De manera oblicua, enrevesada, laberíntica, y, a la vez, pretenciosa, el presidente electo hizo una nueva reivindicación del “orden público”, ahora debidamente “resignificado”. Habrá que tomarlo como una advertencia.
El presidente -ahora oficialmente- electo gusta de la lectura. O, al menos, quiere que nosotros lo sepamos. En medio de las reuniones y negociaciones políticas por el gabinete, encontró tiempo para echarle un vistazo a un texto del político español Íñigo Errejón.
Un párrafo captó tanto su atención que quiso compartirlo. Ahí, tenía subrayado lo siguiente: “los revolucionarios se prueban cuando son capaces de generar orden. Un orden nuevo, nuevo pero orden, que dé certezas y que incluya también a la mayor parte de quienes estaban en contra de él”.
¿Qué nos quiere decir con eso el presidente electo?
Quizás habría que preguntar que quiso decir el autor de esas líneas. Errejón fue uno de los fundadores de Podemos, el partido español que se plantea como de izquierda, pero que en realidad es liberal. El libro mismo, a diferencia de otras publicaciones de Errejón, no es un esfuerzo teórico; se dedica a contar las peleas internas de Podemos.
Sus ideas las sacaron de manera importante de dos intelectuales: el argentino Ernesto Laclau, ya fallecido, y la belga Chantal Mouffe (en la foto de más arriba; el car’e conejo es el Errejón). Ambos trabajaron juntos y además estaban casados, o sea, Laclau y Mouffe.
En su juventud, Laclau perteneció a aquellos pequeños grupos de la izquierda argentina que buscaban unir las ideas trotskistas con las… ¡del peronismo! Eso ya es un indicador de cómo piensa. La Cuarta Internacional, en nuestro país hermano, nos ha prodigado propuestas que propugnaban, ya en los años sesenta, el establecimiento de relaciones con las vidas extraterrestres, pero ese afán era menos fantasioso que la pretensión de Laclau.
En Europa, donde emprendió una carrera académica, el trotskismo y el peronismo son bastante mal mirados. Giró, entonces, al llamado eurocomunismo, entonces en boga. Buscó dar una fundamentación teórica a esa tendencia hacia la socialdemocracia, mezclándola con otras escuelas de moda, como el post-estructuralismo.
Cuando el marxismo mismo dejó de ser aceptable, Laclau, ya en conjunto con Mouffe, se pasó al posmarxismo. Las clases sociales no deben extinguirse y el conflicto entre ellas es reemplazado por una “democracia radical” y un “pluralismo agonístico”. En otras palabras, convierten a la democracia liberal una zona de disputas entre diferentes grupos, que no luchan por liberar todo, sino por partes, hasta el infinito. Y el pluralismo agonístico postula que siempre hay conflicto y que lo que se debe hacer es reconocer al oponente como válido y transar con él, mediante la institucionalidad, teniendo algunas veces la hegemonía uno y, otras veces, el otro.
Entremedio, lo de posmarxismo también se había vuelto too much. Así que el siguiente paso fue eliminar todo rastro de él y reemplazarlo… ¡por la teoría lingüística de Ferdinand Saussure!
Y, probablemente, esa fue la mejor ocurrencia de Laclau. Porque lo interesante de estas continuas adaptaciones es que se trata siempre de la misma idea, expresada en distintos lenguajes.
Lo que se esconde detrás de este discurso es simplemente la sumisión de estos “autónomos libertarios” al capitalismo. Como tantos otros, tratan de cambiarlo, sin modificar su esencia. Los resultados de ese empeño son más bien tenues. Se podría decir que logran que ellos y sus cercanos queden felices, mientras se mantiene la explotación de los trabajadores.
Es cosa de preguntarle a cualquier trabajador o trabajadora española cómo les ha ido con los de Podemos en el gobierno.
¿Qué nos quiere decir, entonces, nuestro futuro presidente (ya queda poco, ya queda poco) a través de su colega Errejón?
Dice que, para un revolucionario, lo más importante, al día siguiente de haber conquistado el poder, es recoger la basura domiciliaria. No construir una sociedad más justa, en que vivan y trabajen hombres y mujeres libres. No. La basura.
¿Será todo esto nada más que velada crítica a su aliada, la alcaldesa comunista de Santiago, que -al igual que el menso que estaba antes, y la otra señora que le precedió, y del Lavín y de Ravinet, ni hablar- no recoge nunca la maldita cochiná?
¿Será sólo eso, y nosotros estamos sobrerreaccionado?
Nos tememos que no.
Estos nuevos liberales, en su mente, se ven efectivamente como “revolucionarios”, porque han ido más allá del marxismo e, incluso, han accedido al poder sin violencia.
Ofrecemos las disculpas del caso a nuestros compañeros y compañeras ácratas, pero estos tipos ¡sí que los han superado en idealismo!
La doctrina que se esboza aquí es que su gobierno será el de ellos, los jóvenes liberales, más sus contrarios, todos actuando en conjunto, para “construir un orden”. Da lo mismo que los otros sean una minoría miserable que controla las riquezas y subyugue a la población. Lo importante es ser presidente de “todos los chilenos”.
Esa idea ya se expresó durante el levantamiento popular de 2019. Ante un gobierno que mata, tortura, mutila y encarcela, lo que se debe hacer no es detener esos crímenes y perseguir a sus autores, sino negociar para… ¿qué? ¿disputarle “la hegemonía”? Que el efecto de todo eso fuera que el orden injusto contra el cual el pueblo se levantó se mantenga, no importa. O, más bien, sí importa. Es lo que más importa: el orden.
Tomemos el mensaje, no entrelíneas, sino subrayado, como una advertencia. Ante esta forma de pensar, el pueblo está en peligro: quienes se erigen como sus representantes no dudarán en actuar en contra de él, en conjunto con sus peores enemigos, cuando esté amenazado su orden.
Aunque, para la próxima, podrían decirlo directamente, sin tanto rodeo.