Eran las vísperas del cambio de siglo. Desde una pequeña imprenta en las afueras de Leipzig, ve la luz el primer número de Iskra. Su nombre hacía alusión a un poema compuesto en homenaje a los decembristas por Alexander Odoevsky: «Una chispa encenderá la llama».
La ardua labor de crear un periódico en tiempos de la más brutal represión zarista obligó en un inicio a que su impresión se realizará en el extranjero, para luego hacerla llegar de manera clandestina a sus naturales destinatarios, los trabajadores y trabajadoras rusas. Sin embargo, no sólo se hubo de sortear problemas concretos de financiamiento, los revolucionarios siempre suelen andar escasos de medios, sino también los de su transporte y distribución. Lo que significaba más financiamiento, pero también más organización, más trabajo colectivo. Paralelamente se debió dar una batalla de ideas contra quienes se oponían o imaginaban a Iskra como algo distinto de lo que las necesidades de una revolución exigían. Y que la acusaron en algún momento de ser puro trabajo de gabinete de personas contaminadas de doctrinarismo y literaturismo.
Lenin es, sin duda, su creador, ideólogo y su editor más exigente. Iskra debía convertirse por el trabajo sistemático y persistente de un puñado de hombres y mujeres comunes en un periódico que aseguraría el intercambio de experiencia, información, fuerzas y recursos. Iskra debía ser «una partícula de un enorme fuelle de fragua que avivase cada chispa de la lucha de clases y de la indignación del pueblo, convirtiéndola en un gran incendio», en palabras de Lenin.
El sueño era que en la obra participaran decenas de corresponsales, hombres y mujeres, desde todas las regiones de Rusia, como en definitiva ocurrió. En ese camino se debía promover a los trabajadores a que comunicaran el hecho más habitual, en el horizonte de crear un nexo real entre los territorios respaldado por un labor regular y común.
En la primera editorial de Iskra se alentaba así a su participación: «Dirigimos nuestro llamado no sólo a los socialistas y a los trabajadores con conciencia de clase. También hacemos un llamado a todos los que están oprimidos y aplastados por el sistema político moderno, les ofrecemos las páginas de nuestras publicaciones para exponer todas las abominaciones de la autocracia rusa.»
No es posible de ninguna manera evaluar o cuantificar el efecto que Iskra generó en su momento entre las masas populares. Pero si hemos de atenernos a lo que de ella decían los propios trabajadores nos quedamos con lo que un tejedor escribía a Iskra: «…Por supuesto, soy un trabajador simple y nada desarrollado, pero realmente siento dónde está la verdad, sé lo que necesitan los trabajadores. Los trabajadores ahora pueden incendiarse fácilmente, todo está ardiendo abajo, solo se necesita una chispa y habrá un incendio. ¡Ah, cómo se dice con razón que de una chispa se enciende una llama…!»
Para los hombres y mujeres trabajadores que integran hoy el ejército de luchadores de su pueblo en cualquier lugar de la gran patria que es el mundo, ha de quedar suficientemente claro, y esta es finalmente la enseñanza de Iskra que sostenemos como verdadera, y es que aún la labor más insignificante y pequeña, pero regular y común, esa que se desarrolla en los períodos de la explosión más violenta como durante la calma más completa, son las que en su conjunto nos llevarán indefectiblemente a la victoria.