La convención se baja del árbol

Las fuerzas, supuestamente, hegemónicas de la convención constitucional -el FA y el PS, apoyadas por la derecha- sufrieron una resonante derrota en las elecciones a la mesa directiva.

Los convencionales constituyentes, en general o en su mayoría, le han tomado el gusto a ser el centro de atención. Eso, a veces, les puede jugar una mala pasada. En la elección a la mesa, decidieron realizar la sesión en el antiguo Congreso pleno, un lugar más amplio e impresionante, y en el que hay espacio para todos.

La sala carece de las maquinitas para señalar las preferencias y que les han permitido, en otras ocasiones, evacuar decenas y decenas de votaciones en un par de horas. Eso los obligó ahora a emitir el voto en una elaborada ceremonia que les asegura a todos los convencionales aquella cuota de atención que, muchos de ellos, disfrutan.

Único problema: el proceso es más lento que patada de astronauta.

Pero eso, el martes, era lo de menos, porque ya estaba todo cerrado, arreglado, oleado y sacramentado.

Los dos grupos que, de facto, han dirigido la convención, el FA y el PS, con la colaboración del pequeño grupo de los partidos de la ex-Concertación y el apoyo, en los momentos decisivos, de la derecha, ya habían bajado la línea.

Pero bajo la superficie del acuerdo monolítico, se escondía una ruptura. El grupo del PS le había ganado el quién vive al Frente Amplio, quizás demasiado distraído en las celebraciones del triunfo electoral y las tratativas de cargos gubernamentales para amigos y, quién sabe, para alguno de ellos, también, cuando sea el momento.

El PS negoció con la derecha el apoyo a una de las suyas, una ex-alcaldesa de Paillaco que, en todo caso, cumplía con algunos requisitos: es mujer y tiene ascendencia mapuche. A sus socios del Frente Amplio, simplemente, les presentó el hecho consumado.

A esos no les gustó nada el trato ofrecido. Un poco enojados, pusieron como su nombre a la vicepresidencia a la figura más conocida, aunque ya algo anticuada, de su bancada constituyente: Beatriz Sánchez. Estaban realmente contrariados: ¡sí ahora somos gobierno!

Y tan molestos estaban, que ignoraron a todos sus otros aliados. Al PC, que, en teoría, también es gobierno, no lo han pescado nunca. Al grupo de Benito Baranda, Independientes No Neutrales, lo pasaron por alto, porque esos también querían cosas. Mejor no meterse ahí. Con los mapuche ni hablaron, porque se habían dividido -y fuerte- en dos facciones: Elisa Loncón y Francisca Linconao. Mucho lío. Y los demás, los independientes -“del pueblo”, ecologistas, feministas, de todo un poco- ya se alinearían. Si, total, hay que apoyar al fabuloso Boris, para frenar “al fascismo” y todo eso ¿O no?

Tampoco negociaron con la derecha. Esos ya habían cerrado un trato con el PS. Que ellos les paguen, entonces.

Todo empezó temprano. Todo fue muy lento. Pero, entremedio, los genios del FA comenzaron a darse cuenta de que algo no estaba cuadrando en sus cálculos. Los independientes no neutrales insistían en que les dieran un cargo, y no cedían. La derecha se tomaba su tiempo para cumplir su parte del trato. Los “concerta” tampoco colaboraban mucho. Y todos los demás, estaban divididos.

Más a la izquierda, habían presentado a Eric Chinga, de los pueblos originarios, que incluían al grupo mapuche de la machi Linconao. Más a la derecha, estaba Cristina Dorador, que tenía a la otra facción mapuche y parte de los independientes.

Y, además, todo el lío era recién por la presidencia; el objetivo del FA era la vicepresidencia y, para eso, tampoco juntaban los votos suficientes. “¿Qué hacer?”, se preguntaron. Decidieron actuar como sólo ellos lo saben hacer: con el oportunismo, deslealtad y maquineo que les son característicos.

Rompieron el acuerdo, cerrado, definitivo, oleado y sacramentado. Como pretexto, fingieron estar escandalizados porque la candidata del PS era corrupta, cosa que, por supuesto, sabían desde el inicio, porque los propios socialistas les habían advertido que la ex-alcaldesa tenías sus problemitas. Y se pasaron, con botellas y petacas, al lado de Dorador que, además, tenía lo suyo: es científica, había conseguido el apoyo de un montón de premios nacionales, incluso había logrado el respaldo de Luis Messina, del movimiento No+AFP de antaño, o del gobernador Mundaca, de Modatima. Es decir, lo tenía todo, excepto una cosa: los votos.

