Les dijeron que no movieran nada hasta que llegara el Labocar, pero la gente ya estaba afanada en mover latas, como en una línea de producción, sin parar, una y otra vez, mecánicamente, para limpiar el terreno donde volverán a levantar sus casas. Así es el pueblo, no espera. Todo lo ha construido solo, ha levantado una y otra vez, su dignidad.
El incendio devastó una de las poblaciones más antiguas en la capital provincial de la “mágica” isla de Chiloé, Castro. El conteo da que son 120 casas, más de 500 damnificados. Inmediatamente se activó la solidaridad en el archipiélago. Juntas de Vecinos de otras localidades acopiaron ropa y comida, cuentas de banco para ayudar, puestos de comida y agua para los que trabajan removiendo los escombros.
Las instituciones también activaron lo suyo, la miseria. Los bonos para arriendo y “acogida”. En un abrir y cerrar de ojos también se desplegaron los ministros para anunciar la nada. Que habrá subsidios para vivienda y que, con la declaración del estado de catástrofe, la Junaeb podrá darles colación. Hasta llegó la ministra de agricultura. Tal vez, porque el incendio comenzó entre los espinillos que circundaban la población desde el barranco.
Pero como tras la devastación del tsunami en Lota y Coronel o el mega incendio en Valparaíso, el pueblo no espera al régimen porque el régimen no tiene nada que ofrecer. Lo saben bien los pobladores que se quedaron sin casa en la octava región cuando recibieron departamentos de 3×3; lo saben los pobladores de Valparaíso que tuvieron que volver a levantar mediaguas en los cerros.
Lo saben con una memoria histórica e indeleble también los pobladores de Chiloé, que no esperarán que llegue al Labocar a definir quién empezó el incendio. Por eso, este viernes, luego del trágico jueves que devastó sus casas, su población, su vecindario, trabajan en una línea de producción incesante para limpiar y volver a levantarse en los márgenes donde siempre quieren poner al pueblo.
Los “progresistas” hablan de la minga chilota, de cómo se ayudan unos a otros ante la ausencia centenaria del Estado en el archipiélago. Hablan de la necesidad de planificar el territorio, para que se ordene la cosa, dicen.
Como salen al sol las callampas, los “progresistas” salen con teorías para iluminar la desgracia y por su lado, las autoridades se reúnen en los salones. Cada cual con su cada qué.
El pueblo no tiene tiempo para eso; trabaja en silencio. No espera. El pueblo sabe que para levantar todo nuevamente sólo harán falta sus manos, su determinación, su entereza.