Cuando se cruza una línea roja

El comienzo de la campaña de segunda vuelta fue concebida a todo trapo por el comando de Gabriel Boric. Viaje a la octava región, paseo en lancha, acto de masas… Pero la jornada empezó mal y terminó peor, y por razones muy profundas.

7 de diciembre de 2021

La radio Biobío ya es una especie de institución en Concepción. Sus estudios están en un costado de la Plaza de Armas o Independencia o, ahora, Leftraru (los penquistas son así: confunden a los afuerinos con nombres que sólo ellos entienden).

El candidato de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, enfilaba justo a la galería que da acceso a la radio, cuando se topó con dos o tres personas que habían ido temprano al centro a esperarlo. Habían pintado un lienzo negro que sostenían con firmeza. “Boric”, decía la pancarta, “venimos a cobrar el indulto para los presos políticos ya”.

Una mujer lo llamó: “¡Gabriel! ¡Gabriel!”. El candidato se acercó, afable, con la intención de abrazar o estrechar la mano de la mujer. Ella, sin embargo, lo hizo retroceder: “¡distanciamiento!”, demandó, “por el covid”.

En ese mismo instante, había quedado claro, en efecto, una distancia social insuperable.

Como si recién entonces se hubiese percatado de lo que se trataba, el candidato le dio la espalda y volvió a su grupo de ayudantes, que ahora lo rodeaban como si temieran una agresión física.

La mujer expuso en un tono claro qué quería: “Buenos días, venimos a exigir su compromiso con el indulto, en su calidad de diputado”. Ahora Boric escuchaba, mientras se empinaba unos centímetros y volvía a bajar a su estatura normal. “En Concepción tenemos a doce jóvenes que son requeridos por la Universidad de Concepción. Venimos a exigir su compromiso con el indulto general, con la ley de indulto general…”.

Para entonces, luego de recibir las indicaciones de sus asesoras, el político ya se había ido. La mujer ahora estaba hablando sola y constató: “una respuesta cagona, que no sirve como candidato, dando la espalda a la gente y a las demandas del pueblo”. Y agregó, algo resignada, “como siempre”.

Minutos más tarde, en la radio, Boric dio su respuesta, vaga y evasiva. Sobre la ley de indulto que había estado en el centro de la interpelación sufrida en la calle, dijo que estaba tramitándose en el Senado, que era algo complejo, pero que él que esperaba que ese asunto se cerrara antes de que él asuma su gobierno.

Súbitamente, Boric se detuvo. Se había dado cuenta de que había dicho algo inadecuado y quiso corregirlo.

Lo que agregó, sin embargo, no fue: “…porque la situación de los presos políticos no admite ni un minuto más, porque la persecución política debe terminar inmediatamente, porque una elección democrática no puede realizarse bajo las condiciones de una continuada violación a los derechos humanos…”. No, nada de eso.

Tampoco dijo: “… y en el caso de que este abuso persista cuando yo asuma como presidente, tomaré todas las medidas necesarias, dentro de la ley y la constitución, pero consciente de que la prisión política constituye un abuso cometido por el propio Estado, para asegurar la inmediata liberación de los presos y la rehabilitación de los que son o fueron perseguidos”.

No. Boric, con el tono satisfecho de un senador radical de la década de 1940, simplemente añadió, “…si el pueblo de Chile tiene a bien elegirme”.

Una parte del pueblo de Chile, sin duda, tendrá a bien elegirlo. Pero eso no significa que la tolerancia y la complicidad con los crímenes de Estado cometidos en la represión del levantamiento popular, y que continúan ejecutándose en el intento de suprimir la lucha por las demandas populares, puedan ser aceptadas.

De hecho, cualquier tibieza, cualquier concesión, en la exigencia de la libertad de los presos políticos, cualquier cálculo que, por ejemplo, sostenga que es mejor callar ese reclamo, para no favorecer a la derecha, sólo ayuda a perpetuar el método de la represión ilegal en contra de las movilizaciones de nuestro pueblo.

Y, al revés, la confusión, las dilaciones, en definitiva, la aceptación de la prisión política, sólo puede tomarse como un signo de que, llegado el momento, también un gobierno “progresista” usará jueces, policías, torturas y cárcel para defenderse del pueblo. No sería la primera vez en la historia.

Fabiola Campillai, senadora electa por la región metropolitana -la primera mayoría nacional y, por ende, la futura parlamentaria de mayor importancia- le abrió una vía política a Boric y a los partidos que lo respaldan. Señaló que “si quiere sentarse a conversar” con el pueblo, lo podrá hacer, pero que la condición es “la promesa” de realizar medidas efectivas para la liberación de los presos políticos, reparación a las víctimas de la represión y el establecimiento de garantías de no repetición.

También a esa propuesta política significativa, expuesta con claridad y firmeza, el candidato presidencial le ha dado la espalda.

El día del lanzamiento de la campaña continuó según lo programado. Boric recitó, en una entrevista televisiva, los discursos de Piñera… “vienen tiempos que serán complejos, pero daremos lo mejor de nosotros”, “a los delincuentes les digo: …”, etc.

Terminó la jornada con mitin en un sitio concurrido y turístico de Talcahuano. En medio de la gente que lo vivaba, otra mujer le insistió a Boric con la libertad de los presos políticos.

Pero las palabras ya no servían. Le expresó su desprecio con un escupo en la cara.