El nuevo ministro de Educación es un profesor que ha hecho carrera al alero de intereses que defienden el lucro y los privilegios de entidades comerciales y religiosas dueñas de los colegios. En un gobierno que también busca proteger ese negocio, claramente, es el hombre adecuado para el cargo.
A los mentirosos no se les identifica, comúnmente, a partir de sus grandes engaños. Hay gente que tiene dos “familias” durante toda su vida y las viudas e hijos se enteran recién en el funeral.
Son las pequeñas manipulaciones, esas nimias falsedades, innecesarias, casi, las que hacen caer a los farsantes. Pero como son mínimas, muchas veces no tienen consecuencias para el embaucador.
Bueno, nuestro joven presidente electo es bien mentiroso para sus cosas.
Cuando nombró al que será el nuevo ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, declaró, con orgullo, que era el primer profesor que ejercería ese cargo. Eso, obviamente, es falso. Bastaba volver atrás un par de semanas para recordar a una competidora electoral de Boric, una tal Yasna Provoste, que había sido profesora de educación física y -bastante notoriamente, porque la destituyeron del puesto- ministra de Educación.
Los adláteres del presidente trataron de arreglar el aparente furcio con la precisión de que Ávila era el primer profesor de aula en ser nombrado para ese cargo. En realidad, inmediatamente después de la ceremonia, otra ex ministra de Educación, Mariana Aylwin, pudo haberle enrostrado personalmente al presidente electo que ella también había hecho clases, en el exclusivo colegio privado La Maisonette y que fue, de lo más bien, ministra, en el gobierno de Lagos. Pudo haber hecho la aclaración, pero como se vieron en el velatorio de su señora madre, Leonor Oyarzún, no valía la pena hacer ese punto.
Eso es lo que pasa con los mentirosos, cuando uno los pilla. La mayoría de las veces no vale la pena.
Alguien podría decir que Boric simplemente se equivocó. Que un error fáctico no es mentir. Y que eso último exige que uno lo haga a sabiendas y con la intención de engañar.
Cierto.
Pero nuestro presidente electo es un atento lector. Cómo se le iba a olvidar a él, que declara como su “referencia ideológica” al “socialismo libertario americanista” -para los que no saben de qué está hablando, eso quiere decir “Partido Socialista”- que dos de sus fundadores –y profesores– Juan Gómez Millas y Eugenio González, fueron ministros de Educación, bajo Frei y en llamada “República Socialista”. De hecho, durante un largo trecho de su historia, los que la llevaban en el PS eran, aparte de otros profesionales e intelectuales, sobre todo, docentes. El Partido Socialista se proletarizó especialmente en el período de la segunda mitad de los años sesenta, cuando se fue, también, mucho más a la izquierda. Pero eso es otra historia.
Por supuesto, los gobiernos radicales nombraron a varios ministros que eran profesores en distintos cargos, incluyendo, desde luego, a la cartera de Educación Pública. Y cómo no, si hasta tuvimos a un presidente de la República que fue docente de castellano, filosofía y educación cívica en el Barros Borgoño y en el Instituto Nacional: Pedro Aguirre Cerda se llama, que, por cierto, también había sido ministro de Educación antes, en el gobierno de Juan Luis Sanfuentes.
Como que todo esto -o una parte- lo debe haber sabido Boric ¿no? Pero, bueno, supongamos que es un ignorante supino, nuestro futuro presidente. Lo que no puede desconocer es que su, pronto, ministro de Educación, no es -o, mejor dicho, ya no es- un “profesor de aula”.
Y aquí entramos a la parte de la intención de engañar.
Porque describir a Ávila como profesor de aula es como si Boric se presentara en marzo próximo ante la ciudadanía, no como presidente de la República, sino como un simple estudiante de derecho que está todavía calentando materia para el examen de grado, segundo intento.
Marco Antonio Ávila pertenece a ese grupo de profesores que, luego de los estudios, logran un cierto salto en su carrera. De hacer clases a los niños pasan a ocupar cargos en los que, en efecto, no hay muchos docentes, sino personas de otras profesiones, psicólogos, de repente, ingenieros comerciales o abogados, muchos, o, simplemente, ricos.
Son los que pueblan las empresas escolares. Los que lucran con la educación. Ávila dio el salto en una de ellas, perteneciente al dueño de la inmobiliaria Socovesa, Eduardo Gras. La corporación con el bonito nombre “Emprender” la encabeza el propio Gras. Esa tiene varios colegios en la periferia de Santiago. Reciben las subvenciones estatales y ganan plata explotando a los profesores de aula y a los otros trabajadores de los colegios. Y con artimañas.
A fines del año pasado, los trabajadores del Colegio Emprender de Lampa se declararon en huelga. Pedían un aumento de cuatro por ciento de sus remuneraciones. La empresa, perdón, corporación, les ofrecía dos por ciento. Para los docentes, eso que significaba una reducción real de sus sueldos, debido a la inflación. No tenía sentido.
