¡Eso sí que fue fácil! Si al fascismo histórico se le venció con una guerra mundial y la resistencia popular armada, en Chile basta, por lo visto, con un lápiz Bic. Parece que ya nadie recuerda que se estaba jugando la vida contra un enemigo que quería exterminarlos o, al menos, instaurar un régimen de terror en contra del pueblo.
Todo es alegría entre las huestes ganadoras. Ahora, como dice el presidente electo, su gobierno va a ser de todos los chilenos. Pero ¿dónde quedaron los enemigos del pueblo, los que querían destruirlo?
Parece que está todo perdonado, todo olvidado.
Los llamados a frenar el avance faccioso, las proclamas de no pasarán, las trabajosas declaraciones en defensa de las disidencias sexuales en peligro, los alertas en contra del regreso de la dictadura, se desvanecen ante la conducta de quienes obtuvieron un rédito electoral de ello.
Una de dos: o todo eso fue un simple juego o estratagema para asustar a los votantes y forzarlos a ir a votar o… si el riesgo del fascismo era verdadero, el futuro gobierno y sus partidos comenzaron a negociar con él -o sus mandantes.
Nosotros sabemos que, si el fascismo existe, aunque sea como tendencia aún embrionaria, no se puede transar con él. Muchos recordarán como operaban las bandas que provocaban y amenazaban de muerte a quienes se movilizaban o se les oponían.
¿Eran simples palomas que se dejaban llevar por la batahola política y lanzaban diatribas que nunca cumplirían?
Al día siguiente, parece que todos son buenos y hay que dejar que las instituciones funcionen y aceptar los acuerdos, trabados en las cumbres y en cocinas varias, con los promotores de la reacción.
Con un voto ¿todo eso queda atrás y ahora somos todos hermanos?
La realidad es más cruda. El enemigo de ayer sigue siéndolo hoy. Hará lo imposible por ver derrotado a sus oponentes.
Esto muestra un hecho importante, que vale la pena señalar.
El fascismo no se vence en las urnas, sino con una lucha frontal diaria y permanente. Y esa lucha debería dirigirse también a quienes lo usan para engañar a las personas y sus transacciones políticas.
Ahora, los partidos de la derecha quieren mandar al propio Kast al resumidero de la política. Hasta nuevo aviso, al menos. Da lo mismo los votos que obtuvo. Ahora sólo estorba; ellos se aprestan a ver qué podrán sacarle al dispendioso futuro gobierno de las transformaciones.
En el proceso, la burguesía elevó, con discursos y dinero, a un submundo de desclasados que prefieren ser esclavos, delincuentes que se mueven por la plata, psicópatas que ven su oportunidad, chantas que juran que la gente los sigue, toda clase de arribistas que ansían subir de estatus, ex algo que tienen una deuda con quienes los usaron como esbirros en sus andadas, represores por doquier y otros, que creen que los salvadores usan botas.
Muchos seguirán enfrascados en la felicidad del triunfo. Pero, como se dice, deberíamos estar “tranquilos nerviosos”, porque no sabemos qué pasó con los fascistas que iban a destruirnos.