Una vez finalizados las votaciones, podemos darnos cuenta fehacientemente de que sigue la incómoda yunta de presidenciables para la segunda vuelta. Muchos pensaban que uno de los candidatos podía desmarcarse del otro y, de esta manera, marcar una diferencia. No fue así.
La realidad política electoral del sistema “democrático” pone diversos candidatos presidenciales elegibles, pero en definitiva sólo dos pasarán a una segunda vuelta. Esta es la perversión del sistema que obliga de antemano a elegir dos candidatos puestos por los partidos políticos, y que, por alguna circunstancia provocada en la disputa anterior al voto, son más elegibles que los demás.
De esta manera, en las anteriores elecciones presidenciales se ha repetido este mismo caso. Las fuerzas al final, son dos bloques que se disputan el poder entre ellos, cerrando la puerta a cualquier otra fuerza. Esos dos bloques no pueden romper el equilibrio. Los electores se han dado cuenta de que son similares y que uno u otro tienen cosas malas y buenas. Por esa razón, no es tirado de las mechas encontrar que muchos votan por un candidato pese a todo lo malo que lo rodea, pues entienden que podría no ser tan malo, y de la misma forma, optan por el otro, viendo que quizás podría mejorar algo.
Más que un voto de confianza hacia los partidos políticos, las elecciones se convierten en una competencia entre los bloques del sistema, que van cambiando, sumando y restando adhesiones. Los votantes tratan de optar por quien parece más apropiado en el momento. No significa que adhieran en un cien por ciento a lo que dicen. Eso lo saben muy bien los políticos. Por ese motivo, cuando ya alcanzan el poder, cuando las elecciones ya quedaron atrás, hacen lo que es más favorable para el sistema en su conjunto, pues deben negociar con sus contrincantes. Ahora son todos parte de un gran bloque que gobierna.
La ganancia política que han obtenido, es que se sigan realizando las elecciones cómo ellos lo quieren. La gran pérdida aquilatada por ellos es que no pueden capitalizar la votación general, pues es “forzada”: no representa un respaldo absoluto ni definitivo a un bloque.
La desgracia viene de otra manera pues, pese a que triunfe uno u otro candidato, el sistema político está en crisis y este tipo de votaciones cerradas la profundizan, pues ninguno de los bloques pudo hacer un nexo con el pueblo, de manera de romper el status quo, renovar el sistema y así impedir el colapso inminente.
Se siguen profundizando las contradicciones del sistema y que sigan disputándose palmo a palmo las cifras, no los beneficia. Al contrario, seguirán ensimismados en sus disputas y en una lectura equivocada de la realidad. Vociferarán que el sistema sigue siendo validado, que no es necesario cambios y que todo debe seguir igual. Todo lo sucedido no vale nada, es historia, ya pasó, lo que vale son las votaciones, no las marchas o manifestaciones.
Las elecciones se convierten en un mero proceso administrativo o un paseo que deben cumplir para validar la alternancia interna, pero cada vez les resulta más complicado encontrar candidatos equilibrados que preserven el sistema y no lo destruyan por dentro.