Sobre todo, si, como ellos denunciaron, el colegio le pagaba un cuantioso arriendo al propio Eduardo Gras. “Cuando la educación tiene a la cabeza a grandes empresarios o grupos económicos”, declaró el sindicato, “lo único que buscan es un rédito, estrujar lo más posible la subvención que, al final, se paga con presupuesto nacional, con lo que pagan los papás, y lo ocupan como lavado de imagen y dicen que son un aporte para la sociedad poniendo estos colegios”.
Ávila fue uno de los directores de esta fabulosa corporación.
¿Cómo habrá llegado allí, habiendo partido como un humilde profesor de aula? Es posible que su alto cargo en el Ministerio de Educación, en que fue jefe del nivel de Educación Media -una actividad que, convengamos, se realiza lejos de las salas de clases- durante el último gobierno de Bachelet, le haya ayudado.
El futuro ministro llegó al ministerio como parte de los miembros de Revolución Democrática que iban a apoyar la “reforma educacional” prometida por Bachelet en su campaña. Allí, se diseñó un sistema que, en efecto, modificó el panorama del mercado de la educación. Obligó a los sostenedores a formar corporaciones que, idealmente, pudieran manejar varios colegios. Se sacaba, así, del mercado a los pequeños empresarios de la educación, que no podían con los costos administrativos y las exigencias de capital impuestas a las nuevas instituciones “sin fines de lucro”.
Así, se protegieron los intereses de las entidades religiosas y se les entregó el mercado a grandes compañías, que podían extraer su lucro, a través infinitas trampas contables y legales, de varias “unidades de negocio”.
No es raro, entonces, que los señores de Socovesa pensaran en un experto en el diseño de ese sistema para tenerlo… cerca.
Ávila también se desempeña en Educar Chile, una ONG de la Fundación Chile, organismo “público-privado”, perteneciente al Estado y a la transnacional BHP Billiton. Entre sus principales objetivos está, justamente, la preservación del sistema “público-privado” de la educación, como se evidencia en una propuesta de norma constitucional que han presentado a la convención, en conjunto con muchas otras “partes interesadas”, como Educación 2020, cercano a la Concertación, o la fundación Luksic, cercana a… en fin, Luksic.
Allí, se discurre sobre el “derecho preferente de los padres”, que no es otra cosa que la protección de las prerrogativas -y de la captación de dinero estatal- de las instituciones religiosas o comerciales de la educación, y sobre un “sistema pluralista”, la clave para referirse a los colegios privados.
Entonces, como dijera Humphrey Bogart cuando ve a Ingrid Bergman entrar al bar de Rick en Casablanca (el de Marruecos, se entiende), “de todos los profesores de aula del mundo, Boric tenía que elegir a éste”.
Ahí está la mentira.
Pero, seamos justos: es una falsedad, dicha a sabiendas y con el propósito de engañar, pero pequeña. Casi, casi, no vale la pena señalarla como tal. Es lo que tantas veces pasa con los mentirosos.
Porque, además, ellos no siempre mienten. Y Boric ha dicho la verdad sobre cuál es su, digamos, “referencia ideológica” en la educación. Y no fue el “Boric de la segunda vuelta”, sino el 1 de noviembre 2021, en un debate presidencial en la Universidad de Chile. Allí comprometió su apoyo al principio de la “libertad de educación” y a la “diversidad de los proyectos educativos”, las consignas ideológicas del mercado de la educación, de la industria privada de los colegios, mediante la captación de recursos públicos y los privilegios para el adoctrinamiento religioso en las escuelas.
Después, en una reciente alocución, ya como presidente electo, le dictó la pauta a su futuro ministro del área. Señaló que en marzo tienen que abrir los colegios, con pandemia o sin pandemia, “aunque a algunos les genere ronchas”. ¡Como si el cierre de los colegios durante los últimos dos años no hubiese sido una decisión del Estado, y su fracaso en volver abrirlos para realizar clases presenciales, una responsabilidad del gobierno de Piñera! Pero no. Para Boric, los culpables, a los que les van a salir “ronchas”, son los profesores de aula y los apoderados.
En otro discurso, ante la Enade, explicó, ante el aplauso de los grandes empresarios, por qué eso es tan importante: “por los niños y niñas”, por supuesto, “pero”, agregó, “también pensando en las mujeres (…) que van retrocediendo en el mercado laboral”.
Abreviamos la cita, porque, a medio camino, Boric se dio cuenta de que los empresarios estarían muy de acuerdo con su lamento sobre la falta de mano obra femenina para explotar, pero que esa afirmación, igual, carecía de un poco de perspectiva de género. Entremedio, entonces, insertó una larga y confusa explicación de cómo a las mujeres se les atribuye -“erradamente, a mi juicio”- la tarea de cuidar a sus hijos.
Digamos, entonces, que no hace falta mentir. Ya sabemos que habrá una continuidad de las políticas de Piñera, que habrá defensa del lucro en la educación y de los intereses económicos que profitan de este sistema.
Pero, por alguna razón, los mentirosos, simplemente, no pueden evitarlo.