La resaca

La debilidad del futuro gobierno es directamente proporcional a las alabanzas y loas que se endilga a sí mismo. Pero convendría un poco de sobriedad, porque la resaca que les viene después de la fiesta, te la encargo.

“Gabriel Boric visitó a Sebastián Piñera en La Moneda y posó su mano en el hombro del Presidente saliente en señal de paz. (…) Un gesto sanador parecía en curso. (…) El martes visitó la Convención Constitucional. (…) Los pasillos del Congreso se llenaron de gente que iba y venía. En algunos de sus recodos, convencionales y funcionarios aguardaban para verlo pasar. (…) El recién electo presidente saludaba con las manos unidas en namasté, a otros los abrazaba o les sonreía, aunque ya no con la misma frescura liviana y casual de antes, sino con una solemnidad nueva, provista de una parsimonia y estatura hasta hace horas desconocida. Se reunió con Elisa Loncón en un abrazo que quedará en los anales de la República”.

No, no estamos jugando, querido lector, estimada lectora. Ese párrafo es en serio. Pertenece al periodista Patricio Fernández Chadwick (¡otra vez esa familia!), quien oficia actualmente de constituyente por el grupo del PS; sus votantes del acomodado distrito 10 podrán sorprenderse de aquello, porque ellos lo habían elegido como “independiente no neutral”, pero deberán acostumbrarse que alguna gente hace lo que les da la gana, nomás.

Como luna de miel política, las alabanzas y celebraciones en redes sociales y los -antes un poco más ariscos- medios de comunicación comerciales, se acercan al desenfreno de la serie de Hollywood “Qué pasó ayer” (en inglés “The Hangover” o la resaca), aunque toda la historia trate, en rigor, de una despedida de solteros.

Boric, fiel a su estilo, agradeció y se sumó a los elogios: pidió que no lo endiosaran.

La ola de benevolencia es tan exagerada como impostada. Está destinada a tapar el desconcierto, no del nuevo gobierno, sino del conjunto del régimen sobre cómo proseguir.

Porque pese a las apariencias, digamos que es normal que un presidente electo y su coalición se enfrasquen en numerosas negociaciones y tratativas para llenar cargos y fijar objetivos y prioridades. Es cosa de recordar a los anteriores mandatarios. Y el grupo en torno a Boric, justamente, tiene buena memoria y no quiere repetir ningún desaguisado, como ministros que tienen causas judiciales pendientes o que le pegan a la mujer o hablan leseras políticamente incorrectas.

Eso no es problema. Luego de cuatro años de Piñera, las listas de interesados son interminables. Los que deben nombrarlos pueden regodearse e, incluso, ser algo selectivos. La competencia, dicen los economistas, en mercados estrechos, disminuye los precios. Los oferentes deben adaptarse a la baja.

Así, vemos a una valerosa dirigenta poblacional, que, justo el 18 de octubre de 2019, había asistido a un congreso en Venezuela, declarar ahora que no tiene “ninguna cercanía”, ni simpatía, con el gobierno de Venezuela y con su jefe, Nicolás Maduro, a quien, sin embargo, había celebrado como “nuestro compañero, el presidente obrero”, además de llamar a “superar a la democracia burguesa” en Chile y “construir el poder popular”. ¡Lo tuvo sentado al lado, al bigotón! Además, había elogiado a la “revolución bolivariana”, que ahora ve como un régimen contrario a la democracia (¿burguesa?) y a los derechos humanos.

Explica la contradicción con que sus pronunciamientos en Caracas fueron en el ejercicio de la “diplomacia” y como ponente de las resoluciones acordadas por las organizaciones extranjeras que habían asistido al encuentro.

Quizás, hubiese bastado con decir que cambió de opinión, pero quién es uno para juzgar, si no es parte de ninguna fiesta.

Lo mismo pasa con la pequeña maldad que Piñera le metió al presidente electo. Lo invitó, en público, a que lo acompañara a Colombia a la cumbre de la Alianza del Pacífico y del ya fenecido engendro Prosur. “Gabriel ¡no vayas!” recomiendan muchos adherentes del nuevo presidente, que sospechan de una trampa.

En realidad, por qué habría de ir, si no fuera para proteger políticamente a Piñera, luego que deje el poder. O para apuntalar al aliado de Piñera, tanto o más represor del pueblo que él, Iván Duque, el presidente ya en salida de Colombia y, de paso, dejar en off side a su posible sucesor, Gustavo Petro -que es muy, pero muy, parecido a Boric. O para dejar con la mano estirada -¡diplomacia!- al gobierno argentino, que propone una “relación especial” con el nuevo presidente chileno.

¿Para qué? ¿Verdad? Pero la fiesta es buena, y después de 15 vodka naranja la cosa ya no es tan clara. Hay “pros y contras”, y “puede ser interesante asistir”, señala Giorgio Jackson, el principal operador del equipo del presidente electo. “Lo veremos en la próxima semana o en la subsiguiente”, promete y pide otro trago.  

Todo aquel que se ha quedado hasta tarde, demasiado tarde, a una celebración, cuando los chistes ya han sido contados, las simpáticas almas de la fiesta ya se han retirado, sabe que, después, llega el momento de los jugosos, de los que se ponen tristes o peleadores, los que botan el florero o se comen todo el refrigerador.

Y, al día siguiente, los lamentos y la resaca.

Así que, dele nomás, amigo -vaya, si quiere- pero del hachazo que viene no se va a salvar.