“¡Queremos soluciones, no problemas!”

Casi imperceptiblemente, luego de las elecciones, el centro de gravedad política vuelve a situarse en la convención constitucional. Es inevitable: el régimen sabe que ni el nuevo gobierno y ni el nuevo Congreso podrán resolver su crisis. Ahora les pide a los constituyentes que le inventen una solución.

Ricardo Lagos Escobar puede ser excusado si a veces se confunde. Para empezar, todo el mundo le dice “presidente”, como si aún lo fuera. Es fácil, después de un tiempo, que los planos temporales se mezclen. Además, en su comparecencia ante la comisión de sistema político de la convención constitucional -vía Zoom- lo trataron con una reverencia y servilismo que terminaría mareando y desorientando hasta al más modesto de los contemporáneos. La famosa aplicación digital podría incluir una función parecida a las advertencias que hacía el esclavo personal de los emperadores romanos: “recuerda, amo, que eres mortal”.

Lagos venía con algo de vuelo. Luego del fracaso de las intentonas golpistas en Venezuela en las que estuvo involucrado en 2019, y después, por supuesto, del levantamiento popular en Chile, sobre el que poco pudo decir, había estado algo recluido. Pero su última iniciativa política era reciente: había llamado a apoyar a Gabriel Boric. En la ocasión, aprovechó de atacar, en la prensa internacional, al aliado, hoy cada vez más disminuido, del presidente electo, el Partido Comunista. Dijo que el PC no era democrático, porque quería hacerse del control de la… ¡judicatura! Considerando que ni Teillier, ni Jadue, ni Vallejo, ni Carmona, ni nadie, han dicho ni pío y, menos, han hecho algo, para bien o para mal, con respecto a la Corte Suprema o los jueces, puede ser que Lagos haya confundido a los comunistas chilenos con el PC de Checoeslovaquia, un partido y un país que ya no existen, por cierto.

Además, en la convención constitucional, el Poder Judicial parece ser intocable. Nadie menciona posibles cambios a su organización y poder. No así los otros dos poderes del Estado. Y sobre eso quiso exponer el ex-presidente a los atentos constituyentes.

Según Lagos, hay un problema con el sistema político chileno. No ahondó en qué consiste ni en sus causas. Se remitió a dar soluciones. Lo primero, es elegir el Congreso 20 días después de la segunda vuelta presidencial. De ese modo, se entiende, el presidente recién electo tendría mejores chances de contar con un parlamento favorable, por el envión electoral, la luna de miel y todo eso.

Alguien le hizo ver, con cuidado, que su brillante idea era sólo una copia del sistema francés. Otro de los constituyentes indicó que quizás no era buena idea tener tres elecciones seguidas en dos meses.

Lagos señaló que en modo alguno tenía en mente al sistema francés y citó la experiencia del presidente Mitterand, quien, en los catorce años de sus dos mandatos, tuvo que lidiar por siete años con un parlamento adverso y gobiernos elegidos por la mayoría opositora, la llamada cohabitación.

Por lo visto, Lagos aún no ha recibido la noticia de que, en 2002, una reforma constitucional impuso exactamente el esquema que él propone ahora para Chile. Un sistema que lleva a que, como ocurrió con el actual presidente Macron, un candidato reciba, primero, 24% de los votos, pocas semanas después, gracias a la magia de la segunda vuelta, una mayoría artificial o forzada, de 66%, y, seis domingos más tarde, su improvisado grupo político, La République En Marche, logre una amplia mayoría absoluta en el parlamento, igualmente artificial, como se ha demostrado durante todo el mandato de Macron.

¿Es esa la solución a la crisis política del régimen?

Lagos omitió hablar de la corrupción, la misma que caracterizó a su gobierno, tampoco creyó necesario referirse al papel de los partidos políticos y su relación con la sociedad, menos reflexionó sobre los problemas sociales que aquejan al país y que son ignorados o agravados por esos mismos partidos, los gobernantes y los parlamentarios.

Se trata de un olvido muy decidor, pero que Lagos compensó con otro descubrimiento que quiso compartir con su audiencia: la internet.

El ex mandatario, claramente, está fascinado con ese fenómeno. Y ¿quién no? Por ejemplo, ahora se pueden mandar cartas, no por correo, sino mediante un correo electrónico, que ¡instantáneamente! llega al destinatario.

“En consecuencia”, como le gusta decir, Lagos ve aquí “un cambio de época”. Dejamos atrás la revolución industrial, y entramos a la era de la revolución digital.

¡Bravo, presidente, bravo!

Este jueves, justo antes de navidad, hubo una nueva indagación de posibles soluciones a las dolencias del régimen. Le tocó el turno a la expresidenta Bachelet. Mientras Lagos, usando los increíbles poderes de la revolución digital, habló poco más de veinte minutos, Bachelet estuvo más de una hora, en persona -o sea, al estilo industrial- en la comisión.

El contraste con su antecesor fue notorio. Ella advirtió que no es una jurista ni cientista política, sino que se dedica a hacer cosas. Y lo que hizo, fue hacerles harto cariño a los constituyentes.

El futuro poder legislativo, señaló, debería parecerse a la convención, por la paridad y los escaños reservados, cabe suponer, porque ahora “hay un problema de representatividad”. Sobre los otros asuntos del sistema político, dijo que eran muy complicados y cada uno tenía sus pro y sus contra. Los ejemplos que usó, tomados de sus gobiernos fallidos, eran más bien de los contra, por supuesto.

“Tienen que comunicar mejor”, recomendó, al final, a la convención.

Los constituyentes quedaron felices con “la presidenta”; si fuera por ellos, seguiría siéndolo perpetuamente.

Pero luego de las exposiciones, quedaron donde mismo. ¿Qué hacer para que este régimen sobreviva? El problema es espinudo, complicado, difícil, arduo, engorroso e imposible.

Y aunque ahora no vean, los constituyentes deberán tener en cuenta que el pueblo de Chile ya tiene un esquema, más o menos, delineado: terminar con esta manga de corruptos, mentirosos e incompetentes, y reemplazarlo por un sistema en que el propio pueblo decida cómo gobernar, qué decisiones tomar que vayan en beneficio de la mayoría trabajadora.

O sea, ya tiene en mente lo que llamaríamos una solución.