El ganador de las elecciones ha sido prolífico en promesas. Tanto, que muchos de sus aliados advierten que no se pase; debe “bajar las expectativas”, dicen. No deberían preocuparse tanto.
El presidente electo forma parte de esa elite política que va poniendo a sus familiares por generaciones en el poder a través de la burocracia estatal. Lo que lo hace diferente, es que es parte de una generación catapultada por la lucha de clases a una posición de prominencia: se forjó por el empuje de las movilizaciones de los secundarios y pudo hacerse de un nombre aprovechando el púlpito que le daba el movimiento social.
Esa generación de jóvenes parecía que iba a tener una relevancia política trascendental, pero al ser absorbida por el sistema, pasó casi inadvertida en el quehacer nacional.
Apostaron a reanimar un sistema político que fenecía, creando partidos nuevos, pero el intento no fructificó mucho por la inevitable desafección de las masas con el régimen.
Lo que les favoreció fue tanto la ineficacia del gobierno de turno, como la ruptura de las masas con el sistema político en el 2019. Un gobierno conducido por Piñera, que agudizó la crisis política y social, llevó a la ruptura del pueblo con el régimen, como se plasmó en el levantamiento popular de octubre del 2019.
Parecía, en ese momento, que inevitablemente se rompería con el sistema, pero éste fue salvado, entre otros, por Boric, lo que fue bien mirado por la burguesía. Ese levantamiento popular, con la fuerza que arrastraría, llevó al cambio de la constitución del ’80, a los retiros del 10% y al miedo del sistema de llevar candidatos de la “antigua política”, reemplazándolos por figuras “emergentes”, menos identificadas con su dominio.
En estas elecciones acotadas por el sistema, en las que el régimen buscaba defender su poder, el candidato es elegido luego de una disputa en la que se exacerbó una supuesta radicalidad o polarización. Supuesta, porque, en la realidad, no es así: uno no era fascista, como decían, y el otro no era comunista, como aseveraban. Ambos son parte de la fauna política normal.
Las promesas hechas en el discurso del ganador, como lo hacen los políticos, se irán difuminando, a medida que negocien en el Congreso, con los empresarios, con potencias externas. Al final, queda sólo la medida de lo posible. Esto ya es cuento viejo, pues ya lo pasamos con Aylwin, que hizo las mismas promesas y no cumplió ninguna. Es más, negoció acuerdos con la derecha y Pinochet, en los que se privilegiaba a la burguesía en detrimento del pueblo.
En estos momentos, el pueblo tiene un poder tremendo en sus manos que se equipara al del régimen. La burguesía y los partidos políticos tienen clara esta noción. Por eso, han tratado en este último mes de reafirmar sus posiciones y han buscado que más personas participen de las elecciones, para así, esperan “legitimar” su régimen.
Pero, pese a ello, está claro que la fuerza que comenzó a andar en octubre del 2019 no puede ser parada con una elección. La realidad y las condiciones de vida cada día reafirman que se debe seguir adelante por las demandas más urgentes del pueblo, como lo dijimos y lo reafirmamos. No vamos por mejoras. Hay que cambiarlo todo.