Los seguidores del presidente electo (quien, quizás impresionado por su energía y capacidad de genuflexión, retomó su antiguo lema “¡seguimos!”) se esmeran en describir al gabinete anunciado este viernes como “histórico” y grandioso. Podrían ahorrarnos sus esfuerzos. Es lo mismo de siempre.
La gran obsesión de la prensa burguesa son los gabinetes. Los periodistas y sus jefes le dedican a ese asunto más pasión literaria y esfuerzo investigativo que a cualquier otra cosa. El presidente podría herir accidentalmente a uno de sus colaboradores con un cuchillo durante una parrillada o, en el Congreso, los diputados podrían asar un lechón en el hemiciclo de la cámara, y ellos ni se enterarían o, acaso, les estarían pidiendo un pedacito (del chancho).
Pero nombrar ministros, vaya, eso es otra cosa. Eso lo saben los sabuesos de los medios dominantes incluso antes que los propios elegidos.
¿Por qué lo consideran tan importante? Es difícil decirlo. Los ministros, salvo excepciones y circunstancias extraordinarias, no hacen mucho ni mandan nada. Los que gobiernan, de verdad, están en otro grupo, en torno al presidente y que puede incluir algún ministro o no. Esos, el “segundo piso”, los asesores especiales, jefes de gabinete, amigos estrechos del presi, esos son los que mandan, los que les dicen qué hacer a los secretarios de Estado.
Y los que dirigen a los que gobiernan, a su vez, son otros: están en el Congreso, en los directorios de las empresas, en los casinos de oficiales.
Lo interesante, para los partidos, de manejar un ministerio, no es encabezarlo, sino todo lo que contiene: cargos, cargos, muchos cargos -es decir, plata-, acceso a empresas e intereses económicos -o sea, más plata. Para eso, puede ser útil que el ministro sea de sus filas, pero hay otras formas, incluso más eficaces.
Eso, que constituye la realidad del régimen que nos rige desde 1990, sin embargo, es olímpicamente ignorado por analistas, periodistas, columnistas, observadores de la opinión dominante. Debe ser porque es corrupto.
A cambio, nos inundan con fábulas de épicas luchas de poder, asombrosas maniobras ocultas, monumentales golpes de autoridad, ambiciones destrozadas a última hora; con las biografías, los humores, las trayectorias e, incluso, la vestimenta de los aspirantes y nominados; con las especulaciones generales, conjeturas impensadas, pero bien informadas, y con “la lista final”, inscrita como un dogma en piedra, en que se adelantan los nombramientos.
Obviamente -al menos, los hechos así lo demuestran- ninguno de los anticipos acierta nunca y, a veces, fallan por lejos, algo de lo que nunca más habla, hasta que el equipo inicial sea sometido a un siempre dramático cambio de gabinete.
Queda la pregunta: ¿por qué les importa tanto? ¿Porque es un espectáculo en que se aparenta un dominio y poder que el gobierno no tiene?
¿Qué importa, de verdad, que el nuevo gobierno haya sacado del Banco Central a Mario Marcel, para instalarlo como futuro ministro de Hacienda?
¿No sabíamos, acaso, que el próximo gobierno seguirá una política de ajuste anti-popular inspirada en los dictados del FMI? ¿Y que, para implementarla, encontraría, sin duda, a alguien que sepa cómo hacerlo, debido a una larga carrera de burócrata, hasta hace poco, de la segunda fila?
¿Qué importa, en realidad, que el presidente electo haya optado por compensar, de manera desproporcionada, hay que decirlo, a su grupo de amistades o del pequeño partido al que pertenece?
¿No sabíamos, acaso, que esa forma -los lotes, el amiguismo, las lealtades políticas representadas en una cadena infinita de transacciones y favores- es el método de trabajo predilecto de nuestro presidente electo?
¿Qué importa, hablando en serio, que en el gabinete encuentren cobijo, sueldos y oportunidades para ganar más, parlamentarios ahora desempleados, viejos carcamales de la Concertación?
¿No sabíamos, acaso, que la reconstitución de esa misma Concertación o de la función política que ésta jugaba dentro del régimen, es el único objetivo político más o menos discernible de las agrupaciones políticas a las que pertenece el presidente electo?
¿Qué importa, dejémonos de juegos, que se presente la asignación de cargos, un negocio siempre algo sucio, con la impostura de feminismo, la impostura de ecologismo, la impostura “de izquierda” y de la “diversidad”?
¿No sabíamos, acaso, que la importante votación alcanzada por Boric en segunda vuelta se debió a la decisión de amplios sectores de evitarse que, por falta de opciones, un nuevo gobierno de derecha? ¿Y no sabíamos que había quedado suficientemente claro que, con excepción de ciertos aspectos impostados, este gobierno que asuma va a ser la continuidad de Piñera?
Pues bien, estimado lector, querida lectora, deje de hacerle caso a la prensa burguesa, silencie a los fanáticos y postulantes (erís-seca-amiga-aquí-está-mi-currículum), y no se amargue el verano buscando señales -buenas o malas- debajo del agua o, más bien… de la sopa.