En la Noche Buena del año 1900 sale a la luz por primera vez el periódico Iskra (La Chispa) en Leipzig, Alemania. Su creador fue Lenin. Pero sólo la voluntad y el trabajo persistente y sistemático de en principio pocos, muy pocos “albañiles” habrían de hacer de Iskra la chispa que encendería la llama.
Eran las vísperas del cambio de siglo. Desde una pequeña imprenta en las afueras de Leipzig, ve la luz el primer número de Iskra. Su nombre hacía alusión a un poema compuesto en homenaje a los decembristas por Alexander Odoevsky: “Una chispa encenderá la llama”.
La ardua labor de crear un periódico en tiempos de la más brutal represión zarista obligó en un inicio a que su impresión se realizará en el extranjero, para luego hacerla llegar de manera clandestina a sus naturales destinatarios, los trabajadores y trabajadoras rusas. Sin embargo, no sólo se hubo de sortear problemas concretos de financiamiento, los revolucionarios siempre suelen andar escasos de medios, sino también los de su transporte y distribución. Lo que significaba más financiamiento, pero también más organización, más trabajo colectivo. Paralelamente se debió dar una batalla de ideas contra quienes se oponían o imaginaban a Iskra como algo distinto de lo que las necesidades de una revolución exigían. Y que la acusaron en algún momento de ser puro trabajo de gabinete de personas contaminadas de doctrinarismo y literaturismo.
Lenin es, sin duda, su creador, ideólogo y su editor más exigente. Iskra debía convertirse por el trabajo sistemático y persistente de un puñado de hombres y mujeres comunes en un periódico que aseguraría el intercambio de experiencia, información, fuerzas y recursos. Iskra debía ser “una partícula de un enorme fuelle de fragua que avivase cada chispa de la lucha de clases y de la indignación del pueblo, convirtiéndola en un gran incendio”, en palabras de Lenin.
El sueño era que en la obra participaran decenas de corresponsales, hombres y mujeres, desde todas las regiones de Rusia, como en definitiva ocurrió. En ese camino se debía promover a los trabajadores a que comunicaran el hecho más habitual, en el horizonte de crear un nexo real entre los territorios respaldado por un labor regular y común.
En la primera editorial de Iskra se alentaba así a su participación: “Dirigimos nuestro llamado no sólo a los socialistas y a los trabajadores con conciencia de clase. También hacemos un llamado a todos los que están oprimidos y aplastados por el sistema político moderno, les ofrecemos las páginas de nuestras publicaciones para exponer todas las abominaciones de la autocracia rusa.”
No es posible de ninguna manera evaluar o cuantificar el efecto que Iskra generó en su momento entre las masas populares. Pero si hemos de atenernos a lo que de ella decían los propios trabajadores nos quedamos con lo que un tejedor escribía a Iskra: “…Por supuesto, soy un trabajador simple y nada desarrollado, pero realmente siento dónde está la verdad, sé lo que necesitan los trabajadores. Los trabajadores ahora pueden incendiarse fácilmente, todo está ardiendo abajo, solo se necesita una chispa y habrá un incendio. ¡Ah, cómo se dice con razón que de una chispa se enciende una llama…!”
Para los hombres y mujeres trabajadores que integran hoy el ejército de luchadores de su pueblo en cualquier lugar de la gran patria que es el mundo, ha de quedar suficientemente claro, y esta es finalmente la enseñanza de Iskra que sostenemos como verdadera, y es que aún la labor más insignificante y pequeña, pero regular y común, esa que se desarrolla en los períodos de la explosión más violenta como durante la calma más completa, son las que en su conjunto nos llevarán indefectiblemente a la victoria.