Francisco Chahuán, senador de Renovación Nacional, planteó que su sector va a impulsar un “gabinete en las sombras”. Suena tenebroso, pero, en realidad, es una medida “por si las moscas”.
En el Reino Unido, los cambios de gobierno se hacen de un día para otro o, en cualquier caso, lo que se demoren los muchachos de la mudanza en sacarle sus cositas al primer ministro saliente de la casa en calle Downing número 10, donde reside y despacha el jefe de gobierno. Probablemente, se podrá ver ese proceso en cualquier momento cuando los conservadores echen a Boris Johnson, por -perdón, pero es la verdad- huevón.
Una vez que el nuevo inquilino está instalado, ya empieza a gobernar. El secreto de tanta eficiencia es que la dirección del Estado de ese país es, digamos, automática. Toda la administración está poblada de un ejército de funcionarios públicos permanentes y “apolíticos” que manejan todo. Los ministros deben limitarse a señalar qué cosas, más o menos, les interesan más, y qué políticas, si se puede, les gustaría cambiar.
Y el otro factor es que el gabinete ya está listo. No hay que entrevistar a centenares de interesados, revisar listas interminables de decenas de partidos, ni contratar a investigadores y abogados para ver si los ministeriables están en Dicom o tienen una causa abierta por violencia intrafamiliar o si hablaron mal de Piñera en redes sociales, tiempos atrás.
No es necesario eso, porque cuando hay un cambio de gobierno, el gabinete ya está nombrado hace años: es lo que llaman el “shadow cabinet”. No es de película de horror, sino que se refiere al hecho de que cada ministro tiene a un dirigente opositor que hace las veces de ministro alternativo, y que sigue al secretario de Estado real como si fuera su sombra.
No hay que olvidar, el Reino Unido no se llama así por gusto, sino porque, de verdad, es una monarquía. El gobierno es el gobierno de corona, y su contraparte política es la “leal oposición de su majestad”.
En el caso de Chile, “los ingleses de Sudamérica”, no podían ser menos y la derecha creará un gobierno en las sombras, con sus contra-ministros y, se supondría, un presidente alternativo, pues acá no tenemos reina que tutele la acción del gobierno.
La idea, del inefable senador Chahuán que, como dirían los ingleses, no es el cuchillo más afilado de la alacena, la había intentado antes, mucho antes, otro genio de la “centro-derecha”, Andrés Allamand, con poco éxito.
Pero, en estas circunstancias, por diseño consciente o pura intuición, el plan es algo menos disparatado de lo que parece. Lo que se pretende es influir, dice Chahuán, “tener una fiscalización adecuada, la posibilidad de generar acuerdos y la búsqueda de propuestas que logren encantar a los chilenos”.
Vislumbran la debilidad del gobierno entrante. Y se huelen que, en algún momento, podrían ser admitidos, de hecho, en los ministerios o en el ámbito político de la nueva administración.
Se dan cuenta de que, ideológicamente, no están tan lejos del nuevo presidente y de su cohorte. Es más, ellos también desean parte del séquito. Lo que sucede es que deben superar, primero, la enorme distancia que los separa por haber escogido en la segunda vuelta presidencial a un candidato que no los representaba. Allí mataron, en lo inmediato, las esperanzas de intervenir directamente.
Se dieron cuenta tarde, pero aún así no pierden las esperanzas de sobrevivir la hecatombe que sufre la derecha, aliándose a alguien que les pueda dar una mano, como antes lo hizo cuando firmó la salvación de Piñera el 2019.