Los que faltaban, y justitos, los tenía el Chinga, ese. El FA apretó a sus presuntos aliados del PC. Esos abandonaron, sin grandes remordimientos, a su compañero nortino que, entre paréntesis, muy diaguita será, pero es más comunista que todos ellos juntos.

El viejo, sin embargo, persistía. Y, pensándolo con más calma, ¿cuál sería la gracia de ganar con esos votos? Si lo que se necesita es el apoyo del centro y la derecha: garantías, gobernabilidad, acuerdos. Pero ese sector hacía lo que quería: en cada votación levantaban a alguien distinto, sólo para no darle los votos al FA.

No había salida. Cristina “erís-seca-amiga” Dorador declinó su opción. Siguieron negociando hasta casi las cinco de la mañana, cuando se rindieron.

Al día siguiente, empecemos de nuevo, se dijeron todos.

Y el miércoles, el Frente Amplio debió ceder. Temprano se encontró con la sorpresa con de que los independientes de las distintas tendencias, los pueblos originarios, incluyendo los mapuche, ya se habían puesto de acuerdo.

Les tenían a una constituyente de Talca, una de las pocas que no es dada a llamar la atención –“mmm… raro”-, que había sido elegida por la “Asamblea Popular por la Dignidad” –“ay, qué feo”-, y que era docente universitaria y tenía doctorado en salud pública –“ah, ya, algo es algo”.

“Ok, pero hagámosla rápida”, sentenciaron los operadores del FA, “que todo este retraso causa más desprestigio a la convención, que debemos cuidar, como ustedes saben”. Los negociadores de los otros grupos asentían. “Y la derecha”, continuaron los constituyentes del árbol, “ya está diciendo que todo esto es un preview del gobierno del Boris, o sea, del presidente-electo-de-la-República-de-todos-y-todas-los-y-las-chilenos-y-chilenas-en-paz-y-estabilidad-con-altura-de-miras”. “Claro que sí, cien por ciento”, respondieron los otros.

“Y para vice, la Bea ¿verdad?”, los del FA querían cerrar el amargo negocio pronto. “Mmmsí, sí, sí. Hay que ver cómo se da todo”, dijeron los interlocutores, ya menos “cien por ciento”. Inquietante.

“Quedamos así, entonces”. “Ya, ya…”

En la tarde, cuando iba empezar la votación, los jefes -Atria, Schönhaut, Bassa, et al.- le dieron otra vuelta al asunto. “Vamos a enseñarles una lección”, dijeron, “en caso de que se les ocurra no votar por la Bea, luego de que hayan asegurado la presidencia”.

Dicho y hecho. Mandaron los whatsapp respectivos y se pusieron a esperar.

El resultado que fue llegando en cámara lenta, como mazazos, los conmocionó: 16 votos, todos los que tiene el FA, para la Bea. Claro: esa era la advertencia que les habían mandado a sus socios. Pero… 78 votos -justo, raspando, los necesarios para ganar- para María Elisa Quinteros, la chica de Talca, en la que nadie se había fijado antes.

¿Cómo pasó eso?

En breve, al FA le hicieron lo que el FA practicaba como una arte refinado: engañar a los aliados. Benito Baranda y sus no neutrales le habían dado los votos, justos, justitos. De hecho, el último, decisivo, provino, inesperadamente, de un convencional canuto de la derecha.

El epílogo fue más triste aún. En la elección de vicepresidente, los adherentes de la opción de Quinteros cumplieron religiosamente con su parte del negocio; incluso la convencional de la Cuarta Internacional le dio su voto al candidato de los no-neutrales, Gaspar Domínguez. Abandonados a su suerte, el FA se sumó, para que la humillación no fuera tan notoria.

El resultado es una especie de declaración de independencia de los convencionales con respecto al futuro gobierno. No quieren quedar atados a su incierta y sinuosa suerte. Y, quizás, descubrieron que, debajo de la pesada capa de alabanzas y genuflexiones al nuevo líder, yacen todos los problemas políticos y las contradicciones acumuladas desde el 18 de octubre de 2019.

Intuyen, posiblemente, que luego de la primera etapa, en que la convención fue sometida a los estrechos marcos fijados por el régimen, ésta deberá lidiar con la crisis de ese mismo régimen, quiéralo o no.