El 3 de enero de 2008 es asesinado por la espalda un joven mapuche. Tenía 23 años de edad. La existencia de los que combaten por una causa justa, suele ser breve. Saben que deben darse por entero a su lucha y la vida se puede perder en cualquier momento.
Resulta interesante cómo alguien que nació en Santiago haya muerto lejos, en un fundo en Vilcún, y en las horas extremas sus compañeros lo llevaran acompañados de los astros.
Muchos deberían preguntarse cómo se llega a ser parte de una lucha que no parece ser parte de uno. Cómo un joven estudiante, que podría ser cualquiera, estudia mapudungun. Qué lo impulsa a escudriñar en la lengua vernácula de Caupolicán, en querer saber más. Hace su servicio militar y termina su enseñanza media. Llega a estudiar Agronomía en la Universidad de la Frontera. A cada paso parece estar más cerca de lo que busca.
“La sangre tira”, dice un antiguo adagio, y en este caso parece ser verdad, la sangre mapuche corre por las venas de gran parte de nuestra población. Lautaro estaría exultante viendo en las filas guerreros tan fieros como él, tan capaces e inteligentes, tan concienzudos y estudiados, tan firmes en las resoluciones que toman. Matías representaba esa convicción, incluso ante aquellos que planteaban que se es mapuche si se nace en el lugar, odiosidad surgida del pensamiento que eres predestinado por tu raza, lo que Matías rompe con su lucha.
Lautaro, en las horas postreras de su vida se dirige a Santiago a castigar a los españoles donde tenían su cuartel general, y pensaba algún día combatirlos incluso allá en España, de donde provenían. Matías, parte de Santiago, haría el camino contrario, iría a combatir a los castigadores de su pueblo, allí donde se había trasladado el odio y la represión, allí mostraría que se debía reivindicar la recuperación de las tierras, que la lucha de Lautaro seguía en las manos de los hijos de sus hijos, que no podía morir el que lucha por una causa justa, porque vive en los que prosiguen su legado.
Como Lautaro pretendía, la lucha debe ser por la liberación de todo el territorio, de su pueblo. No basta con tener y estar bien en donde vivo, lo que se busca es que no haya más maldad y explotación a los suyos, la lucha no puede circunscribirse en mis tierras, pues entonces seré derrotado. Ese fue el más grande legado de Leftrarü, la lucha debe expandirse y llegar a todos lados donde haya hombres y mujeres dignas, debe ser dada en nuestros hogares y en todo el territorio nacional, y para eso basta con weichafes que fijen su mirada en la victoria.
A Matías lo alcanzó una bala por la espalda, accionada por un hombre que quizás creía que mataba un delincuente, un mapuche menos. Cada bala que mata a un luchador abrevia el tiempo en que un pueblo alcanza su libertad, pues se erige sobre la sangre de los muertos, no en negociaciones, ni acuerdos, sino en la persistencia de la lucha.