El infierno existe

No hay una prueba empírica directa, es verdad, pero de la existencia de gente tan mala como la doña Lucía se puede inferir claramente que también hay un averno. El pueblo celebró que la vieja murió. Los dos candidatos, en la famosa recta final de la campaña electoral, más bien se asustaron.

Que se va al infierno, no hay duda. La muerte, a la edad de 99 años, de Lucía Hiriart de Pinochet, la que fuera esposa del tirano, sirve de recuerdo de la maldad infinita de las dictaduras americanas.

No hay mucho que decir sobre esta señora, que refleja bien el talante moral de una clase y cómo concibe su dominio sobre la sociedad: vulgar, cruel, rapaz y traicionero.

Tenía razón Dante Aligheri, que ya en el año 1320, en su Divina Comedia, fijaba el séptimo círculo del infierno como el de la violencia, el octavo, el del fraude, y el último, el de la traición. Para allá va.

La dote de Lucía Hiriart fue la garantía de los ascensos y de la carrera militar de su esposo. Pertenecía a una familia burguesa con las conexiones políticas adecuadas. Una vez en el poder, se hizo protagonista de los más increíbles relatos de lujos, arbitrariedades y abusos. Es de suponer que todo el resto del régimen y sus esbirros descargaban en Lucía Hiriart parte de sus propios desfalcos e intrigas. Es que la mujer exudaba maldad.

Robó, junto a su esposo, de lo lindo, desde frazadas y alimentos hasta inmuebles repartidos por todo Chile.

La justicia la protegió. Y la elevaron a una especie de figura literaria, destinada a desviar la atención de los intereses a los que sirvió el régimen encabezado por su esposo.  

Se hizo, en cualquier caso, objeto de un odio popular bien ganado con los años.

Hoy la gente celebró. En Santiago, muchos fueron a Plaza Dignidad a expresar su desprecio a todo lo que representa.

¡Salud!

La muerta de Hiriart aguó los cierres de campaña de los candidatos. El postulante pinochetista debió abjurar una vez más de la dictadura. “No la conocí”, dijo Kast.

Pero eso no es problema. Esa gente no tiene honor y la traición es su medio de expresión más habitual.

El fin de este símbolo del fascismo desató el pánico en las huestes del candidato antifascista. Para variar. “¿Y qué pasa si…?”: asesores y dirigentes rellenaban el vacío con los más oscuros colores, los escenarios más espeluznantes, y los más banales también. “Una barricada en la Alameda, y perdemos 100 mil votos de un zuácate”, se decían.

Por eso bajaron línea -o minuta, como se dice ahora- rápidamente: “no hay que celebrar la muerte de una persona, no importa quién sea”, “no vayan a la plaza, les van a quitar el carnet y no van a poder votar por el Boric”, “no caigan en provocaciones, no le hagan el juego al pinochetismo” … ¡al manifestar su rechazo al pinochetismo!

Incluso adelantaron el discurso final de Boric en el acto de cierre en el Parque Almagro. Con el calor y el sol, los asistentes al mitin iban cayendo como moscas, pero nada importaba, había que evitar la oscuridad y sus tentaciones a toda costa.

Como se ve, el infierno existe, y también aquí en la tierra. Y varios caen en el octavo círculo y su quinto recinto. ¿No sabe, fabuloso lector, admirable lectora, de qué estamos hablando? A riesgo de spoiler, digamos que lo primero se refiere al fraude, como ya adelantamos, y lo segundo a cierto de tipo de políticos. Pero, léalo usted mismo en “Dante, La Divina Comedia”. Se va a entretener.