En nuestra América, crecen las patrañas en los grandes centros urbanos. Son cuidadas y mantenidas por los políticos, medios de comunicación y poderosos empresarios. Incluso, de vez en cuando, sacan crías nuevas de su vientre. La burguesía es su madre: la da a luz para mantenerse en el poder.
La patraña nace del miedo, crece en la ignorancia y se desarrolla con el dinero.
En todos lados la vemos.
En Perú, la patraña va de la mano de asesinos, se viste con los ropajes de la gente de la ciudad, más “educada” y que no tiene las manos con callos por el trabajo; que usa el lenguaje telegráfico y golpeado de los milicos, que apela a la moral sin siquiera saber lo que significa.
En Brasil, la patraña apela a lucha contra la delincuencia, a la mano dura contra los “niños de la calle”, contra las favelas, contra la “corrupción”, y a manos llenas se enriquece robando del Estado.
En Colombia, la patraña ocupa todo el Estado: dice luchar contra el narcotráfico y tienen presidentes traficantes, dice ser independiente y obedece a los yanquis, dice hacer acuerdos de paz y mata a los que los firman, dice proteger a su pueblo y las matanzas no cesan.
En Ecuador, la patraña nace de las alianzas; dice luchar unos contra otros y, al final, todos se revuelcan en el mismo lodo, huyen cuando se ven acorralados, matan cuando se sienten fuertes, son indolentes con el sufrimiento de la gente.
En Venezuela, la patraña viaja y se instala tranquilamente en el viejo continente, presume de su dinero, mueve a matones e instiga golpes de Estado, sabotea, negocia con su enemigo: no tiene patria.
En Argentina, la patraña se viste de celeste y blanco y apela al nacionalismo barato, vive en la corrupción y en la chantería innata, culpa a los morenos de sus males, ve a Europa en todos lados, es infame como sus esbirros que le sirven y es cobarde de nacimiento.
En Paraguay la patraña cubre todo. En Bolivia, la patraña rechaza al indio y se dice más “blanca” para odiarlo, llora cuando está en desventaja y mata cuando tiene la ventaja, es pequeña y ruin.
En América Central, la patraña negocia con las maras, es comprada por países extranjeros, nada en la corrupción y en el hastío de las personas. En México, la patraña compra cargos, negocia con carteles, finge ser honesta, persigue el dinero donde esté, y se sirve las personas.
La patraña se extiende por todo el continente americano. Es la lacra que avanza y quiere dominarlo todo. Compra a los más moralistas y a los desalmados, extermina a los luchadores y negocia con los temerosos, utiliza a los milicos, diciéndoles que son los protectores de la democracia, depreda la naturaleza en nombre del crecimiento económico, mantiene al pueblo miserable y se apropia de su riqueza, proclama la libertad y obliga a votar por ellos, denigra a los pueblos indígenas y pretende que seamos como los europeos. Son pocos y vociferan como si fuesen millones, no tienen moral y sólo saben hacer daño.
Sus características son comunes a todos los países, incluso al nuestro. La patraña hace que las personas comunes caigan en su trampa. La urden con paciencia y lanzan sus redes para pescar a la mayor cantidad posible. Cada cierto tiempo, en el continente se escuchan ecos lejanos y cercanos de los epítetos que utiliza la patraña: “comunistas”, “delincuentes”, “indios”, “narcos”, “subversivos”, “terroristas”, “sindicalistas”, “pobres”. La patraña se mueve entre nosotros, subsiste porque opera con los partidos políticos, se amigan y se enojan, fingen ser enemigos mortales, pero, al final, todos comen en la misma mesa.
A la patraña el pueblo la combate todos los días en las escuelas, en los sindicatos, en las poblaciones. No se le puede dar ninguna cabida, no se puede engañar al pueblo, siempre se debe de actuar correctamente. No se puede desprestigiar a otros para ganar, no se pueden avalar las farsas. Por esa razón, ganan los políticos, abusan una y otra vez de la credulidad de las personas. Pero eso es efímero, dura hasta el momento en que se descubre el engaño. Las confrontaciones políticas actuales en todos los países utilizan la patraña o, mejor dicho, la mentira.