberse confundido. A cualquiera le podría pasar: los dos términos, en verdad, son complicados.

Muchos llaman neoliberalismo a lo que fue el modo de operar del capital en el período que medió entre la caída de la Unión Soviética y la gran crisis de 2007-2008. Es decir, el período en que la historia había llegado a su fin.

Después, como que empezó a andar de nuevo, la historia.

Quienes usan ese término especial, neoliberalismo, no lo hacen inocentemente, sino porque se imaginan que el capitalismo podría funcionar, en una de esas, de otro modo, más benigno.

Algunos quisieran volver atrás, al período de oro del capital, entre la década de los cincuenta y los setenta, aunque sólo en las naciones industrializadas. Otros sueñan con que, eliminado el neoliberalismo, todo ande bien: los trabajadores con buenos sueldos, los capitalistas con buenas ganancias, y el planeta, salvado.

Pero la cosa no funciona así, lamentablemente.

La gran crisis del capital está destruyendo muchos de los presupuestos del neoliberalismo, al crear grandes bloques económicos, políticos y militares que se enfrentan entre sí. Las recetas de Lagos, Blair, Giddens y Marcel han dado lugar a otras políticas económicas.

Y la socialdemocracia, bueno, esa está fenecida hace tiempo.  

Lo que queda es la impostura. A ver si alguien cae. La deshonestidad como principio político.